Lloramos con infinidad de cosas. Más o menos importantes. Pero no decidimos nunca cómo algo nos va a tocar la fibra, si acariciándola o cortándola de golpe. Pero sí elegimos qué será lo que nos hará vibrar hasta derramar una lágrima. La parte baja de la clasificación es un buen ejemplo.
Si llorar con el fútbol es general, propio de momentos en ambos extremos de sensaciones, el más álgido y el más bajito, la lucha por la permanencia acaba envolviendo en torrentes de lágrimas a varios equipos al mismo tiempo. Y todo acaba igual. En baño. De llantos.
El primer susto provino de Pamplona. Parte de una grada en el fondo no sujetó el momento que supuso el gol de Osasuna. Por suerte, no fue una tragedia. Gran susto, heridos leves… y la jornada del drama retrasada en los inicios de las segundas partes debido al parón en Navarra, hasta que se reanudara allí el encuentro. Por si todo fuera demasiado poco.
El Getafe se había adelantado en Vallecas y el Granada en Valladolid. Osasuna estaba en Segunda con los pucelanos. Nada se movió. El Almería no estrenó el marcador con el Athletic, el Getafe vaciló entre el empate y la victoria final y rojillos y blanquivioletas vivirán al menos un curso en el infierno.
Lloró Puñal. Lloró el Reyno de Navarra. Lloró el Nuevo José Zorrilla. Descender en casa debe desmoronar por completo, y las lágrimas aceleraban por la grada y el césped. Lloraron en Vallecas jugadores y aficionados del Getafe. Y en Almería. Por motivos distintos, pero algo en común: la pasión indomable del fútbol.
Nada se compara a ti. Y esas lágrimas son el germen del crecimiento. Todos seguirán luchando.
* Fran Iborra.
– Foto: Reuters
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