Es impensable ponerse a escribir del Tottenham sin mencionar a Gareth Bale. El traspaso más caro del verano –y, probablemente, de la historia– ha condicionado sobremanera a un equipo que no tenía intención de desprenderse del talentoso galés. No es fácil realizar una transición ambiciosa y al mismo tiempo moderada. El Tottenham no lo ha dudado y con el dinero recaudado ha fichado e invertido la mayor parte en los jugadores de tres cuartos de campo más prometedores dentro del mercado europeo.
Es curioso. Llamó mucho la atención que la parcela técnica se centrase tanto en reforzar esa zona del campo, quizá temerosos de provocar un vacío enorme tras la marcha de Bale. Uno se pone a enumerar y le salen dos líneas por detrás del delantero perfectamente titulares (Townsend-Eriksen-Sigurdsson o Chadli y Lennon-Holtby-Lamela).
El buen inicio de temporada por parte del equipo londinense ha quedado, en parte, empañado por sus enfrentamientos contra los grandes. Primero ante el Arsenal como visitante (1-0) y, más tarde, en White Hart Lane, un empate que supo a poco ante el Chelsea. Fue tremendamente superior en la primera mitad, con Paulinho en modo imperial. La presencia del brasileño está siendo fundamental para que el Tottenham lidere los partidos, al menos en posesión y control de balón. Paulinho y Dembélé son la pareja que hasta el momento se ha impuesto ante el resto. Capoué impresionó en su estreno, pero una lesión en el tobillo le ha impedido seguir progresando. La impresión es que, si al Tottenham no le acribillan las lesiones durante la temporada, el fondo de armario es suficiente para jugar con solvencia las cuatro competiciones, algo de lo que quizá solo pueda presumir Manchester City y, quizá, el Chelsea en el resto de Inglaterra.
La profundidad de plantilla se puede observar muy bien en el segundo partido del Tottenham en esta edición de la Europa League. El equipo inglés viajó a Rusia para visitar a un mermadísimo Anzhi y Villas-Boas, fiel a la idea de dar siempre más importancia a la Premier que al resto, alineó un once de suplentes. Pues bien: Lloris; Walker, Chiricheș, Kaboul, Fryers; Dembélé, Sandro; Lamela, Holtby, Chadli; Defoe. Ocho cambios respecto al once del partido de liga ante el Chelsea. Sorprendente y positivo.
Algunos que no hayan seguido de cerca al Tottenham en este inicio de temporada se pueden preguntar, de forma lícita, por qué Villas-Boas no está dando entrada en el once a Lamela y sí a Townsend, jugador con menos caché que el argentino. El motivo no es otro que futbolístico: el nivel del inglés está siendo alto y, lo más importante, ha ido de menos a más. Los primeros 45 minutos ante el West Ham son un fiel reflejo de la realidad que se vive hoy por hoy en White Hart Lane. Villas-Boas lo sabe y, al igual que en Stamford Bridge, no le tiembla la mano para dejar a una de sus estrellas en el banquillo (30 millones pagó el club a la Roma).
Otro de los cambios no esperados, una vez llegado el mes de octubre, se encuentra en la delantera. Roberto Soldado comenzó con buen pie su andadura en Londres marcando dos goles en los dos primeros partidos (de penalti). Los problemas de regularidad de Eriksen –diferencial en el último pase– provocaban que en ciertos partidos, los de más exigencia (contra el Arsenal), el español fuera una isla en el océano. Defoe aprovechó su titularidad ante el Anzhi marcando el primer gol y Villas-Boas lo recompensó dándole un puesto en el once ante el West Ham. Da la sensación de que el delantero inglés ofrece más apoyos de los que da Soldado, pese a ser un delantero asociativo.
Pero no tuvo suerte el delantero inglés. Ni él ni su equipo. Pese a la gran primera parte de Townsend y, en líneas generales, del equipo (faltó el último pase en la línea de tres cuartos y definición ante la portería), el Tottenham cayó estrepitosamente ante el West Ham por 0-3. El equipo visitante se aprovechó de las carencias del conjunto de Villas-Boas: se encerró atrás, minimizó riesgos tras las pérdidas y a través del balón parado y, posteriormente, de los contraataques culminó un excelso partido en clave de equipo pequeño contra equipo grande. La presión que planteó el entrenador portugués no sirvió.
El Tottenham sufre mucho tras las pérdidas, obvio viendo quién conforma el doble pivote. Dembélé y Paulinho son dos futbolistas que quieren el balón, que quieren ser los que inicien o filtren a zona de tres cuartos. Ninguno es de corte defensivo (sí lo son Capoué o Sandro). Por lo tanto, el escenario propicio para un rival inferior al Tottenham es evidente: encerrado atrás, con el rival dominando la posesión, pero sin poder jugar de forma cómoda entre líneas y volando con el objetivo del contraataque tras la recuperación. Especialmente por el costado izquierdo del ataque, donde está Walker, uno de los laterales con mayor proyección ofensiva de la Premier, pero que deja un hueco que ninguno de los medios del doble pivote alcanza a cubrir. El repliegue es negativo en muchas ocasiones.
Pero esto no sucede siempre que el rival plantea esa situación. Hay un jugador especial en la plantilla que acaba de llegar este verano. Es Eriksen y, cuando le apetece, su equipo desarbola cualquier cerrojo. Su primera mitad ante el Chelsea atestigua la primera afirmación. Su partido el pasado domingo ante el West Ham, la segunda. Irregular como pocos, es sin duda la nueva piedra sobre la que se debe cimentar este renovado Tottenham. Eso sí, siempre que el propio jugador esté por la labor y no recuerde a ese prototipo de mediapunta talentoso e irregular que derrocha calidad a rachas. En definitiva, Villas-Boas tiene la última palabra para conseguir un equipo que tiene talento y falta de oficio.
* Carlos Jiménez Barragán es periodista.
– Foto: Reuters
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