Se había puesto guapo el coliseo citizen para presenciar el último paso de su equipo hacia un título histórico que tardará tiempo en borrarse de la memoria de los aficionados ingleses. Una Premier loca en la que habíamos visto al Arsenal quedarse sin opciones al título en la jornada 33 cuando era líder en la 24, en la que el conjunto capaz de ganarle los cuatro partidos a los dos primeros nada tenía que decir en la última fecha y en la que el error en Anfield del capitán del equipo campeón –recordemos el error en el despeje de Kompany en el gol de Coutinho el día del 3-2– que parecía que decantaba el campeonato iba a quedar en anécdota al lado del fallo del capitán del equipo vencido, cuya imagen ya es historia viva del fútbol inglés. No cabían más golpes de timón en el desenlace del título y la opción de que el West Ham profanara el Etihad solo estaba en la cabeza del creyente en la justicia divina que abogaba por atenuar el cargo de conciencia que Steven Gerrard va a arrastrar durante el resto de su vida.
La trama inicial del guión del partido estaba escrita antes de empezar. El West Ham no le iba a discutir ni un segundo el balón al Manchester City, mientras que los de Pellegrini tendrían que golpear y golpear hasta derribar el muro. El técnico chileno dibujó un 4-4-2 sobre el césped con Javi García y Yaya Touré en la medular, fijando su posición el murciano y liberándose el marfileño, con barra libre para asomarse al área. Partían desde los costados Silva –a banda cambiada– y Nasri, que buscarían ocupar zonas interiores donde hilvanar combinaciones que permitieran batir las retrasadas líneas de presión que se adivinaban en el planteamiento visitante y conectar con el dúo Agüero-Dzeko.
Allardyce fue transparente con su puesta en escena. Desde el primer momento desplegó un repliegue intenso muy bajo en forma de 6-3-1, acumulando jugadores en el carril central donde se concentraban todos los atacantes del City, que dejaba las bandas a sus profundos laterales. Con los extremos como laterales y los laterales como centrales exteriores, el West Ham impedía al City percutir por dentro, y los centros laterales de Zabaleta y Kolarov no conseguían poner en apuros a la zaga londinense. El plan ofensivo del West Ham se reducía a arriesgar lo mínimo con balón, elegir las zonas de pérdida y mandar balones largos a Andy Carroll, confiando en rascar alguna ventaja en forma de falta, córner o genialidad que abriera las puertas al milagro.
Las largas fases de posesión del City, las conducciones de Silva -¡en qué momento llega al mundial!– y la zancada de Touré empujaban al West Ham contra su portero, pero su orden dentro del área y la compactibilidad de sus líneas frustraban el último pase de cada jugada local. Así las cosas y con el City incapaz de generar peligro en los córneres –lanzó ocho en la primera parte–, el partido se acabó rompiendo con el único recurso virgen hasta el momento: el disparo de media distancia. A los 39 minutos, un disparo cruzado de Nasri desde la frontal se colaba ajustado en la meta de Adrián, poniendo un 1-0 que cerraba las pocas dudas que podía haber sobre el dueño del título. El gol de Nasri representaba el mérito de Pellegrini, que ha sido capaz de sacar lo mejor del francés, cuya indolencia durante estas dos temporadas en manos de Mancini hacían vislumbrar el enésimo talento roto por el pasotismo.
Con un remate de Silva al larguero que podía haber sentenciado el encuentro se llegaba al descanso. A la vuelta, el City salió decidido a finiquitar el partido y solo tardaría tres minutos en hacerlo. Un minicórner forzado por una gran acción de Kolarov lo luchó Dzeko y lo remató a la red Kompany, acaparando una gloria impensable el día de la derrota en Anfield, como inimaginable era que la maravillosa temporada de Gerrard fuera a quedar eclipsada en la memoria colectiva por una acción que no hace sino mostrar la maravillosa crueldad que hace al fútbol tan gigante.
El partido murió ahí. Con el 2-0 el City bajó dos marchas y permitió al West Ham salir un poco de la cueva para combinar más, aunque el arco de Hart se mantuvo libre de disparos hasta el final del encuentro. Pellegrini fue dando entrada en forma de tributo a los jugadores que habían tenido peso específico en la conquista del título, y de esta forma la hinchada local pudo disfrutar a Fernandinho como interior en un 4-1-4-1 con Javi García haciéndole funciones de coche escoba. Tras Milner, Negredo sería el último en entrar al campo en lo que sería un reconocimiento del técnico chileno a la labor del vallecano en los dos primeros tercios de temporada, antes de trasladarlo al ostracismo que –si la devoción que Del Bosque siente por él no lo evita– probablemente le dejará sin mundial.
Decía Bill Shankly que la liga es el pan y la mantequilla y que las copas son la nata, y es sobre esta base en la que debe cimentar su grandeza el Manchester City. La creación de una identidad ganadora es una tarea harto complicada que va más allá del dinero que pueda gastar el jeque, pero dos ligas en tres años es señal de que la estabilidad en la élite se ha consumado y que el asalto a Europa quizá dependa de esa eliminatoria –que llegará seguro– que provoque un cambio de mentalidad y despierte el gen competitivo que muchos jugadores llevan en lo individual, pero que tanto cuesta activar en lo colectivo. Dijo Pellegrini tras el partido ganar títulos no es la parte fundamental de su carrera: «Estuve cinco años en Villarreal consiguiendo logros sin ganar títulos”. No le falta razón al chileno, pero en Manchester logros y títulos rozan el sinónimo y en su obligación de adquirir como su equipo una cultura ganadora se puede decir que ha sacado buena nota en su primer curso en Inglaterra.
* Alberto Egea.
– Foto: Manchester City
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