"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Una tarde cualquiera, en el Estádio Nacional do Jamor, cerca de Lisboa, el Celtic de Jock Stein venció al Inter del legendario Helenio Herrera por 2-1. Aquel partido marcó la consagración europea de un equipo que batió el récord de ligas seguidas en Escocia (9) y que sigue en el recuerdo de millones de aficionados alrededor del mundo. Su juego ofensivo y alegre tumbó el muro defensivo montado por el equipo italiano. Fue un triunfo romántico de un equipo inolvidable.
Miren el fútbol actual. El espectáculo está asegurado, las masas giran alrededor de un deporte que les conmueve con el simple devenir de un balón que debe ser introducido en el fondo de una portería. La emoción, la pasión y el entretenimiento se encuentran en el poder de las botas de 22 hombres. Algunos de ellos no habían oído hablar del club en el que juegan antes de fichar por él; otros no sabían que la ciudad de su equipo existía hasta el día que la pisaron. El fútbol moderno sigue la tradición de un deporte centenario, pero se come poco a poco la posible identificación que los aficionados puedan tener con sus jugadores. La posibilidad de ver entre sus héroes a un conciudadano, a un fan del equipo, se hace cada día más pequeña mientras millones de euros circulan en un mundo endogámico cuyo triunfo radica, a pesar de todo, en la ilusión de los que no tienen nada.
Hubo un tiempo en que los jugadores practicaban el fútbol por pura pasión, con poco dinero de por medio. Los patrocinios o los representantes no configuraban las plantillas de los equipos. Las polémicas no eran la forma de vender el deporte, que aún era campo virgen, sin explotar. Y hubo un día en que se llegó a la cúspide de la identificación de los aficionados con sus jugadores. Pues estos eran aficionados dotados del preciado don de saber conducir con destreza y tino el balón al fondo de las mallas. Simplemente eran chicos de barrio que hubieran podido trabajar en minas o en supermercados, pero cuya habilidad les permitió coronar a su equipo favorito como campeón del torneo más grande del deporte que practicaban. Esta es su historia.
30 millas. 11 chicos, un estadio: Celtic Park. Simpson, Craig, Clark, McNeill, Gemmell, Auld, Murdoch, Johnstone, Wallace, Chalmers, Lennox. A nivel humano no eran muy diferentes a cualquier grupo de amigos de Glasgow de la época. “Nuestra unión fuera del campo quizá era una de las claves cuando saltábamos al terreno de juego”, recuerda Tommy Gemmell. Con un esquema 4-2-4 y con Jock Stein, un técnico protestante, al mando de las operaciones, bombardearon al Inter de Milán en una de las mejores demostraciones ofensivas de la historia del fútbol. El Inter de Milán contaba con algunos de los mejores jugadores del continente, como el lateral (que después acabó siendo presidente del club) Giacinto Facchetti, el delantero Sandro Mazzola o el cancerbero Giuliano Sarti. Su entrenador, Helenio Herrera, es uno de los más recordados de este deporte, tanto por su carácter como por su impresionante palmarés (4 Ligas españolas, 2 Copas de Europa, 1 Copa de Ferias, 2 Copas, 3 scudettos italianos, entre otros títulos).
El Inter era claro favorito para ese partido, había sido campeón de la competición en 1964 y 1965, contaba con más experiencia y mejores jugadores. El Celtic, un equipo escocés, era un rara avis en una Copa de Europa que había sido dominada hasta entonces por equipos del sur de Europa (Real Madrid, Benfica, Inter), pero Jock Stein tenía un plan: atacar en equipo, con todos sus jugadores, hombres comprometidos con una camiseta y que jugarían el partido, según palabras del entrenador “como si no hubiera más partidos, como si no hubiera mañana. Ellos lo harán, solo por y para el Celtic”. Sus intenciones quedaron claras en la charla en el vestuario, a pocos minutos de que los jugadores saltaran al terreno de juego, no bastaba con ganar: “Si alguna vez vais a ganar la Copa de Europa, hoy es el día y este es el lugar. Pero no sólo queremos ganar la Copa, queremos hacerlo jugando bien al fútbol, para hacer que los aficionados neutrales estén orgullosos de nuestra victoria, orgullosos de recordar como lo hicimos”.
Jimmy Johnstone, la estrella de los “Hoops”, no se mostraba muy optimista en el túnel de vestuarios, poco antes de empezar el partido: “Ahí estaban: Facchetti, Domenghini, Mazzola, Cappellini; todos altos y bronceados, con sonrisas Colgate y pelo bien peinado. Todos ellos se parecían a la estrella de cine César Romero. Incluso olían bien. Y ahí estábamos nosotros: enanos. Yo no tenía dientes, Bobby Lennox tampoco, el viejo Ronnie Simpson tenía el completo, ningún diente arriba ni abajo. Los italianos estaban delante nuestro mientras intentábamos hacer muecas y caras de seguridad entre risas. Debíamos parecer sacados de un circo”. Al más puro estilo de los All Blacks, el mediocampista Bertie Auld decidió empezar a cantar junto a sus compañeros una canción para “intimidar” al rival: The Celtic Song. Once chicos de Glasgow saltaban cantando al terreno de juego ante el desafío futbolístico más grande de sus vidas.
El partido empezó de la peor manera posible. Mazzola transformó en el minuto 7 un penalti para el Inter. El equipo italiano, ultradefensivo y especialista en el contraataque, se ponía por delante. Helenio Herrera no habría podido programar un guión mejor para el encuentro. A pesar de ello, el Celtic no se amedrentó y siguió atacando durante toda la primera parte. El gol, sin embargo, no llegó y el colegiado alemán (del oeste) Kurt Tschenscher señaló el descanso.
El espíritu del equipo, la capacidad de superación y el afán para hacer felices a los aficionados, permitieron al Celtic seguir atacando durante los segundos 45 minutos, sin rendirse, con ganas, con pases cortos, con velocidad, con fútbol. El Inter iba reculando líneas mientras los tiros del Celtic seguían sin entrar, hubo palos, paradas de Sarti, mala suerte, hasta que llegó Tommy Gemmell.
Corría el minuto 63, la mayoría de los jugadores del Inter estaban dentro del área italiana; los del Celtic, también. La jugada recordaba a una melé de rugby por la concentración de efectivos en tan poco terreno. El lateral derecho Tommy Craig esperó pacientemente y cedió atrás para la llegada del lateral izquierdo Gemmell. Un pase manso, lento, preciso, fue respondido por un chut fiero, duro y seco que se coló, esta vez sí, en la portería de Sarti. Era el empate para un equipo que había tenido todas las oportunidades del partido; el Inter no había chutado a puerta desde el gol de Mazzola, su plan de juego tenía que redefinirse con el empate de los escoceses, pero no fue así. El Celtic siguió arriesgando, consciente de que sus posibilidades de victoria pasaban por proseguir con ese asedio organizado del área interista. Herrera, semanas antes de la final, había intentado ganar la batalla psicológica ante el Celtic, un rival inferior. Ante los juegos mentales del francoargentino, Jock Stein respondió ante la prensa: “Mi tiempo llegará”. Y así fue, en el minuto 84 de una soleada tarde en Lisboa.
En una jugada por banda izquierda, un pase atrás encontró a Billy McNeill. El capitán probó un tiro lejano con la zurda, el balón superó todas las piernas de los jugadores de ambos equipos presentes en el área. La pelota no iba mal encaminada pero para asegurar el gol apareció Stevie Chalmers, el delantero del Celtic que acabó de desviar el balón al fondo de las mallas para inscribir su nombre en la historia del club y de la Copa de Europa. “Aún a día de hoy, antes de los partidos del equipo, Bill McNeill se acerca a mí y me dice ‘Te odio. Yo quería ser el hombre que marcara ese gol'”. Después de seis minutos que se hicieron eternos, el árbitro señaló el fin de la contienda y el público, mayoritariamente escocés, estalló de alegría. Hubo invasión de campo de los aficionados en busca de abrazar a los que ya serían, para siempre, sus héroes.
Herrera, al final del encuentro, declaró que su equipo había perdido, pero que el resultado final había significado “una victoria para el deporte”. Jock Stein afirmó lo siguiente: “No hay un hombre más orgulloso en el mundo que yo ahora mismo. Ganar era importante, sí, pero fue la forma en cómo lo hicimos lo que me llena de satisfacción. Lo hicimos jugando al fútbol. Un fútbol puro, bonito, inventivo. No había ningún tipo de pensamiento negativo en nuestra cabeza. El Inter estuvo en nuestras manos en todo momento; es muy triste ver a jugadores tan técnicamente dotados perdidos en un sistema que les restringe su libertad de pensamiento y acción. Nuestros aficionados nunca aceptarían este tipo de táctica estéril. Nuestro objetivo es siempre ganar con estilo”.
Y así fue como un equipo de once amigos del mismo barrio consiguió erigirse como el mejor equipo de Europa del año 1967. Un hito al alcance de muy pocos y que, a día de hoy, aún es recordado por cualquier aficionado de los Bhoys. Algunos jugadores, como Jimmy Johnstone (2006), el portero Ronnie Simpson (2004) o el medio Bobby Murdoch (2001) ya han muerto, pero no lo harán sus nombres, ni su leyenda: la de un puñado de chicos de Glasgow que un día -a costa de amistad, sacrificio, ganas y talento- coronaron rey de Europa al equipo de su alma .
Su cuento de hadas marcó la historia del fútbol en su momento y, probablemente, visto el estado de las cosas, nunca se repetirá. Por eso queríamos aprovechar esta ocasión para recordar un equipo que, tal y como Jock Stein quiso, seguro despertará simpatías entre los más románticos de un deporte cuya vertiente de negocio es ahora ya innegable. Sin embargo, cabe recordar, y con eso os dejo, una última frase del carismático entrenador del Celtic, bordada bajo el escudo de la camiseta del equipo de la pasada temporada temporada: “Football without the fans is nothing” (“El fútbol, sin aficionados, no es nada“). Y eso, al igual que este equipo conocido como los Lisbon Lions, debería ser recordado y guardado para siempre en el lugar más recóndito de nuestra memoria.
* Jaume Portell es periodista.
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– Fotos: Celtic Programmes Online – AP
– Fuente: www.vavel.com
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