El silencio es el ruido más fuerte, quizá el más fuerte de los ruidos. Manuel Pellegrini no alza la voz, engullido en la elegancia de una cadencia infinita, cuyos profundos ojos azules suplican clemencia y un retorno fugaz al anonimato, como pidiendo perdón por las molestias. El entrenador chileno no es hombre de palabras sino de hechos. Siempre correcto, rara vez se le ha escuchado una afirmación fuera de tono, tan a la orden del día en estos tiempos. Pellegrini promulga su doctrina sobre el césped, lejos de micrófonos y focos, donde su 187 centímetros de estatura secretan fútbol a borbotones, engrandeciendo aún más su pose de hombre renacentista cuyo silencio es su arma, el arma de los invisibles.
Bajo su batuta, el Málaga hizo historia este miércoles, metiéndose entre los ocho mejores equipos del continente con un fútbol vistoso, perfectamente engrasado en cada uno de sus flancos y directo al corazón rival. Manuel Pellegrini se convirtió en el primer técnico de la historia de la competición en clasificar a dos equipos debutantes para los cuartos de final, y como sucediera en Villarreal, envolvió de magia e ilusión a toda una ciudad que a día de hoy sueña en azul y blanco. Pellegrini ha logrado lo imposible, que es hacer grandes a los pequeños, ubicarlos en el panorama internacional, de modo que en Londres saben que a 66 kilómetros de Valencia y a 8 de Castellón se encuentra un reducto futbolístico de 50.000 habitantes cuyo apodo proviene de una canción de sus adorados The Beatles. Por otra parte, en Milán y Oporto, la Costa del Sol dejó de ser un mero destino turístico para convertirse en su Waterloo particular, en un campo de batalla donde el general Wellington llevaba el número 22 a la espalda y repartía balones cargados de pólvora.
Manuel Pellegrini suma y sigue, guardando en sus bolsillos constelaciones enteras de recuerdos y reconocimiento. Ya son nueve años fuera de su tierra, donde entrenó en Chile, Ecuador y Argentina, consiguiendo títulos en todos ellos, para luego recalar en Villarreal, donde sus méritos son de sobra conocidos y le permitieron entrenar a un Real Madrid inmiscuido en las urgencias y cuyo entorno, en su búsqueda del santo grial azul y grana, se lo llevó por delante. El Ingeniero, apodo que sólo en España podía ser utilizado de forma peyorativa, fichó por el Málaga en el 2010, salvándolo del descenso y clasificándolo para la Liga de Campeones un año después, con un elenco de figuras que se partió por la mitad el pasado verano, fruto de la mala gestión del jeque Al Thani. En esos momentos de desgobierno fue cuando Pellegrini mostró sus galones de líder y concienció a la plantilla de que la salvación del club pasaba por sus botas. Su honestidad y franqueza caló hondo en el vestuario, que ha respondido con firmeza hasta el día de hoy, cuando algunos incrédulos aún recuerdan que hace cinco años el Málaga C. F. estaba luchando por su supervivencia en los campos de Segunda División. El nombre de Pellegrini ya suena para proyectos de mayor envergadura, pero su obra en Málaga aún se encuentra inacabada. Todavía falta el mejor momento, en el que cada hincha del club dejará su día a día en la mesita de noche y soñará con pases al espacio, goles en el descuento y trofeos plateados que reflejan una Rosaleda enfervorizada, agitando sus bufandas en un ritual frenético. Todo eso ha conseguido Manuel Pellegrini, bajo el abrigo de la humildad y la elegancia de sus silencios, que han detonado en toda España y parte del extranjero.
* Sergio Pinto es periodista.
– Foto: EFE
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal