Todos le esperan como agua de mayo. Como al Mesías, como al domingo, como unas vacaciones, como un sueldo a fin de mes, como una bola de break o como un inicio de temporada. Su tenis eclipsó de tal manera en Melbourne que ni el extremo calor pudo frenar su carrera hasta la meta, todo lo contario, le dio la fuerza para abrasar a los demás. Llegó sin nada que perder y se marchó con todo ganado, dejando la palabra imposible noqueada y sin reacción. De derechas, de revés, contra zurdos, contra diestros, desde el saque, en la red… no importaba el movimiento, el rival o la situación. Aquel trofeo llevaba su nombre antes incluso de que la última bola se escapara por la línea de fondo. Han pasado casi 365 días de la proeza y los espectadores del Melbourne Park no solo no la han olvidado, sino que quieren volver a disfrutarla, revivirla, sentir que todo aquello fue real. El dueño de la Rod Laver Arena regresa con la etiqueta de campeón del Abierto de Australia con un reto más complicado todavía: proteger la corona que hace un año le hizo ser el hombre más respetado del circuito.
Stanislas Wawrinka –o Stan, como él mismo modificó– regresa un año después al lugar del crimen, allí donde protagonizó la mejor hazaña de su carrera, esa que le sitúa como uno de los 129 campeones de Grand Slam de la historia de este bendito deporte. Fue tan fácil como previsible, es decir, que ni el mismísimo Sandro Rey lo vio venir. El suizo ya venía encendido de la Copa de Maestros de 2013 –en su primera participación– y alargó su buen estado de forma hasta el primer major de la temporada. Las chispas iniciales se convirtieron en llamas a partir de los cuartos de final, momento en el que Novak Djokovic, actual tetracampeón, vio cómo salía desterrado de su jardín particular. Luego Tomas Berdych en semifinales, para ratificar el milagro y, finalmente Rafa Nadal en la disputa por el título. Una trayectoria indeseable para cualquiera y custodiada por las dos raquetas más voraces del circuito, ambas inclinadas a base de ilusión y creencia.
Cierto es que el español no pudo estar al 100 % en el encuentro por la gloria, algo que perseguirá hasta la tumba al jugador de Lausana. Bobadas. Nunca sabremos qué habría sucedido con ambos en las mismas condiciones, pero tampoco debemos restarle valor al helvético, mucho menos después del espectáculo ofrecido. Ahí están los vídeos, por si hay lagunas. Los siguientes meses estuvieron marcados por la irregularidad más extrema, alternando desde la consecución de su primer Masters 1000 –en Montecarlo ante Roger Federer– a una serie de eliminaciones tempraneras a manos de jugadores de menor rango. Llegaron las críticas para hacer balance a tanta felicidad, recriminándole que mantuviera la línea ascendente de resultados, pero aquel papel ya no le pertenecía a Wawrinka. Si querían perfección, magia y brillantez, se habían equivocado de suizo.
Pese a los múltiples tropiezos que el número cuatro del mundo fue escribiendo a lo largo del curso, al final consiguió cerrar el calendario con otra gran actuación. Unas semifinales con sabor a victoria en la Copa de Maestros nos refrescaron la memoria de lo visto en territorio oceánico, representación, pero con triunfo, que se repetiría sobre la arcilla de Lille, esta vez con la Copa Davis en juego. Wawrinka ponía el punto y final a un 2014 en el que había ampliado su palmarés con los tres títulos más importantes de su carrera, aplazando un posible asalto al top-3 para la próxima temporada. “Que se prepare para perder 2000 puntos en enero”, exclamaron –como siempre– los valientes. Parece que Stan los escuchó, por eso con la entrada del nuevo año decidió revalidar su trono en Chennai sin ceder un set por el camino. Coric, Muller, Goffin y Bedene. Los cuatro tuvieron las mismas oportunidades de batirlo que el que se encuentra en este instante en el teclado.
¿Quién apostaría estas dos semanas por Wawrinka? Puede resultar confuso, pero resulta más inverosímil ahora que hace un año. Pese a tener ya un Grand Slam en el bolsillo, pese a mantenerse todo el curso anterior entre los cuatro mejores, incluso pese a tratarse del actual campeón defensor. Las casas de apuestas no creen en cuentos de hadas y sitúan los integrantes del Big3 como los grandes favoritos, pese a la los acordes de relevo que ya empiezan a sonar en el vestuario. Nishikori, Raonic, Cilic, Dimitrov, Gulbis o Dolgopolov opositan a ser parte de ese cambio generacional que obligue a repartir las grandes recompensas en más de tres zurrones. Melbourne y Nueva York pudieron dar buena cuenta de ello. Por todavía falta gente, falta gente. La batalla se libra a tres bandos, con un nuevo escuadrón compuesto por los Kyrgios, Coric, Vesely, Thiem, Sock, Tomic y compañía, definidos por una dosis tan brutal de talento como no se recuerda desde hacía una década y dispuestos a quemar etapas con la osadía de quien cree que puede conquistar el mundo. Todos ellos chocarán bajo el sol de Melbourne con el objetivo de empezar el curso un paso por delante del resto.
Una cosa no ha cambiado. Las votaciones de cada año ponen al Open de Australia como el mejor de los cuatro Grand Slam. Puede que sea por su buena temperatura –en ocasiones, excesivamente buena–, por el excelente cuidado de las pistas, por el genial trato a los medios de comunicación o por el servicio sobresaliente que los jugadores reciben desde que aterrizan en el continente oceánico. Sí, puede ser. Para un aficionado como yo, la respuesta a la pregunta habita en los cuatro meses de espera que han transcurrido desde septiembre a enero, colmados de una pretensión por volver a ver un cuadro con 128 jugadores y una gran corona en juego. Gracias a dios, ya hablo en pasado. Se acabaron las tonterías, las exhibiciones y los calentamientos, por fin arranca la primera gran cita de este 2015. Wawrinka mueve ficha.
* Fernando Murciego es periodista.
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