Lavillenie, más cerca del cielo

por el 17 febrero, 2014 • 11:15

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El círculo virtuoso de Donetsk. Lo trazó Sergei Bubka hace veintiún años y ayer lo cerró Renaud Lavillenie (Barbezieux-Saint-Hilaire, 1986) clavando su pértiga a modo de compás en el tartán ucraniano y propulsándose hacia la historia, en un dibujo perfecto que le coronó como nuevo plusmarquista mundial indoor de la especialidad. El récord de Bubka era uno de los más longevos de las especialidades atléticas, por lo que no cuesta mucho imaginarse a todos esos aspirantes sucesorios con sudores en la frente en esas noches de duermevela, tras aparecérseles en sueños el astro del Este, inamovible en su púlpito, susurrándoles que esta vez, tampoco.

Cuando Lavillenie aún nadaba en líquido amniótico y pataleaba buscando una salida, Bubka ya era recordman mundial de salto con pértiga. El 8 de julio de 1986, dos meses antes del nacimiento del francés, el ucraniano superaba los seis metros por primera vez en una nueva marca sideral, que estiraría como un chicle hasta los 6,15 m de Donetsk en 1993. En aquella época, Lavillenie comenzaba su idilio con la pértiga, una tradición familiar instaurada por su abuelo Jean, continuada por su padre Gilles y convertida en estandarte familiar por el pequeño Renaud, que desde muy pequeño ya saltaba arbustos, cajas y lo que pillara por delante en su jardín familiar. Con siete años, Renaud ingresó en el Cognac Athlétique Club junto a su hermano Valentín, aunque combinaba esa actividad con otras muchas, entre ellas las acrobacias a caballo en un centro ecuestre que dirigía su padre y que sacaba a la luz su aire más inocente y temerario, que posteriormente definiría su personalidad. Con ocho años de edad participó en su primera competición, pero a decir verdad la pértiga aún no se había convertido en algo que le quitara el sueño. La dejó aparcada y probó con el baloncesto, que practicó durante varios años para de nuevo, con 14 primaveras, agarrar la pértiga para no volver a soltarla jamás.

En 2005, con 19 años, Renaud terminó el bachillerato y se fue de Cognac rumbo Poitiers para estudiar STAPS (Ciencias y Técnicas de la Actividad Físicas y Deporitva) en la universidad. Allí comienza su preparación para convertirse en un atleta de élite. A esa edad, su progresión es tardía, saltando un máximo de 4,70 m, cuando el récord mundial júnior establece el listón en unos alcanzables 5,50 para el bueno de Renaud. Fue dos años después cuando comenzaron a ser evidentes los progresos del francés, que tras mudarse a Burdeos a las órdenes de Georges Martin se proclamó campeón de su país con una plusmarca de 5,45 m, que superó meses después para propulsarse hasta los 5,70 que le permitieron participar en el campeonato del mundo de Valencia’08, donde clasificaría decimotercero.

De estatura mediana (1,77 m) y peso ligero (69 kg), Lavellenie utiliza su atípico perfil de pertiguista en su propio beneficio, sacando brillo a su velocidad de batida y el poco peso que es necesario impulsar hacia el cielo del listón, a diferencia de otros compañeros más técnicos y de mayor tamaño. La determinación del francés es otra de sus bazas principales, que comenzó a gestarse tras el cambio de entrenador en 2008, cuando pasó a las órdenes de Damien Inocencio y se mudó a Clermont-Ferrand, capital de la Auvernia, en el centro de Francia. No consiguió la mínima para Pekín’08, pero a fuego lento se estaba gestando la eclosión del pertiguista que Renaud llevaba dentro y que en 2009 saldría a la luz cuando se proclamó campeón de Europa indoor en Turín y superó por primera vez los seis metros de altura, batiendo el récord de Francia e ingresando en el grupo de los dieciséis atletas que habían superado la barrera de los seis metros. Renaud Lavillenie, con 23 años, se había instalado en las bambalinas de los aspirantes. Su tozudez y determinación, su fuerza mental y psicológica rebajaban la dificultad de un listón que para otros se antojaba inalcanzable. Se proclamó campeón de Europa en 2010 y volvió a pinchar una vez más en el campeonato del mundo un año después, consiguiendo la medalla de bronce, a la que se unió una mejora en su plusmarca personal hasta alcanzar los 6,03 en reunión de Paris-Bercy.

En los Juegos de Londres 2012, Lavillenie batió el récord olímpico con 25 años y un salto de 5,97. La gloria de los dioses esperaba al francés, que conseguía el triunfo más ansiado por un deportista y se erigía en verdadero dominador de la disciplina. Ante sí solo se edificaba un reto aún mayor que todas esas medallas que poblaban su salón de los trofeos: superar al más grande, alcanzar el cielo, destruir un récord que se había convertido en el mito de Sísifo de los pertiguistas. Nadie excepto Bubka había conseguido saltar más de 6,06 m y Renaud se preparó para el desafío final. Volvió a cambiar de técnico y se encomendó a Philippe d’Encause, focalizando sus entrenamientos en suelo francés durante la temporada y viajando al paraíso de Isla Reunión, a orillas del Índico, en los momentos de desconexión, para recargar pilas y prepararse para el nuevo envite, que alternaba con los deportes de riesgo, como el salto en parapente, las 24 horas de Le Mans o las acrobacias en avioneta. En 2013 volvió a enfrentarse a su maldición del título mundial. A pesar de compartir mejor marca con el alemán Raphael Holzdeppe (5,89), obtuvo la plata debido a un mayor número de nulos en su haber.

Pero ha sido 2014 el que Renaud Lavillenie ha bautizado como el año de los récords. El 25 de enero el francés volvió a batir la plusmarca de su país en Rouen, dejando el listón en 6,04. Una semana después volvió a alterar los libros de historia al superar su marca en cuatro centímetros (6.08). Semejante dominio y progresión nos hacía presagiar que algo grande estaba por venir, la pregunta era cuándo. Lavillenie, poco dado al suspense y a la especulación, solo ha dejado que el debate durara dos semanas. En Donetsk, ante los ojos de Bubka y del mundo entero, en un acto lleno de simbolismo se produjo la coronación del nuevo rey de la pértiga. Renaud, al primer intento, asestó en su batida y propulsión el golpe de gracia a la historia. Con el auditorio venido abajo, solamente el listón mantuvo la compostura ante tamaña hazaña, mientras Bubka sonreía en el palco y Renaud correteaba sin saber a quién abrazar primero, con el electrónico oxidado estrenando nuevo dígito y el mundo alabando a un nuevo héroe que con tan solo 27 años tiene un mundo por delante cuyo único límite es el cielo, que el sábado fue más azul que nunca.

* Sergio Pinto es periodista.

– Foto: AP




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