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Miradas / Historias

Luces (y alguna sombra) de la Titan Desert

por el 6 mayo, 2015 • 13:31

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¿Qué haces si tu hijo de 10 años crece hasta hacerse gigante? ¿Sigues dejándole jugar con sus amigos o lo enfocas a la competición? ¿Tratas de hablar con él y educarle? ¿O le imprimes una autoridad sobre la que basar sus próximos pasos, sin capacidad alguna de discusión? Y, en ese contexto, ¿cómo te verá y hablará de ti a los demás, cuando su sueño siempre ha sido ser como tú?

Hace una década no existía la crisis económica. Por lo que plantearse un reto de 3000 euros no era barato, pero se convertía en más posible de lo que es ahora. No es menos cierto que en esa época la sociedad no había entrado en la era de la salud y el deporte. Y ni los maratones contaban con miles de participantes ni las ultra trails las corrían amateurs. Y ni mucho menos los aficionados a la bici se planteaban cascarse seis días pedaleando en el Sahara.

Suele ocurrir que todos somos muy buenos manejando cosas pequeñas. Pero que, aun comprendiendo que seguimos siéndolo si nos dan una grande, la multiplicación de factores externos y el número de personas susceptibles de criticarte aumenta de manera tan exponencial que en ocasiones pareces peor de lo que realmente eres.

Y aun así, si algo no se le puede reprochar a la empresa que tuvo la idea de este eventazo es su gran capacidad logística: mueven seis vuelos chárter entre la ida y la vuelta, transportan a casi 1000 personas a lo largo de una semana, montan y desmontan campamentos a una velocidad brutal en medio de la nada, señalizan un trazado diario de 100 kilómetros para que nadie se pierda, gestionan la comida y la cena de todos los corredores, hospedan en jaimas y hoteles al séquito formado por organizadores, invitados y periodistas (a estos últimos les dan unas grandes condiciones de trabajo siguiendo las etapas desde coches de prensa con conductores locales y facilitándoles internet por cable en lugares donde no hay un núcleo urbano en 20 kilómetros a la redonda)… Organizativamente, salvo por algunas excepciones (o mejor, actitudes) que luego comentaremos, es una prueba de un nivel muy alto dadas todas las circunstancias inesperadas que pueden aparecer a diario.

Contextualizado todo esto, pasemos al asunto que nos atañe. Décima edición de la Titan Desert by Garmin. Una carrera de mountain bike por los caminos pedregosos y arenosos de Marruecos que supera los 600 kilómetros en seis días ininterrumpidos de competición y que se ha convertido en un referente mundial del deporte de aventura y las historias de superación.

Confluyen allí cuatro perfiles muy diferentes: aquellos que buscan un reto como parte de su trayectoria vital, los que son muy aficionados a la bici y van más allá del puro entrenamiento, profesionales del BTT que tratan de encontrar visibilidad y, de un tiempo a esta parte, exciclistas profesionales que dan lustre mediático y competitivo a la prueba.

No me daría tiempo a explicar todos los casos inspiradores que me encontré, pero recomiendo buscar en Google varios: el de Julio Agredano, que tras sufrir un ictus en 2011 a punto estuvo de terminar el recorrido apenas cuatro años después; los de Juanjo López Penyo y Roberto Alcaide, atletas paralímpicos con amputaciones que tomaron la salida sin complejos; o el del exdeportista Iñaki de Miguel, que no se lo pensó para poner sus 2,10 m a pedalear y contra pronóstico cruzó la meta como finisher el último día.

Pero volviendo a la pregunta del párrafo inicial, sucedió que algo eminentemente positivo puede volverse en contra si no se definen protocolos de actuación. Partimos de la base de que por primera vez en su historia la Titan tuvo que cerrar inscripciones en 600 participantes. Que para la quinta etapa ofreció como novedad un trayecto sin señalización alguna y únicamente orientado por navegación GPS. Y que tuvo entre sus figuras a referentes como Óscar Pereiro.

Muchas veces, quieres darle a tu hijo lo que crees que es mejor para él, pero cuando te das cuenta de que no es lo que quiere en ese momento, te asalta la impotencia y tratas de imponérselo pensando que ya te lo agradecerá en el futuro. Piensas que tú sabes más que él y que, aunque se enfade ahora, lo entenderá muy pronto. Pero resulta que eso lo aleja de ti. Y en ocasiones, aunque no quieras admitirlo, es él quien tiene razón.

Ocurrió que la organización, sin previo aviso, cambió las coordenadas del último paso de control. Y cuando los escapados llegaron allí, sólo había desierto. Para cuando lo encontraron (hubo quien no lo hizo) ya habían perdido muchísimo tiempo. Algunos, incluso, la opción de ser campeones. Y en lugar de escucharles se les impuso una decisión. Algo que cualquier organización debe hacer, sin duda, pero obviando algo: esta ha sido y en algunos aspectos sigue siendo una carrera de gente amateur. Que se cabrea, como todos, pero que también se sienta en un briefing a escuchar lo que tienes que decirle. Y quizá, si se hubiera pulsado la opinión de esas personas (algo tan fácil como hablar con ellos mesa a mesa mientras cenaban), se hubiera alcanzado una decisión salomónica. Decía Juan Porcar, director general, que cuando están cabreados no se puede ser amigo de los corredores (lo sabe él de sobra, que fue el primer español que participó en el Dakar), pero de lo que yo estoy seguro es de que es peor acabar siendo enemigo de ellos.

Al final, en lugar de anular el CP4 se penalizó con menos tiempo del esperado a quienes no lo pasaron, y aquí la protesta fue unánime: de los profesionales, porque veían cómo el castigo era menor del esperado; de los que habían sufrido algún percance en carrera, porque a ellos sí les había caído anteriormente la sanción máxima; y de los amateurs, porque al final cada uno tiene un objetivo y lucha por él. Para ellos es tan importante ser el 199 que acabar el 201 les hace pensar que no han estado a la altura tras un año de entrenamiento. Y además, a la sensación generalizada se sumó la desaparición de un participante, que no pudo ser rescatado de un oasis, ya en noche cerrada, hasta las 0:24, seis horas después de cerrarse el fuera de control.

Pero, sobre todo, el error bilateral vino en el trato mutuo entre profesionales y responsables. Los segundos invitan a los primeros, que a su vez atraen a más gente, pero no parecen recordar que son gente que lo ha vivido todo en las mejores pruebas del mundo y que lo único que no perdonan es que la organización admita un error con la boca pequeña. Y los primeros, que ya lo han hecho todo en su vida deportiva, pasan de disfrutadores a reivindicadores y revientan una carrera que no les supone nada a nivel emocional.

Y en medio, un patrocinador que, aunque apoya al máximo la prueba, quizá debería plantearse que en la etapa que lleva su nombre y en la que debería usarse su producto, ceder uno a cada ciclista y que este lo devolviera al llegar no sólo le conferiría una mejor imagen, sino que incluso fomentaría la compra de estos entre aquellos que no se planteaban hasta ahora sus beneficios.

Es posible que, queriendo hacer la Titan más especial de su historia, se hayan encontrado con la más problemática. Y que la buena intención derivara en tensión para escuchar frases como si no te gusta, no vengas destinadas a inscritos en medio de la tensión. Pero todos deben recordar algo: unos, que están allí porque quieren vivir una aventura y que sin duda se la dieron. Y los otros, que viven del boca a boca y de la reputación. Y que saber pedir perdón a tiempo consigue más reconocimientos, lo que se traduce en más comentarios positivos y, como hasta ahora, en más inscripciones cada año.

* David Blay.


– Foto: Titan Desert




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