"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
El túnel del tiempo sigue devolviendo la pregunta: qué número viste a la perfección.
No hay respuesta ni quórum. En un fútbol de extremos a banda cambiada, mediocentros como centrales, laterales de extremos y falsos nueves, es difícil respetar el cifrado de toda la vida. Ese del 1 al 11 ya no evoca lo mismo. Los dorsales etiquetan camisetas pero apenas representan los perfiles de quienes los defienden. Iniesta porta el 8, pero en el fondo es un 10: su alma lo desmarca del resto. No hubo, ni habrá muchos porque el talento no se clona. Tampoco se fabrica en un laboratorio. Tan puro como sus maestros: Laudrup primero, Zidane después. Pertenece a la dinastía de los creadores, los hacedores, pero incluso dentro de esa familia, hay algo que lo distingue: el ilusionista es capaz de hacer desaparecer la única herramienta para hacer gol. Al menos eso creen quienes han intentado coger el truco. Pura ilusión…
Su cerebro está en otro plano cuando juega. Todos van al balón pero él solo piensa en atraer para soltar. Bajito, su aspecto frágil casi enfermizo, es la puerta hacia su magia, el comienzo de su actuación predilecta. Crees que será fácil acorralarlo contra las cuerdas del fondo y el lateral, en esa esquina en la que forzar una falta o un saque es el mayor triunfo posible. Y entonces acudes a su encuentro con la confianza de quien se siente superior: el terreno te favorece y el físico se impone. Es el mayor error en un duelo desigual. El cazador es presa del pequeño futbolista con cara de niño que aguarda con su mejor sonrisa y su travesura más inesperada. Jaque mate. Ni siquiera sabes qué ha pasado.
Karim. Significa el generoso. Una premonición con nombre propio. Un 9 con la clase de un 10, el 10 de Francia. No necesita goles para llenar portadas porque su exclusivo fútbol pone estadios a sus pies. Benzema: el delantero latente. El nueve mentiroso más auténtico.
Las defensas persiguen sombras cuando el francés se desliza. Tan suave como la seda, tan invisible como sus antepasados. Ellos dominaban el norte de África, Karim vigila la vanguardia de su tribu. Su territorio es el frente de ataque por completo y no hay rincón en el que no tenga un escondite preparado.
El despistado, de rostro afilado y risueño, luce en realidad un disfraz, un camuflaje ideal donde esconder su secreto. Bajo esa capa se oculta el mayor cómplice del sigilo, un tipo indescifrable que parece deambular en una realidad paralela al partido. Mientras todos quieren estar, tocar, intervenir, tener, él, aparentemente inmóvil, permanece al acecho. La amenaza espera un solo instante para cobrar forma, para hacerse materia. Un segundo y aparece fulgurante, como ese chispazo que tienen en mente. Oscuridad y luz en un solo parpadeo.
Alcanzan lo imposible desde la nada. Elegantes y plásticos, la cámara lenta es el mayor aliado de sus mejores movimientos. Pero en el fondo todo sigue formando parte del mismo y brillante espectáculo: su cuerpo, el primer cebo para el rival, es más lento que la velocidad de su mente. No buscan sobrevivir, ni adaptarse al terreno. Ambos provocan, generan y deciden las circunstancias, las reglas del juego para los demás en mitad de su improvisación. “En los momentos de crisis, solo la imaginación es mas importante que el conocimiento”. Albert Einstein había captado la esencia de Andrés y Karim mucho antes de nacer.
*Antonio Esteva es periodista.
– Fotos: Óscar del Pozo (ABC) – Real Madrid.com
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