Roman Abramovich tenía un capricho: ganar la Champions League para su juguete llamado Chelsea. El título le costó 900 millones de euros, que se dice pronto. Lo que no sabía el magnate ruso era que lo ganaría en su temporada más insospechada, la 2011-12. Los londinenses acabaron hundidos en la Premier League, pero en Europa tenían una cuenta pendiente, y la saldó un elefante.
Desde que Abramovich llegó al Chelsea en 2003, el club londinense no ha parado de hinchar el mercado futbolístico. En sus nueve temporadas hasta llegar a conquistar la Champions, el empresario ruso se gastó una media de 93 millones cada verano. Seguramente su jugador más influyente lo fichó en su segunda temporada. Es Didier Drogba, que venía de brillar en el Olympique de Marsella.
En la 2004-2005, aquel equipo repleto de estrellas como Robben, Carvalho, Lampard y comandado por un tal José Mourinho se paseó en la competición doméstica, pero se estrelló en la semifinales de Champions contra el Liverpool. El gol fantasma de Luis García todavía escuece en Stamford Bridge.
Los años pasaron, Mourinho se fue, pero Drogba permaneció. El núcleo fuerte del Chelsea se mantuvo y el premio llegó en 2008, con la final de la Champions ante el Manchester United. Drogba había conducido con liderazgo y goles al equipo hasta la final, pero se le atragantó. No apareció en los momentos clave y en los minutos tensos se le escapó un bofetón a Vidic que le costó la expulsión. El marfileño ya no pudo estar en la tanda de penaltis que consagró a Van der Sar y sumió a Terry en la más profunda de las pesadillas.
Volvieron a pasar los años, pero allí seguían los Terry, Lampard, Cech y Drogba, como si estuvieran esperando otra señal, una recompensaa a su fidelidad eterna al Chelsea. Estas vacas sagradas fueron las que hicieron que se marchara André Villas-Boas antes de tiempo y llegaraa Roberto Di Matteo en el banquillo. Se hundieron en la Premier League, sí, pero se cargaron al F. C. Barcelona de Pep Guardiola en semifinales. En la final les esperaba el Bayern Múnich, que jugaba en casa.
El Chelsea jugó a su estilo: a verlas venir y contraatacar, rácano en la forma, pero fiel a sus creencias. El Bayern pudo cerrar el partido en la primera parte, pero no fue hasta el minuto 38 de la segunda cuando Müller adelantó al equipo de Louis van Gaal. Entonces llegaron los minutos de protagonismo de Drogba: él solito se sacó un testarazo imposible en el 88 para igualar el resultado, y antes que empezara la prórroga provocó un penalti sobre Ribéry. Cech evitó la catástrofe inglesa parando la pena máxima a un viejo conocido, Robben.
El destino parecía querer recompensar al Chelsea, porque el Bayern volvió a perdonar en la prórroga. Al fin, los penaltis y el resbalón de Terry en la mente de toda la hinchada. Ni Mata, ni Torres ni Malouda tomaron la responsabilidad del penalti decisivo, fue Drogba, líder moral del equipo, el que lo hizo. Era su partido y no falló ante Neuer. Quizás, los 34 millones mejor invertidos por Abramovich.
* Josep Rexach.
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