Por fortuna, el poder del dinero tiene sus límites. Llegando a una analogía de cierta publicidad crediticia, hay cosas que no tienen precio simplemente porque no se pueden comprar.
Recién ahora es que el Manchester City choca con esta evidente realidad y, acostumbrado a solucionar sus problemas a puro billete, lo estremece el hecho de que sus estrellas, las mejores que podían encontrar, ya no responden como antes, y su técnico, también adaptado a manejar plantillas para nada escasas, no encuentra las armas para corregir el rumbo de su conjunto.
Comencemos por desmenuzar lo que a todas luces parece más evidente.
La entrega y el rendimiento de los jugadores ha disminuido notablemente y esto es algo que es achacable mayormente a ellos. Es como si la forma en que terminó la campaña pasada los hubiera desgastado al punto de haber perdido la noción de cómo seguir jugando de la misma manera. Ahí, por supuesto, Mancini tiene parte de responsabilidad, pero todo tiene su origen en deficiencias individuales, comenzando por las defensivas. Los propios jugadores han reconocido que con el objetivo de solventar los problemas en la marca y el posicionamiento del conjunto a la hora de conformar la transición defensiva, el entrenador se ha obsesionado de manera tal que los entrenamientos tienen como centro el orden post-pérdida del balón y se olvida de organizar un ataque organizado y coherente.
El partido ante el Manchester United resultó una clara muestra de cómo el City no aprovechó los continuos espacios que dejó el conjunto de Ferguson y cómo fue incapaz, incluso, de crear ocasiones de gol en la primera parte atacando en modo estático.
En la temporada anterior –y el penúltimo partido de liga en Newcastle fue un vívido ejemplo–, Mancini utilizaba a Yaya Touré como diez cuando la variante inicial y principal bandera del equipo, el juego fulgurante, asociativo y conducido por Silva y Nasri, se encontraba con defensas demasiado ávidas. Y aunque pareciera una decisión completamente insólita la de sacar a un delantero, introducir otro mediocampista de contención (casi siempre Nigel de Jong) y subir al marfileño, funcionaba.
Pero esta campaña apenas ha utilizado tal planteamiento. Lo probó en el empate contra el Stoke, –el equipo que menos goles ha recibido en lo que va de Premier– y no fue del todo efectivo porque Silva y Nasri también estaban en cancha y se entorpecieron entre sí. No obstante, le han sobrado los motivos para hacerlo pues el City no ganó un partido en la Champions y en la Premier ya van seis empates, más la derrota ante el United, solo recuperados por la victoria ante el Newcastle (1-3) este pasado fin de semana.
Por supuesto que para poder otorgarle un rol más ofensivo a Yaya Touré necesita prescindir de al menos uno de sus dos mediapuntas por naturaleza, pues en las circunstancias en que tal modificación ocurre –pleno vértigo ofensivo–, necesita tener dos stoppers cubriendo las espaldas.
Otra razón que explica la semidebacle del City es que los rivales ya van conociendo sus maneras y saben cómo obrar para frenar el ímpetu celeste. Saben que el City hace más daño cuando ataca en velocidad y los esperan abajo obligándolos a organizarse estáticamente. Al final, la mayoría de los equipos de la Premier saca una cuenta muy sencilla: “Me tranco atrás y aunque nos cueste más trabajo castigarlos, ellos tampoco pueden hacerlo con nosotros”. Y un empate contra semejante rival siempre va a ser bien recibido.
Mancini tiene claro que tanto se aprende de una eliminación de Champions, una más, como de ganar una liga, pero este proceso, como es lógico, toma su tiempo ponerlo en práctica. No hay equipo que esté exento de baches, ni los construidos a golpe de chequera, pero quizás por eso es que los que no poseen semejante solvencia económica son capaces de desarrollar mejores habilidades para enfrentar sus crisis.
En el futbol, como en la vida, no deben tomarse decisiones precipitadas. Es mucho mejor la paciencia que el desespero. Mancini hizo que ese equipo jugara muy bien la temporada pasada, al margen del título (logrado en franca colaboración con los puntos perdidos por el United) o la mala campaña europea. Tanto el club como él merecen que el técnico italiano reciba tiempo para arreglar la situación.
En una liga tan competitiva no es fácil mantenerse siempre en la punta y lo es mucho más complicado en Europa, donde el factor suerte juega un papel más trascendental, incluida la poca fortaleza del City en el insensato ránking que lo ha soltado en dos grupos de la muerte consecutivos.
Mancini fue progresando en el City y pasó de hacer las cosas evidentemente mal a muy bien y eso merece respeto. El consenso general de los hinchas apoya la decisión de continuar confiando en el hombre que los llevó a implementar un estilo y no salir a cazar alguno de los supuestos mejores entrenadores del mundo.
Si en abril pasado remontaron ocho puntos a mes y medio, los seis que los separan del United no son, absolutamente, para tirarse de los pelos. Es cierto que el sueño de la entidad era terminar en Wembley en mayo (y no precisamente jugando la final de la FA Cup), pero con más de media temporada por delante, un líder para nada infalible, jugando un partido por semana y sin viajes fuera de la isla, pueden concentrarse completamente en la liga y fijar el próximo verano como la fecha para tomar una decisión basada en parámetros mayormente cualitativos, trofeos fuera.
Junio será el momento de sentarse a decidir. La manera en que podrían hacerlo en enero sería seguir complaciendo al adolescente descarriado y seguir ignorando que hay cosas que es mejor construirlas y que el dinero no puede comprar.
* Alejandro Pérez.
– Fotos: AP – Manchester City
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