"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
El día que iba a campeonar, Mario Alberto Kempes se levantó a las 9,30 de la mañana. Era domingo. El último domingo de junio de 1978. Día 25. No desayunó. Porque no desayuna nunca y porque no le entraba nada. No fue largo el día. A las 15,30 disputaban la final del Mundial de fútbol en el Monumental de Buenos Aires. Contra un equipo (Holanda) que ya les había goleado dos veces. Los que siguen son sus recuerdos detallados de aquel domingo inolvidable.
PARTE 1: DEL DESAYUNO AL CIGARRILLO
Para el Matador Kempes, el día de la final empieza a las 9,30 y transcurre rápido, sin apenas probar bocado. A mediodía suben al autobús que les llevará al estadio. Como siempre, se sienta en la última fila junto a Héctor Baley. Y ahí encienden un cigarrillo a medias, el de la cábala, con la aquiescencia de Menotti, que quizás también iba fumando…
PARTE 2: MENOTTI HABLÓ 5 MINUTOS
Los nervios enmudecían al equipo. Eran gente tranquila, pero la responsabilidad fue tan grande que pasaron en silencio las últimas horas. El Flaco Menotti dio la charla, que duró lo que dura un cigarrillo, apenas cinco minutos. Y la alineación, que todos se sabían de corrido, incluido el lesionado Ardiles.
PARTE 3: EMPIEZA LA FINAL Y ESTÁN DE SIESTA
Kempes salta el último al campo, sólo cuando ya han caído todos los papelitos. Hacía frío en Buenos Aires, pero Kempes sentía calor. Sólo había “tres o cuatro holandeses en las gradas”. No estaba Cruyff, pero Holanda domina el partido y puede marcar dos veces en 20 minutos. Argentina entra dormida al partido y quien la despierta es el Pato Fillol. “Cuando el Pato nos despertó de la siesta, empezamos a jugar nosotros”, se pellizca Mario.
PARTE 4: AL SUELO, LARROSA Y EL PALO
Haan y Krol le ven, pero jamás pensaron que el Matador se tiraría al suelo para marcar el primer gol. Nunca antes lo había hecho, pero esta era una ocasión especial y se fue al pasto. Gracias a Jongbloed, por cierto, por aquella salida errónea. Dick Nanninga será el bigardo que Omar Larrosa jamás olvidará. Toda Argentina tira el fuera de juego menos Larrosa, que se queda enganchado y concede el empate. Y luego llega Rensenbrinck: minuto 90 con 14 segundos, remate al palo. A un milímetro del infierno, a un paso de la gloria...
PARTE 5: ¿QUIÉNES ME DEFENDÍAN? NO LO SÉ…
Antes de la prórroga, Menotti les dice que los holandeses están muertos. Pero Kempes ni le escucha ni se entera. Y tampoco sabe quienes son los dos defensas holandeses que pelean con él para evitar el segundo gol (minutos 105). “¿Quiénes eran? No lo sé…”. Falta un cuarto de hora y Argentina tiene más aire que Holanda, que ha perdido los poderes de la ‘naranja mecánica’. Y el tercer gol de Bertoni ya es la Copa Mundial.
PARTE 6: LA COPA SE MIRA, PERO NO SE TOCA
Campeones. La camiseta de Kempes es para Neeskens. Olguín le presta otra con el dorsal 14. Para aquella Argentina de los desaparecidos y asesinados, su selección consigue una victoria balsámica. Y un zarpazo que su fútbol histórico necesaitaba. El Kempes universal toca el techo supremo. Pero no toca la Copa. Pasa por su lado, pero ni la toca, ni la levanta, ni la abraza. ¿Por qué? Porque se organiza tal algarabía en el podio que no consigue rozarla siquiera. Ha sido el jugador clave del triunfo, pero en el festejo prefiere quedarse en un segundo plano, como degustando el placer de la victoria indestructible. Treinta y dos años más tarde, se reunirá por fin con la Copa. La tocará y le dará un beso casto.
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