Quedan poco más de dos semanas para los Juegos Olímpicos y esto parece la antesala del ATP 250 de Bucarest. Con todo el respeto para nuestros amigos rumanos, que son casi de la familia, me parece asombroso el grado de devaluación que ha sufrido una competición que reúne todos los ingredientes para ser, no solo referente en el calendario, sino también fundamental para los jugadores. Para empezar, estamos ante un evento que se disputa cada cuatro años, solo este ítem ya le viste de extraordinario. Segundo, se trata de una prueba en la que no solamente juegas para ti, sino que estás representando a todo tu país. ¿Acaso puede haber algo más especial para un deportista? Y tercero, está en juego una medalla de oro, una medalla olímpica. Yo no soy atleta de élite -de momento-, ni siquiera tengo amistad con ninguno, pero si mañana mismo estuviera en la cumbre, seguramente que éste sería uno de los tesoros más preciados por los que me dejaría el alma entrenando. Sin embargo, día tras día vamos viendo el tren más vacío, con raquetas de ambos bandos que deciden quedarse en el andén, despreciando una competición histórica, aunque no tanto en el caso del tenis, pero igualmente especial. Los juegos Olímpicos se han convertido en los Juegos del Hambre. Aquí no habrá muertos ni heridos (eso esperamos), pero sí veremos un acontecimiento famélico y en horas de baja reputación.
Las ausencias las tenemos de todos los colores. Como por ejemplo las de Nick Kyrgios o Dominic Thiem, ambos dentro del top20. Sin haber cumplido todavía los 23 años, ni el australiano ni el austriaco encuentran utilidad en competir en Río este verano. En su lugar, prefiere inscribirse en el ‘célebre’ ATP 250 de Los Cabos (un saludo a mis amigos mexicanos), o sencillamente, tomarse un respiro en casa evolucionando criaturas en el Pokémon Go. Es triste ver cómo la futura generación de este deporte ha nacido sin el amor suficiente para estimar una competición como tal, sin el espíritu que te haga dejarlo todo con tal de vestir los colores de su país y medirse durante diez días a los mejores del mundo. Sé que no es un Grand Slam, ni siquiera un Masters 1000. También sé que no reparte puntos, ni concede recompensa económica, pero insisto: no veo un cebo más atractivo que el de colgarte un oro en el cuello mientras suena el himno de tu nación. Supongo que seré yo, que soy un clásico, pero tras Kyrgios y Thiem se han ido apuntando paulatinamente Berdych, Halep. Raonic, Tomic, Paire, Querrey, Feliciano, Isner e incluso el propio Hewitt, capitán del equipo australiano. Lo peor es que todavía restan 17 días para el comienzo y a la lista de bajas todavía le quedan capítulos.
Por supuesto, no me olvido del famoso virus Zika, uno de los peligros que más asusta a los jugadores que pondrán sus pies este agosto en la capital brasileña. Estamos sin duda ante el gran señuelo para darle la espalda a los Juegos sin que parezca una fuga por la puerta de atrás. Una excusa a la que muchos se han agarrado explicando que la salud es lo primero y que no pueden poner en peligro su inmunidad. Simona Halep, por ejemplo, fue mucho más allá y añadió que temía por su integridad maternal, sufriendo en dudas porque, al regreso de Río, su cuerpo ya no pudiese engendrar niños. En contraposición a toda la polémica han salido varias voces, aunque destacan, curiosamente, los doblistas Bruno Soares y Horia Tecau. «¿Cuántas personas han muerto por Zika? ¿Cuántas personas han muerto por terrorismo? No veo a jugadores cambiando su calendario debido a lo segundo«, tuiteó el primero. «Es más fácil ser secuestrado o asaltado que ser infectado por Zika«, instó el rumano en unas declaraciones posteriores. La controversia está a la orden del día y no parece que haya una verdad absoluta. Aunque sí se puede advertir quién está dispuesto a todo por ir a Río y a quién le sirve una ligera turbulencia para bajarse del avión»
Mientras tanto, yo me sigo emocionando recordando la todavía escasa historia de este deporte en cuanto a Juegos se refiere (el tenis volvió a ser olímpico en 1988). En los anales quedará para siempre aquel año perfecto de Steffi Graf en 1988 redondeado con su Oro en Séul. O la victoria contra todo pronóstico de Marc Rosset en Barcelona, dejando a un incansable Jordi Arrese con la plata. La misma historia se repetiría cuatro años después en Atlanta, con otro español clavado en el segundo cajón, un encuentro que Bruguera debió haber ganado tras hacerse público que Agassi jugó aquella tarde bajo el efecto de las drogas. Imborrable también la sorpresa de Nicolas Massú en Atenas 2004, convirtiéndose en el único jugador de la historia en colgarse dos Oros en una misma Olimpiada. Por supuesto, no me olvido de la impactante precocidad de Jennifer Capriati saliendo campeona en 1992 con apenas 15 años o, barriendo más para casa, el triunfo de Rafa Nadal en Pekín 2008 sobre Fernando González, la mejor manera de celebrar su primer ascenso al número uno del mundo. Venus, Kafelnikov, Davenport, Henin, Mecir, Dementieva, Serena o Murray fueron los otros afortunados en lograr esa reliquia que se pone en juego cada cuatro veranos. Pregúntenles si la cambiarían por algún otro trofeo. Creo que todos atinaríamos con su respuesta.
El epicentro de la cuestión reside en varios puntos, pero nada nuevo si lo vinculamos a los problemas ya existentes en Copa Davis, donde las grandes figuras han puesto oposición últimamente debido al formato. En los Juegos, sin embargo, no faltará ni un miembro del BigFour. ¡Y eso que los cuatro ya ganaron medalla en el pasado! Eso sí, cada uno de un color distinto. Ellos serán los que, una vez más, le den el toque de color al verano en unos Juegos que transitan por una profunda crisis de identidad, ocupando un lugar obsoleto en las prioridades de muchos tenistas de actualidad. Junto a Djokovic, Murray, Federer o Nadal estarán también los Del Potro, Cilic, Tsonga o Nishikori. Las Kvitova, Kerber, Radwanska, Muguruza, Ivanovic o hermanas Williams. No faltarán componentes para deleitarse en estos 10 días de acción, donde os prometo no echar en falta a ninguna perla del circuito. No sé si será el Zika, pero a mí ya me está picando el gusanillo de que llegue el día 4.
* Fernando Murciego es periodista.
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