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Santoral / Historias

Los diez titanes del Camp Nou

por el 15 mayo, 2012 • 11:54

 

A propósito del gran Adolfo Pedernera, a quien pronto dedicaremos el homenaje debido, surge de nuevo la reflexión mil veces esbozada. Por usted, por el cronista, entre amigos, entre conversos compartiendo charla. La mayor pena sobre los héroes pretéritos se llama carencia de imágenes. No ya para iniciar esas fútiles comparaciones a las que los devotos del balón somos adictos confesos, ni siquiera para apreciar la evolución técnica, táctica y física del fútbol, sino, simplemente y con la más positiva de las intenciones, rendirles justicia, presentarles a las nuevas generaciones de feligreses y sacar el inagotable jugo pedagógico de su talento. Los encuentros registrados en video son prodigio tecnológico de hace cuatro días y, por lo que a España respecta, tampoco abunda la literatura sobre equipos o futbolistas. Y lo que es peor, el lenguaje periodístico que acompañaba sus hazañas resulta sumamente primario aunque florido y rococó, pedestre en el análisis, proclive a la exageración sin fundamento ni relato preciso de lo que fueron las reales capacidades de aquellas figuras.

Valga la previa a propósito de la más imponente delantera que -quizá, siempre el quizá y los pies de plomo- haya albergado un solo club de futbol. No hablamos de selecciones, ni de episodios continuados. En una única campaña y a nómina de la misma institución. No entremos en trincheras, por favor, no vamos a glosar a Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, el top en materia blanca, o tampoco encendemos velas en recuerdo de Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino, con Edú relegado por ese quinteto de fábula. No. Planteamos estupefacción, aunque haya transcurrido medio siglo, por los diez atacantes que el Barcelona dispuso bajo las órdenes de Helenio Herrera en la temporada 59-60, tal vez el mejor y más disputado campeonato en la historia de la Liga española, resuelto a la postre a favor catalán por tema de goal average.

No teman, el periodista siempre siente un Pepillo Grillo colgado del hombro, dispuesto a la crítica de sus postulados. Por tanto, difícil exagerar con ese lastre en la conciencia. Bueno, tal vez eran ocho figuras y dos acompañantes de calidad. Aún así y en pregunta a botepronto digna de concurso: ¿Se le ocurre al amable lector una escuadra que reuniera al unísono diez beldades en ataque  de ese calibre? Aquel Barcelona las tuvo.

 

CÁLCULO FATAL

Antes de nombrarles, de detallar mínimamente su fantástico currículum personal, situemos el contexto histórico. En aquel entonces, el Barça de Miró-Sans no se paraba en barras para asaltar la hegemonía del Real Madrid. La construcción del Camp Nou en el 57 generó un sentimiento eufórico que acabó, tras la hecatombe de la final de Berna, en la que el cronista denomina la travesía del desierto, larguísimo y errante peregrinaje cerrado gracias a la llegada de Johan Cruyff.

Miró-Sans calculó fatal los costes del Estadi: se le encareció 200 millones más de pesetas de la época, una absoluta barbaridad, digna hoy de las cuentas del Gran Capitán Camps en Valencia. Sólo que era dinero privado, no público. Eso lo descubriría, como acostumbra a pasar, su sucesor, el peculiar y jamás bien ponderado Enric Llaudet, quien pechó con la miseria como buenamente pudo. Pero antes, cuando el coliseo blaugrana se hallaba en construcción, la colección de fabricantes del textil que lideraban al club en calidad de directivos reunió a una constelación de estrellas. Por azar, por diversas circunstancias explicables, pero las reunió, al fin y al cabo.

Una última previa a modo de hipótesis: el arranque del Barça actual por lo que refiere a la búsqueda de un modelo propio radica justo ahí, cuando H.H. entendió que nadie mejor que defensas y medios de la casa para mostrar compromiso con el escudo, combinados con lo mejorcito del mundo mundial delante. Que no falte de nada para meter goles. Y entonces no faltó, desde luego.

 

DIEZ TITANES

Allá vamos con los diez de marras: Justo Tejada, Evaristo Macedo, Eulogio Martínez, Laszli Kubala, Sandor Kocsis, Zoltan Czibor, Luisito Suárez, Ramón Alberto Villaverde, Enric Ribelles y Lluís Coll. Y si quieren, once, con el extremo gallego Suco incluido en la rutilante lista, pero eso sería conceder a tal jugador el protagonismo que no pudo disponer, no es de extrañar, ante tamaña competencia rutilante.

Muy castigado por las lesiones, Kubala seguía siendo el rey que ocupaba los corazones culés, hiciera cuanto hiciera o dejara de hacer, sólo por agradecimiento ante los inmensos servicios prestados a la causa. Una de sus 19 lesiones musculares, que se dice pronto, provocó la llamada e ingreso del uruguayo Villaverde, cazado por uno de los mejores DT, de mejor nariz que haya ocupado cargo alguno. Un tal Pepe Samitier, por cierto. Gracias a él arribaría la mayoría.

Como el paraguayo Eulogio Martínez, o como el mismo Evaristo, que aterrizado de Brasil justo en el momento en que Eulogio le metía siete de una tacada al Atlético de Madrid para eliminarle de la Copa, sin incluir otro par discutiblemente anulados según la prensa de la época, y hacerle exclamar aquello tan mitificado por los contemporáneos de “no sé para qué me han traído a Barcelona, si tienen a Eulogio y esa delantera. Querrán que les barra el vestuario…”.

Eulogio, conocido como Coco o El Abrelatas, era otro fenómeno con un único enemigo temible: ese metabolismo que le engordaba sólo respirar. Dotado de una pausa natural en el área de esas que parecen congelar el tiempo, como la de Butragueño en sus mejores días, Eulogio patentó un dribbling imposible, aún hoy sin emulación. Se ponía paralelo al marcador, metía el pie por debajo del balón y sacaba un sombrero que paralizaba por sistema al humillado defensa antes de dar la asistencia o enfilar puerta. Evaristo era el goleador técnico, clásico y dotado con la clase e ingenio brasileños.

 

LOS HÚNGAROS

Pasemos al bando húngaro: ya que Bernabéu se llevó a Puskas, líder con Hidegkuti de los inolvidables mágicos magiares, la amistad de Kubala con sus compatriotas consiguió a Kocsis y Czibor tras la revolución del 56, cuando el comunismo acabó con las ínfulas aperturistas de sus subordinados húngaros. Ambos habían perdido en Berna’54 aquella final del Mundial ganada por Fritz Walter y compañía y ambos rindieron en el Camp Nou hasta hacer pensar qué habrían conseguido de haber abandonado antes el telón de Acero.Para muchos, Sandor Kocsis, con ese carácter retraído y taciturno, ha sido merecedor de su apodo, Cabeza de Oro, el mejor rematador de testa que haya conocido el fútbol, que es decir una barbaridad.

Y Czibor, extrovertido, alegre, bon vivant, guinda de cualquier fiesta, era un rápido y maravilloso extremo que rompía por la izquierda con ese intransferible, imprevisible estilo que le hizo ganar aquí el remoquete de El Pájaro loco, mitad por su indomable cabello, mitad por la certeza de que no sabías nunca por donde iba a salir cuando arrancaba.

 

EL MAGO SUÁREZ

Luisito Suárez era una maravilla de constructor, un Iniesta de sus tiempos, con gotas de Xavi y dotes de gran lanzador desde fuera del área. El jovencito gallego se cargaba el equipo sobre sus hombros en aquel 59-60 y era el motor indispensable para que todo carburara a satisfacción. Siguiendo este vuelo rasante y supersónico, Justo Tejada había salido del entrañable Europa antes de recalar como extremo clásico en el Camp Nou, con el único reproche de la grada de no ser tan fenomenal como Basora, entonces ya retirado pero aún presente en el recuerdo de los aficionados gourmets para la injusta comparativa. Tejada era otro crack, sin duda, apreciado más tarde en el Real Madrid y, también, en el Espanyol cuando oteaba el ocaso de su excelente carrera.

Y ya en tono menor, Enric Ribelles, llegado de un pueblo de Lleida para dar oxígeno y pulmón a tanta vaca sagrada, injustamente sacrificado por Herrera cuando le daba plaza lejos del estadio para compensar las carencias físicas de Kubala, a quien reservaba para los choques en casa. Herrera era un genio narcisista, un ególatra que dividió a la afición y aceleró el derrumbamiento de aquel coloso. Con sus arbitrarias decisiones, sacrificó la proyección de Ribelles, silbado por ocupar la plaza del héroe. Por último, como suplente de Czibor, Lluís Coll, exterior que sabía desenvolverse por ambas bandas y que lució mejor sin presiones en Mestalla, al servicio del Valencia, al igual que Ribelles.

Perdón y gracias ante la extensión de esta remembranza. Ahí va la penúltima: ha quedado el recuerdo de la final de los palos cuadrados de Berna tapando, sin ir más lejos, las dos exhibiciones barcelonistas ante el Wolverhampton Wanderers inglés, que enardecieron a las Islas hasta el punto de hacerles proclamar que no habían visto nada igual desde que Hungría mancillara su imbatibilidad. Y eso son palabras mayores.

 

 

La última: una gestora de transición vendió a Suárez al Inter por expresa petición de H.H., su nuevo entrenador. A la sazón, los 25 millones fueron récord en traspaso, pero de funestas consecuencias para el porvenir deportivo barcelonista. ¿Y por qué lo vendieron? Entrampados hasta las cejas, era la única manera de pagar las nóminas del resto, así de claro, aunque el Barça, herido en su corazoncillo por tan craso error, jamás lo ha querido reconocer a las claras, cayendo en el revisionismo histórico-futbolístico tan habitual como condenable.

No deja de tener su gracia, o su pena histórica, que esta maravilla de delantera viera transcurrir su escaso tiempo de convivencia entre polémicas fratricidas, muy propias en el barcelonismo reciente: kubalistas contra suaristas, kubalistas contra herreristas. Bien mirado, con un par de esos entre sus filas, cualquiera de los grandes europeos de la época se habrían dado ya con un canto en los dientes. El Barça acumuló la decena antes de entrar en bancarrota, que también es mala pata. Quiebra moral, económica y deportiva por haber construido la casa que Kubala merecía…

 

* Frederic Porta es periodista y escritor. En Twitter: @fredericporta

– Fotos: Archivo FC Barcelona – Blaugranas.com




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