Luces y sombras de la era Toril

por el 25 noviembre, 2013 • 6:10

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El 19 de noviembre, después de que la noticia se rumoreara durante toda la tarde, el Real Madrid hizo oficial la destitución de Alberto Toril como entrenador del primer filial. Se ponía fin así a una etapa de casi tres años –llegó en enero de 2011– del técnico cordobés al frente del Castilla, en un total de seis años trabajando en la cantera del club. Una etapa marcada por una clara evolución positiva del filial y sus jugadores; una etapa en la que la cantera, de la mano de Toril y gracias a una generación brillante, había vuelto a reclamar un lugar propio dentro del Real Madrid. Por esa razón, y pese a que la situación del Castilla en la clasificación de la segunda división parezca motivo suficiente para echar a cualquier entrenador, la noticia del despido de Alberto Toril cayó como un jarro de agua fría entre la mayoría de habituales al Castilla.

Haríamos mal en achacar su despido al puro resultadismo, así como en endosar toda la culpa de la pésima trayectoria del filial al ya exentrenador y sus jugadores. Dentro de esa complejidad interna que es todo club de fútbol, el Castilla ha ocupado siempre un lugar difícil: otrora olvidado por directivas y la mayor parte de los aficionados, estas dos últimas temporadas ha sido a la vez motivo de orgullo, arma arrojadiza y bastión de muchas tendencias.

Ahora, hundido en lo más hondo de la clasificación, queda en tierra de nadie. Analizamos las causas que han llevado a esta situación y los factores que han provocado el despido de un entrenador que, con sus errores y sus aciertos, ha dejado una profunda huella en Valdebebas.

LA DESCOMPOSICIÓN DEL MEJOR FILIAL DE ESPAÑA

No vamos a extendernos demasiado en la trayectoria de Toril, porque en este mismo magazine se han publicado varios textos que ilustran su labor como entrenador y su primer año en segunda.

Baste recordar que el técnico de Peñarroya consiguió varios hitos históricos en sus dos primeros años con el Castilla. Para empezar, una vuelta entera invicto después de coger las riendas del equipo tras la destitución de Alejandro Menéndez, que llevó al Castilla de estar rozando el descenso a tercera a jugar los playoffs de ascenso a segunda. Posteriormente, el ascenso la temporada siguiente, con el equipo primero de grupo, arrollando literalmente al Cádiz (0-3 en el Carranza; 5-1 en el Di Stéfano), entrando a la división de plata por la puerta grande, con, además, el título de campeón de 2ª B bajo el brazo.

Su primer año en la segunda división –como ya reseñamos en el Extra semanal nº 15– arrojó, a pesar de todas las dificultades inherentes a la nueva categoría, un claro balance positivo que se materializó en la posición final del equipo: octavo. Esa posición, sumada al anecdótico hecho de quedar unos puntos por encima del F. C. Barcelona B, fue utilizada por el club y sus medios de propaganda para presentar al Castilla como el mejor filial de España, con descenso del presidente al campo incluido en el último partido de la temporada para saludar efusivamente a Alberto Toril y sus chicos.

Paradójicamente –o no–, este reconocimiento público a Toril, para muchos todo un gesto de apoyo tras varias polémicas en las que le habían envuelto a lo largo de la temporada, no se tradujo en un mayor peso del entrenador del filial a la hora de decidir fichajes y ascensos. La situación continuó como en los dos años anteriores, en los que el cordobés se encontraba con una plantilla hecha sobre la que apenas tenía voz ni voto –esta afirmación puede parecer exagerada, pero recordemos que al menos dos jugadores, Cristian Benavente y José Rodríguez, fueron ascendidos antes de tiempo al filial debido a la presión de sus agentes–. Siguió siendo así a pesar de que en verano se extendió el rumor, que por algunas palabras de Florentino parecía tener visos de realidad, de que Alberto Toril se había convertido en director de la cantera, sustituyendo a esa opaca figura llamada Ramón Martínez. A comienzos de septiembre, el propio entrenador aclaraba de forma tajante su situación: «Yo no hago plantillas, sólo entreno».

Este verano, el lógico proceso de renovación de un filial terminó de diluir la columna vertebral sobre la que se había asentado el Real Madrid Castilla. Los últimos supervivientes de aquella primera plantilla de 2ª B abandonaron el filial: algunos, como Nacho o Morata, lo hicieron rumbo al primer equipo; otros, como Juanfran o Cheryshev, buscaron en otros clubes de primera una salida. Especialmente sonado y polémico fue el caso de Álex Fernández, canterano al que, después de una década en el club, se llegó a apartar del equipo para forzar una renovación en unos términos abusivos, que planteaba otros cuatro años en el filial, sin posibilidad de subida al primer equipo o cesión, para un chaval que ya superaba los veinte años.

El Castilla se veía obligado a renovarse como sucede con cualquier filial. Pero al contrario que en la mayor parte de clubes, la directiva –específicamente, Martínez– no parecía demasiado interesada en facilitar esa renovación. A los pocos jugadores que permanecían en el equipo se le unió un buen número de futbolistas procedentes del C, alguno realmente interesante, como el polivalente defensa Diego Llorente, la gran promesa de la portería Fernando Pacheco –que había debutado con el primer filial a finales de la temporada anterior– o la revelación del Real Madrid C, Jorge Franco, Burgui. Con el ascenso definitivo de tres jugadores como Benavente y Raúl de Tomás, y esperando que José Rodríguez diera un paso al frente y se hiciera con ese centro del campo que la salida de Álex Fernández había dejado huérfano, se configuraba una plantilla muy joven en la que se evidenciaba la necesidad de un varios fichajes con experiencia.

Toril dio una lista de jugadores que se adaptaban a su sistema, de los cuales no llegó ninguno –aunque sí dio su visto bueno a Jaime Romero, cedido del Udinese–. Ni uno solo de los restantes chicos que fueron cayendo, todos cedidos o libres, eran del gusto del entrenador. Además, sólo uno de ellos, el defensa Jorge Pulido, pudo hacer la pretemporada con el equipo. Alguno llegó con la liga ya empezada, como Antonio Rozzi, guinda a un período de traspasos que había parecido más bien un sainete, cuyo punto culminante había sido el fichaje de Kiko Femenía, que llegaba libre del Barça B. El resto de incorporaciones fueron Leandro Cabrera y Cristian Gómez, este último parte del traspaso de Álex Fernández al Espanyol.

Se cerraba el período de fichajes y el Castilla había sustituido a los Jesé, Morata, Nacho, Mosquera, Juanfran y compañía por una mezcolanza de talentos demasiado verdes –Raúl de Tomás, Benavente–, viejos guerreros del Real Madrid C –Sobrino, Belima, Aguza–, incorporaciones de dudoso criterio y tan sólo dos futbolistas que habían sido titulares habituales el año anterior –Borja García y el capitán, Jorge Casado–. Y así afrontaba el filial su segunda temporada en la categoría de plata: descompuesto desde los cimientos.

EL DESCENSO AL POZO DE SEGUNDA

La pretemporada fue escasa, mal gestionada –resulta como poco curioso que el Real Madrid C tuviera mayor número de partidos de pretemporada que el Castilla– y la mayoría de los compromisos se cubrieron con jugadores del Juvenil A que ni siquiera formaban parte de la plantilla, más los jugadores castillistas que quedaron tras los últimos movimientos –destaca por ejemplo que Óscar Plano, delantero fijo en el once durante la pretemporada, fichara por el Alcorcón en los últimos días de mercado–. Así, se llegaba con muchas dudas a la primera jornada de liga.

Si las sensaciones en pretemporada no fueron excesivamente buenas, el inicio resultó directamente demoledor: el Castilla no sumó ningún punto hasta la octava jornada, donde una victoria 2-0 frente al Lugo le dio los primeros tres puntos, aunque en lugar de un punto de inflexión, esa victoria fue tan sólo un espejismo en el desierto. El equipo no volvió a puntuar hasta tres jornadas después y tuvo que esperar otras dos para volver a ganar. La agónica victoria frente al Alavés representó otro aislado oasis: una contundente derrota 6-0 en casa del Eibar terminó de condenar al Castilla y a su entrenador. En el momento de la destitución de Toril, el Castilla era colista con 7 puntos, a 5 puntos del siguiente clasificado y a ocho de la salvación. Un abismo para un equipo que contaba con tan sólo 7 goles a favor frente a 23 en contra.

Pero lo cierto es que estos demoledores datos no reflejan de ninguna forma el juego del equipo. Salvo la contundente goleada ante al Eibar, el Castilla había perdido casi todos sus partidos por tan sólo un gol de diferencia. Toril, pese a las dificultades, seguía fiel a su idea: el filial continuaba intentando –y a veces consiguiendo– desplegar el juego rápido y vistoso que le había caracterizado. El equipo no varió de esquema una sola vez durante esos catorce partidos. A pesar del descenso de calidad respecto al año anterior, podríamos decir que el Castilla seguía teniendo efectivos para imponer su forma de juego: lo único que fallaba era el gol. Un elemento muy importante en el sistema de Toril, donde se prioriza marcar goles a no encajarlos –justo al contrario que en la mentalidad de su nuevo entrenador, José Manuel Díaz, que incide, ante todo, en la importancia de la portería a cero–. Todos los partidos parecían seguir el mismo guion: un fallo puntual en la defensa, o incluso del portero –tanto Pacheco como Yáñez cometieron fallos clamorosos en un par de encuentros–, condenaban al Castilla. Lo cierto es que estos errores en defensa ya existían el año pasado; hasta bien avanzada la temporada no se consiguió dominar esta faceta del juego. La diferencia es que esta vez no había ningún Jesé Rodríguez, Juanfran, Morata o Cheryshev que sacara al equipo adelante con sus goles.

Porque la falta de acierto cara a puerta es, sin duda, el mayor defecto del actual Castilla. Un defecto absolutamente devastador: los delanteros del equipo (Rozzi, Raúl de Tomás y Sobrino) llevan la friolera de cero goles entre todos. El pichichi, con tres goles –los tres de penalti– es el centrocampista Omar Mascarell. Los otros goleadores son Burgui (dos tantos), Jaime Romero y Jorge Casado: tan sólo cuatro jugadores del filial han visto puerta en estos catorce partidos. Un dato suficiente para tumbar a cualquier equipo.

El resto de posiciones del campo, sin ser brillantes, no son especialmente malas. En la mayoría de partidos el balón llega con fluidez a los delanteros. El Castilla, de hecho, es el equipo que más dispara a puerta en toda la categoría.

Otros errores de este equipo también son congénitos: tanto en la temporada pasada como en la anterior costó unos meses consolidar defensa y, sobre todo, el mediocampo. En el Castilla, el estado de forma de sus centrocampistas es más determinante de lo que podría parecer en un equipo que tradicionalmente ha recurrido tanto al contragolpe y las bandas. Precisamente por esa tendencia a alinear laterales ofensivos y de gran recorrido –Casado, Carvajal, Fabinho, Juanfran; la lista es interminable–, una pareja de mediocentros sólida siempre ha resultado vital para apoyar a los centrales. Jugadores como Álex Fernández o Pedro Mosquera llegaron a jugar en ocasiones como tercer central a todos los efectos.

Estos defectos se han mantenido este año, con el agravante de que los jugadores que se esperaba que dieran un paso al frente son, precisamente, centrocampistas. Cristian Gómez ha sido una decepción absoluta; el talentoso Sergio Aguza desapareció después de treinta minutos nefastos; Benavente ha tenido muy buenos minutos, pero siempre lastrado por las lesiones y las convocatorias con la selección peruana. El caso más sintomático es el de José Rodríguez: la salida de Álex Fernández le dejaba como el virtual jefe del mediocampo del equipo, y sin embargo, salvo un par de buenos partidos, el jugador que maravilló en su debut en Copa del Rey con el primer equipo ha continuado con su irregularidad en el filial. En el sitio que debería ocupar él se ha erigido un Omar Mascarell a quien casi nadie esperaba. El tinerfeño es de los pocos que puede decir que no ha naufragado completamente en este inicio de temporada.

La salida de tantos jugadores y la heterogeneidad de la nueva plantilla ha propiciado cierta falta de cohesión y, sobre todo, la ausencia de un líder claro. El veterano Casado no es mal capitán, pero no puede echarse a espaldas al equipo como hacían, en años anteriores, Jesé Rodríguez, Álvaro Morata o Álex Fernández. Se echa muchísimo de menos a un futbolista que, en los momentos difíciles, tire del carro y lidere al equipo. El descalabro frente al Eibar fue un gran ejemplo: cada jugador hacía la guerra por su cuenta; ninguno fue capaz de dar un paso al frente e intentar la remontada.

Eso es, en el fondo, lo que más se echa en falta del actual Castilla: ese espíritu de remontada, de búsqueda de lo imposible, de no rendirse jamás ni dejar de intentarlo. El Castilla ha perdido completamente su vértigo, su imprevisibilidad, su tendencia a la épica. Y al hacerlo, es como si hubiera perdido sus mismas señas de identidad.

MORIR CON UNA IDEA

En este contexto, el gran fallo de Toril ha sido eso que tantas veces le habíamos alabado: permanecer fiel a su idea. Si en el análisis que hicimos de la temporada anterior destacábamos que el cordobés había llegado a plantear algunos sutiles cambios en su método, este año no fue así. Toril mantuvo férreamente su sistema y acabó muriendo con él.

Hay que destacar que, pese a contar con un esquema fijo –el conocido 4-2-3-1 de La Fábrica–, no ha pecado el entrenador andaluz de conservadurismo a la hora de configurar las alineaciones. Podemos afirmar que Toril probó prácticamente cualquier combinación posible. El Castilla, en catorce jornadas, ha alineado ventiún jugadores: sólo Jacob y Mejías (porteros), Noblejas (lesionado) y Belima han quedado inéditos. Por el once titular han rotado jugadores durante las primeras jornadas hasta que el entrenador acabó por encontrar un equipo más o menos fijo.

No obstante, hay futbolistas que tampoco han dispuesto de los minutos suficientes para demostrar nada. Obviamente nadie conoce lo que pasa en los entrenamientos mejor que Toril, pero resulta curioso que un jugador como Sergio Aguza, uno de los fijos en el C de Díaz, centrocampista con un fino olfato de gol, sólo haya jugado 64 minutos, desapareciendo fulminantemente del equipo tras aquel partido donde fue sustituido, junto a José Rodríguez, en el minuto 30. Otro futbolista que goleaba en el C, Rubén Belima, ni siquiera ha llegado a debutar.

Todo entrenador tiene, evidentemente, sus preferencias personales, y Alberto Toril ha sido siempre muy claro con las suyas. Ya lo comentamos en nuestro análisis de su primera temporada en segunda división: se aferra a determinados jugadores, los convierte en sus indispensables y les otorga su plena confianza hasta el mismísimo final. Esta temporada se la ha jugado con De Tomás por delante de Rozzi y Sobrino, o José Rodríguez por encima de Cristian Gómez o Torró.

Es fácil decirlo a posteriori, pero la apuesta, evidentemente, le ha salido mal.

BALANCE FINAL

Llega el momento de valorar el paso de Alberto Toril por la cantera del Real Madrid, incluyendo no sólo su fase al frente del Castilla, sino sus años dirigiendo a Juvenil A y Real Madrid C. Empezaremos por los datos objetivos que arrojan los números:

El Real Madrid C fue el primer equipo del que el cordobés tomó las riendas (2008/2009), cuando se hallaba en claro peligro de descenso. Lo dirigió durante 12 partidos, de los que ganó 7, empató 4 y perdió 1. El segundo filial blanco salvó la categoría.

En la temporada 2009/2010 se le encomendaría el talentoso Juvenil A, al que entrenó durante temporada y media. En la primera, jugó 40 partidos de los que ganó 28, empató 7 y perdió 5. El División de Honor madridista se proclamó ese año campeón de liga, de Copa Campeones y rozó el triplete con un subcampeonato en la Copa del Rey. La temporada siguiente, lo dirigió sólo 17 partidos, de los que ganó 15 y perdió 2, antes de que el Real Madrid le ascendiera al Castilla y Tristán Celador le relevara en el puesto.

En enero de 2011 se hizo cargo del Real Madrid Castilla. Dirigió esa temporada 21 partidos, de los que ganó 14, empató 6 y sólo perdió 1, el de la fase de ascenso ante el Alcoyano en el Bernabéu –en El Collao se empató–. De rozar puestos de descenso, el Castilla acabó en tercera posición. En su segunda temporada, de 42 partidos ganó 27, empató 9 y perdió 6. El Castilla quedó primero del Grupo 1 de la 2ª B, ascendió a Segunda y quedó campeón de 2ª B. En su tercera temporada, la primera en Segunda, el Castilla cosechó 17 victorias, 8 empates y 17 derrotas que le valieron para acabar la temporada en octava posición.

Seis jugadores de la actual plantilla del Real Madrid han sido entrenados por el cordobés: Jesé, Morata, Casemiro, Nacho, Carvajal y Jesús Fernández. Obviando al brasileño, que sólo estuvo seis meses en el filial, los demás han trabajado varios años con Alberto Toril, haciendo especial hincapié en Carvajal, Jesé y Morata, a quienes ha moldeado desde juveniles.

Real Madrid aparte, varios futbolistas de primera han reconocido la influencia directa de Toril: Pablo Sarabia y Pedro Mosquera (Getafe), Juanfran Moreno y Juan Carlos (Betis), Álex Fernández (Espanyol) y Denis Cheryshev (Sevilla). A ellos se le debe sumar Joselu Mato, que juega en la Bundesliga (Eintracht Frankfurt), y los numerosos jugadores que salieron de la cantera rumbo a segunda o 2ª B, como Óscar Plano (Alcorcón).

Pero si hay dos jugadores que se han beneficiado del paso de Toril por La Fábrica han sido Álvaro Morata y Jesé Rodríguez. El primero, al que empezó a entrenar en el Juvenil A, entraba en pocas quinielas de futuribles para el primer equipo al ser un delantero centro –puesto ya disputado– demasiado dependiente de rachas y confianza. En su segundo año al frente del filial, Toril obraría la transformación de Morata, obligado por la necesidad de encontrarle hueco en un equipo cuyo delantero indiscutible era Joselu Mato, moviéndole a la banda izquierda y convirtiéndole en un jugador más polivalente, móvil y sacrificado. Fue esta transformación la que hizo que los responsables del primer equipo se fijaran en Morata.

En cuanto a Jesé, talento puro del que se llevaba hablando muchos años –a veces también por alguna censurable reacción dentro del campo–, tuvo su primer contacto con Toril en los seis meses que el cordobés dirigió al Juvenil A antes de ser ascendido al Castilla, y aunque ese mismo año debutó con el primer filial, su actitud no gustó a Toril, que no le subió definitivamente hasta la temporada siguiente. Quienes recuerden al Jesé juvenil y vean jugar al actual podrán valorar la mano del andaluz: Jesé ya no es sólo un extremo explosivo, también puede ser un creativo mediapunta y un delantero certero. Toril no dudó en sentarle en el banquillo en repetidas ocasiones, e incluso dejarle fuera de convocatorias, hasta que consiguió domar a la perla canaria para que adquiriera responsabilidad, compromiso y madurez.

ERRORES Y ACIERTOS
  • Aciertos

– Idea clara de lo que debe ser un filial llevada hasta sus últimas consecuencias.

– Otorgar confianza plena a los jugadores de más talento, haciéndoles crecer.

– La evolución de Morata y Jesé.

– Mantenerse firme en su idea de quién debía o no jugar frente a las presiones internas.

– Gestión de grupo: conseguir enfocar los distintos objetivos de los jugadores y sus distintos grados de madurez hacia la meta común, forjando con ello un equipo.

– Llevar al Castilla a una etapa de esplendor y volver a poner a la cantera del Real Madrid de moda.

– Evolución de jugadores: ser capaz no sólo de potenciar sus evidentes virtudes y limar sus defectos, sino de formar a sus jugadores en nuevas áreas técnicas y tácticas, creando un futbolista más completo y polivalente (casos como Fabinho, Casemiro, Mosquera o Juanfran).

– Surtir de nuevo de jugadores al primer equipo.

  • Errores

– Poca flexibilidad a la hora de adaptar su esquema frente a las dificultades; es más formativo que competitivo.

– Determinados jugadores apenas tuvieron la oportunidad de demostrar si valían o no (Jota, Aguza).

– Con alguna excepción, siempre ha sido muy reticente, ante las descompensaciones de sus plantillas, a recurrir a jugadores prometedores del C o el juvenil, prefiriendo mantener a futbolistas muy cuestionados por la afición.

– Se le ha achacado, en su polémica con Mourinho, cierta connivencia con la prensa. Lo único cierto es que Toril, por la razón que sea, proyecta una buena imagen ante los medios. Y eso, en un club como el Real Madrid, aparentemente resulta mortal.

Bajo el mando de Toril, por tanto, dos equipos en peligro salvaron la categoría (C y Castilla), uno ascendió (Castilla), se lograron tres títulos (campeón de liga juvenil, Copa de Campeones juvenil y el anecdótico pero merecido campeonato de 2ª B para el Real Madrid Castilla) y seis jugadores del filial ascendieron al primer equipo blanco.

Pero la herencia de Toril en el club no puede resumirse tan sólo en la fría estadística: el buen juego del Castilla, la renovada fe en la cantera del Real Madrid, el aumento de la asistencia al estadio Alfredo Di Stéfano, una generación brillante perfectamente gestionada… Esas son las grandes victorias de Alberto Toril, aquellas que no se pueden resumir en números. Victorias que, a pesar del esfuerzo del Real Madrid como institución en ningunear su salida –ni un solo reportaje en la web o televisión oficiales, ni un solo resumen de la trayectoria del que ha sido el técnico de cantera más brillante de la última década– quedarán para siempre en el imaginario del aficionado madridista.

Independientemente de si el Castilla consigue o no salvar la categoría, de si la cantera blanca vuelve a la indiferencia y la mediocridad que durante tantos años la caracterizó, parece claro que Alberto Toril tardará mucho tiempo en ser olvidado.

* Elena González.


– Foto: Daniel Sastre (As)




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