Sacaron a Messi en camilla y un silencio incómodo se apoderó del Camp Nou. Tito se mordisqueaba las uñas y el público, incrédulo, descolgaba la mandíbula. Parecía imposible que el argentino se rompiese, igual que era imposible ver a llorar Gary Cooper. Tras el estupor, un murmullo fue cogiendo vuelo –parecido al que se escuchó la temporada pasada cuando un gato negro saltó al césped mientras la liga se escapaba a chorros– y acabó convirtiéndose en tímido coreo. El fatalismo culé, siempre latente, afloró durante unos minutos y dejó al estadio bajo un hechizo absurdo de sorpresa y desconcierto, como el que nos poseía de niños cuando nos cruzábamos con algún profesor fuera del colegio.
El eslogan Messi es de otro planeta parece haber calado hondo en el imaginario colectivo al punto de que el miércoles por la noche medio mundo entró en colapso cuando lo vieron sufriendo como un simple mortal. La categoría de Cristo que ha alcanzado el 10 se percibe en detalles como estos, más que en las noches tontas que acaba metiendo cinco goles de una tacada. Aunque suene frívolo, hay que aprovechar contratiempos como el del Benfica (equipo que durante el partido de ida se cobró otra pieza inmejorable: Puyol) para ponernos al día con Leo, que nos lleva a todos con dos palmos de lengua fuera. Se hace necesario tomar un respiro e intentar glosar la magna obra que, con trazo arrebatado pero preciso, expande y perfecciona cada tres días desde aquella remota tarde en que saltó al campo a meterle dos goles exactamente iguales al Albacete porque el primero se lo habían anulado.
Fue una estampa insólita que, como es lógico, tuvo su réplica infinita en Twitter, desde donde se aventaron comentarios siempre oportunos del tipo “Eso le pasa por jugar cuando no toca”, frase a la que hay que darle varias vueltas hasta que tenga algo de sentido, pues La Pulga llevan casi un lustro sin lesiones y jugándolo absolutamente todo, salvo las dos semanas que dedicó a recuperarse de la tarascada de Ujfalusi. Lo más correcto sería apuntar, en todo caso, que esto es lo que le pasa a Messi cuando no sale de titular.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que Leo se rompía con frecuencia y, más grave aún, lo hacía él solo. Entre la temporada 2005-06 y 2007-08, el argentino sufrió cuatro lesiones que le dejaron, en total, siete meses sin recreo, algo inconcebible en la actualidad. Se le tenía por un jugador en extremo frágil. El problema se escondía en esas dos cuadrigas que tiene por piernas, que por aquel entonces rodaban fuera de control y se astillaban cuando la exigencia era máxima. Siempre era igual: salía disparado y en el clímax del sprint notaba el latigazo; pegaba un saltito dándose un golpe en la frente, como si acabara de recordar algo importante, y se dejaba caer sobre el césped, tirándose de los mechones de pura desesperación. Todavía era una criatura que se echaba a llorar sin consuelo en los brazos de Rijkaard.
Con la llegada de Guardiola terminó el calvario. Pep puso a Leo en manos de los médicos y fisioterapeutas. Los primeros le controlaban la dieta y los segundos le diseñaron un plan específico con el que potenciar sus cualidades. Cumplía tiempos de recuperación más prolongados que los de sus compañeros y no realizaba tantas repeticiones, a fin de no estresar su musculatura. Entre todos hicieron del argentino una roca. Además, Guardiola le entregó el número 10 y puso a orbitar al equipo a su alrededor. Comenzaba el «binomio perfecto», como una vez lo calificó Segurola, entre entrenador y jugador, que se tradujo en la mejor época en la historia del club. Messi lleva desde entonces –casi cinco años– protagonizando una carrera enloquecida.
Le hemos visto tantas veces salvar hachazos con la pelota imantada a la bota o lanzarse contra defensas que parecían molinos para burlarlos con trucos de foca amaestrada que la salida de Artur no se podía interpretar de otra manera que no fuera con el gol que llamase al orden a Müller. Nada de eso ocurrió, sin embargo. No hubo gol, tampoco récord y sí una lesión. Puede que el Torpedo tronase desde la otra punta de Europa, hastiado por cómo muchos se han empeñado en arrebatarle una marca antes de darle tiempo a perderla de forma legítima. Seguro que una sombra de esperanza le cruzó la mirada cuando vio al argentino salir motorizado del césped. La lesión, de cualquier modo, no parece gran cosa y todo indica que Messi podrá alistarse ante el Betis.
En el caso extremo de que su rodilla o la manopla del portero portugués le dejen de verdad sin superar la cifra de 85 goles, el argentino puede comenzar a susurrarle a Thiago, entre nana y nana, la historia del récord frustrado a fin de que el niño crezca obsesionado y dentro de 25 años se presente, sediento de venganza, a llevarse lo que un día le negaron a su padre.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: Reuters
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