"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Miradas / Fútbol / Historias / Mundial Brasil 2014
Tan injustos como dignos, a veces buscados cuando las piernas ya no responden tras 120 minutos de juego o el rival está ensañándose en tu área. Es el final de la igualdad, allí dónde el cansancio da paso a la excitación de los nervios y un único equipo puede seguir con vida. Los aficionados los amamos, vibramos con los penaltis, pero lo cierto es que tienen un lado malvado, trágico y que uno de los dos equipos no puede esquivar. Antaño, en los partidos de eliminación directa en los que se terminaba en empate después de la prórroga, se podían hacer dos cosas: jugar un partido de replay, algo muy racional que todavía hoy en día se hace en la FA Cup, o bien utilizar el método más antiguo y arbitrario del mundo, lanzar una moneda al aire. No, no es ninguna broma. En la Eurocopa de 1968, Italia se clasificó para la final gracias a este método tan sofisticado. No quiero imaginarme la cara que se les quedaría a los pobres de la URSS, que vieron cómo una simple moneda les apartaba de la Eurocopa para la que eran favoritos, e Italia se coronaba campeona por primera vez en su historia.
Si juntamos el factor penalti con la competición más importante del fútbol, el Mundial, entonces el dramatismo de la tanda de penaltis se convierte en un espectáculo malvado. Esta situación se ha dado solo dos veces en la historia y, por suerte o por desgracia, Italia siempre se ha visto involucrada. La última vez fue en 2006 en Alemania. Muchos recordarán aquella final por el cabezazo de Zidane en pleno esternón de Materazzi, otros, por el penalti transformado por Grosso que dio el cuarto mundial a los azzurri. Italia gritó al unísono. En aquel preciso momento, muchos tifosi contenieron la alegría por un momento y esbozaron una tímida sonrisa recordando a Il Divino, Roberto Baggio.
Luis Aragonés dijo una vez que nadie se acuerda del subcampeón, pero la final del Mundial de Estados Unidos de 1994 es la excepción de esa regla definida por el Sabio de Hortaleza. El peor efecto de aquel partido fue el error de Baggio, uno de los mejores jugadores de la década de los noventa cuya figura se ha visto difuminada por culpa de ese penalti mal ejecutado. Cuando la gente rememora esa final, se acuerda de Baggio, el gran derrotado. El delantero estaba en el mejor momento de su carrera: había ganado el Balón de Oro aquella misma temporada en la filas de la Juventus. Exquisito, pero eléctrico, con un golpeo del balón matemático y dotado de una gran técnica que le permitía coger el balón y correr con gran furia hasta el área. Eliminó a España en cuartos con un gol en el minuto 86 y barrió a la Bulgaria de Stoichkov con un doblete que hizo levantar la Italia de un recién llegado al poder Silvio Berlusconi.
En la final, ante Brasil, Baggio recogió la responsabilidad de tirar el quinto penalti, el amargo, el que permitiría a Italia seguir con vida o el que la mandaba a casa como subcampeona. Il Codino, que en italiano significa coleta, tiró alto, demasiado alto y encumbró a Cláudio Taffarel como ídolo de Brasil, que volvía a coronarse después de veinticuatro años. Los astros, a veces, tropiezan con la mala suerte y pequeños detalles les privan de convertirse en leyenda. Con Baggio se tiene esa sensación. “Lo que pasó ese día nunca lo voy a superar. Pero me ha tocado admitir que la vida, con sus altas y sus bajas, sigue adelante”, dijo una vez Baggio, que al ver el gol de Grosso seguramente también se le escapó una sonrisa.
* Josep Rexach.
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