Por sí mismo, el deporte no posee valores. Es una actividad física neutra. Son las personas, los deportistas quienes construyen dichos valores, quienes -con su forma de actuar- provocan que digamos que el deporte puede ser una escuela de valores. Claro que también puede ser lo opuesto: un pésimo ejemplo, con lo que en ese caso el responsable auténtico es el deportista (o el entrenador o el directivo y, últimamente, incluso el periodista, con esa ansia por el protagonismo que causa furor).
Cuando se produce un incidente desagradable, o a veces dramático o trágico, decimos que tal deporte (pongamos el fútbol) ha generado el problema, pero olvidamos la realidad: esto va de personas. Y en el deporte cada uno se comporta como lo que verdaderamente es. Por eso hay presidentes corruptos, aficionados violentos, deportistas tramposos, entrenadores abominables y periodistas deleznables. En todas esas actuaciones, el deporte solo es el medio que emplean dichas personas para expresar su personalidad. Afortunadamente, hay muchos más que actúan con sobriedad, educación, honradez, elegancia o respeto. Son ellos quienes construyen y aportan los valores del deporte. Y no siempre coinciden con los vencedores o los famosos. Los valores pertenecen al deportista, no al deporte.
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