Para televisiones y periódicos, Bolt y Phelps. Pero Londres’12 ha sido mucho más que esa formidable pareja que encadena ya dos ediciones olímpicas provocando llamas en piscina y estadio. Londres es David Rudisha haciendo de liebre de sí mismo para correr dos vueltas seguidas a la pista como nadie antes. Es Yannick Agnel nadando casi en imposible para batir a Ryan Lochte en el 4×100 libres. Es Sir Chris Hoy pedaleando enloquecidamente en busca de su sexto oro en el día de la retirada. Es Josefa Idem, 47 años, ocho Juegos consecutivos, finalista en piragüismo desde Los Ángeles’84. Es el prodigio de Epke Zonderland en barra fija, autor de tres sueltas encadenadas y un ejercicio que corta el aliento. Es Rebecca Soni quebrando las barreras de la braza; es Ed McKeever a 170 paladas por minutos sobre su piragua; es Dimitry Muserskiy remontando una final imposible de voleibol; son los gemelos Horchschorner batidos por la potencia inmensa de las aguas bravas… Londres ha sido un cúmulo inmenso de prodigios deportivos.
Los Juegos tienen mil defectos y el deporte contiene en su interior el germen de los vicios, la corrupción, la trampa y el engaño. Padecemos a los estafadores del doping y sufrimos a quienes anteponen todo a su ego personal, pero también salimos de los Juegos rejuvenecidos y alegres por semejante acumulación de competidores dignos y educados, luchadores al margen de su posición, ejemplares en el desempeño incluso si no consiguieron portadas que exhibir ni medallas que lucir. El mejor de los rostros del deporte se ha paseado durante dos semanas por escenarios idílicos, pero tampoco han faltado a esa cita la derrota y la lesión, el tramposo y el amante de las conspiraciones, ni el oportunista. Los Juegos son la vida misma.
– Foto: AP
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