"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Hace unos días leí varias veces la siguiente frase, más o menos textual: “Lo que diga una saltadora de pértiga sobre la homosexualidad no me importa nada”. Venía esto a cuento de las declaraciones de Yelena Isinbayeva en la rueda de prensa posterior a la recogida de su medalla de oro, en la que mostró su apoyo a la ley contra la propaganda homosexual aprobada en Rusia. Con un improbable boicot a los Juegos Olímpicos de Sochi del próximo invierno en el horizonte y con alguna tímida muestra de apoyo durante el mundial (por parte de la sueca Emma Green y el estadounidense Nick Simmonds), la saltadora rusa declaró lo siguiente:
“Si permitiéramos e hiciéramos todas estas cosas en las calles, temeríamos por nuestra nación. Los rusos nos consideramos gente normal, estándar; simplemente vivimos los chicos con chicas y las chicas con chicos. Viene de nuestra historia. Espero que este problema no arruine nuestros Juegos de Sochi”.
Al día siguiente matizó sus palabras:
“El inglés no es mi primera lengua y creo que pude ser malinterpretada cuando hablé ayer. Lo que quise decir es que la gente debería respetar las leyes de otros países, sobre todo cuando están de visita en ellos (…) Quiero dejar claro que respeto el punto de vista de mis compañeros atletas y subrayar en los términos más rotundos que estoy en contra de cualquier discriminación contra los gais por razón de su sexualidad (lo cual es contrario a la Carta Olímpica)”.
Dejando a un lado la ridícula excusa de la lengua, hay una evidente contradicción en lo que dice: o apoyas la ley rusa o defiendes la no discriminación por razón de sexualidad. Las dos cosas a la vez no puede ser.
De todas formas, el daño ya está hecho. Millones de homosexuales (rusos y no rusos) que no disfrutan de una plenitud de derechos por el hecho de serlo han recibido un duro golpe de parte de una de las deportistas más famosas del mundo. Porque ahí radica la importancia de las palabras de Isinbayeva: es seguramente la deportista más famosa de uno de los países más grandes e importantes del mundo. No es una saltadora, es la saltadora. La mejor de la historia en su especialidad y una de las mejores deportistas femeninas de siempre. Lo ha ganado todo dentro y fuera de la pista. En España, sin ir más lejos, recibió el Premio Príncipe de Asturias, en un inusual ataque de sensatez del jurado que lo concede. Todo ese bagaje la ha colocado en una posición social importante, no solo a nivel ruso.
¿Quiere decir eso que Isinbayeva tiene que ser un modelo social? No, un deportista, per se, no es un modelo, pero el deporte, en sus esferas más importantes, concede a los deportistas una relevancia social equiparable a la de otras personalidades importantes como escritores, intelectuales, artistas, etc. Eso los sitúa como actores con cierta influencia, y también cierta responsabilidad. No son seres anónimos, y sus palabras muchas veces tienen consecuencias. Como las han tenido las de Yelena.
La comunidad gay no esperaba de Isinbayeva (ni de cualquier otro deportista presente en el mundial de Moscú; aunque les habría venido muy bien) ningún acto de apoyo a su causa, pero tampoco que les diera una patada en el culo. Y eso es precisamente lo que ha pasado.
Con sus palabras, la atleta eligió bando: el de la homofobia. Podía no haber contestado a la pregunta (aplaudo que lo hiciera), ser más ambigua o simplemente podía haber dicho que apoya la ley aprobada en su país. Pero no: fue muy clara y contundente, diferenció entre personas normales y anormales y lo hizo en uno de los eventos deportivos que más atención recibe en todo el mundo. Porque Isinbayeva lleva una década siendo una estrella mundial, ha competido y recibido premios en muchos países, es reconocida mundialmente y sabe perfectamente cuál es el eco de un mundial de atletismo, por lo que no hay ningún rastro de inocencia en su discurso ni en el momento que eligió para hacerlo.
Seguramente ya lo era, pero con lo que ha dicho, Isinbayeva se reafirma como la cara visible de un régimen, el de Putin, que no se siente cómodo con la libertad de expresión y que ha aprobado una ley tremendamente restrictiva con los gays.
El deporte es una herramienta fantástica para el cambio. Es muy fácil identificarse con sus valores universales (esos que tanto vende el COI, aunque luego no los promueva) y eso ha permitido muchas veces su uso para mejorar las cosas, pero también para empeorarlas, por desgracia. Y con su opinión, Isinbayeva entra en el segundo grupo.
* Darío Ojeda.
– Foto: AFP
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