Lo llaman el opio del pueblo. Al igual que cualquier religión existente en la faz de la tierra, el sentido del fútbol está puesto en duda por el intelectual. Al menos su fanatismo. Evoca sentimientos desconocidos para esa persona que no es atraída por un deporte donde 22 personas luchan por hacerse con el balón. Y por ganar el partido. Quizá eso sea un simplismo y sea una de las cuantas verborreas que se suelten acerca del fútbol, pero reduciendo su definición a la unidad mínima se podría aplicar para conseguir explicar qué es el fútbol.
Alcanza unos sentimientos inexplicables para aquella persona que detesta el fútbol o que simplemente no ve ningún atractivo en dicho deporte que le mejore la vida. La diferencia entre el fanático (el que ama el fútbol) y el que no lo es aparentemente puede no existir, pero la vivencia de ciertas características (positivas y negativas) es enorme. Entre medias encontramos a aquel que le gusta el deporte, que incluso lo practica pero que no representa una parte importante de su vida.
En muchos casos el fútbol ha sido una de las armas más valiosas del gobierno en cuestión. Cuestión de intereses, se dice. Para encubrir o para resaltar el producto de un país estructurado de forma infantil y con los pies de barro. Pero eso ya no es fanatismo, es utilización de una herramienta que en un principio tiene una función determinada y se acaba convirtiendo en algo vital para el gobierno o para ciertas instituciones.
Pero dejando a un lado la utilización del fútbol como arma política, volvamos a la diferencia entre una persona que ame el fútbol y otra que lo deteste. Una que lo haya practicado de joven y otra que no haya golpeado un balón en su vida. Obviamente la vivencia es distinta, porque el otro habrá realizado otras actividades que le habrán aportado más o menos. Pero a uno le marcan ciertas situaciones.
Con 14 años ya juegas en el equipo de tu colegio o del club más cercano. Llevas poco tiempo en el fútbol y aún las diferencias físicas son importantes. Pero cada sábado por la mañana tienes un sueño que provoca la desaparición de todos tus intrascendentes problemas. Lo único que quieres hacer en el marco de dos horas es jugar al fútbol y ganar.
Llegabas al campo de tierra visualizando las posibles jugadas y realizando jugadas mentales con el firme propósito de introducir el balón en la portería. Tu equipo ya estaba reunido, en un corro. El entrenador era uno más y hablábais de lo que le pasó ayer a Jaime o del porqué de la ausencia de Mikel. Su madre y su severa exigencia, contaba el entrenador, que daba paso a los vestuarios. Te cambiabas y seguías el mismo ritmo y rito que acostumbrabas. Pantalones, espinilleras, medias, camiseta, botas. Estabas en el once titular. Volvías a visualizar la jugada del gol. Hoy jugabas de mediapunta.
* Carlos Jiménez Barragán es periodista.
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