"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
No encajar gol es el objetivo prioritario de Mourinho y no lo consigue. El resto es una exhibición formidable de dos centrales monumentales: Raphaël Varane en el equipo local, Gerard Piqué en el visitante. Errores en ambos conjuntos, especialmente errores impropios en el Barça, la mayoría de carácter técnico. Distintas alturas de presión en el Real Madrid: al principio muy arriba, como es norma de la casa; más tarde, repliegue bajo en cuanto el Barça se hace con el balón y empieza a marearlo; a menudo bloque medio en busca de un robo que permitirá el despegue de sus velocistas. Salida pálida del Barça, también como acostumbra en el Bernabéu, diez minutos para calmar el vendaval, cuero al pasto y manejar hasta encontrar el pasillo de la verdad.
Así transcurren los minutos del primer tiempo mientras se agigantan Varane y Piqué. El francés hace olvidar a Pepe y Ramos al alimón. Posee la velocidad del sevillano y todas las virtudes del portugués, sin ninguno de sus defectos. Y 19 años apenas. El catalán es, por si solo, una línea defensiva completa, el mariscal de las tierras bajas, nuevamente imperial. Junto a los dos centrales, se destila aroma de partidazo, de lujo memorable, con ambos rivales mostrando un respeto supremo por la potencia que tiene enfrente, el mejor mensaje posible para el fútbol ahora que casi todo cuanto le rodea es ruido, furia y barro.
La memoria recordará la ingravidez de Iniesta dominando todos los instrumentos de la orquesta, convertido en una pompa de jabón sobre el campo, como sobrevolando el césped. También la exquisitez de Özil, una pesadilla cuando cae a banda, donde Jordi Alba le sufre sin opciones de secarlo. Asimismo, la espléndida noche de Diego López, que junto a Varane impide que las tan proclamadas ausencias de Casillas y Pepe tengan la menor importancia. Al contrario: ni Casillas, ni Pepe, ni Ramos han rendido esta temporada al nivel que Diego López y Varane anoche.
Y el perdón en los remates. Perdona bastante el Madrid y perdona mucho el Barça, como si a los rematadores les gustara tanto lo que protagonizaban que no quisieran darlo por finiquitado, sino prolongarlo en el segundo acto del Camp Nou, allí donde ya no habrá perdón, ni piedad. El duelo ha devenido tan bello que los errores técnicos en los controles del principio, la media docena de patadas y gestos “pandilleros” que siempre aparecen en tres jugadores concretos o el rendimiento discreto de algunos puntales, casi han sonado a sacrilegio en semejante noche de calidad, donde cada cual ha jugado a lo que sabe y puede, aunque al Madrid le deja el regusto de haberse salvado de la quema y al Barça la sensación de que, combinando o al contragolpe, podía haber vaciado todo el cargador del revólver sobre un equipo vacilante, sujetado por un adolescente.
– Foto: Ángel Martínez (Real Madrid)
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