Por la costumbre se forma casi otra naturaleza.
Cicerón
Oklahoma City Thunder comenzó su andadura en la NBA siendo un equipo perdedor. Tomó el testigo de una franquicia sumida en la mediocridad, Seattle Supersonics, hace tan solo 5 años. Entonces, su único agarradero a la alta competición era la destartalada figura de Kevin Durant, un joven talentoso que había pulverizado todas las marcas en su única temporada en la Universidad de Texas y que en su primera temporada en la liga, con su equipo a la deriva, se las averiguó para hacer 20 puntos por partido.
El muchacho prometía, por talento, mentalidad y por esa envergadura de brazos que tanto daría que hablar. Durant es capaz de anotar 30 puntos por partido con una facilidad pasmosa porque domina con maestría los recursos clásicos del anotador. Pero si no es capaz de hacerlo recurriendo a ellos, aún tiene la opción de alargar sus brazos y tirar por encima del defensor. Los brazos de Durant, a veces, parecen estar por encima de todo el mundo. Y si con esto no encesta, aún le queda el colectivo, pues además, es un excepcional jugador de baloncesto.
Cuando perder es la costumbre en esto del deporte, la historia desvela que es necesario un agente externo capaz de invertir la dinámica. Alguien que inaugure una nueva etapa. Eso hizo Durant, que en tan solo 2 años colocó una franquicia con el halo de la derrota en los playoffs del salvaje oeste. La temporada siguiente, 2010-2011, llevó al equipo a la final de conferencia y el pasado año, a la final de NBA. Recordemos que Oklahoma tiene el enorme handicap de verse enclavado en un mercado pequeño, acorde con su población, lo que limita inevitablemente sus movimientos.
A Durant todo lo que no sea deporte parece darle lo mismo. Ha cumplido con cada uno de sus nuevos retos hasta convertirlo en una nueva costumbre para la franquicia: la costumbre de ganar. Este año se decía que no era un jugador total como sí puede serlo su némesis, LeBron James. Que no tenía tanta influencia en el juego ni sabía dar asistencias. La respuesta de Durant ha sido, una vez más, contundente: ha mantenido sus niveles excelsos de puntuación (28.6 puntos por partido, por 28 en la temporada pasada), ha incrementando su porcentaje de triples por encima del 40 %, su acierto de tiro por encima del 50 % y además da una asistencia más por partido (4.6 en lugar de 3.5).
Hoy, Durant se enfrenta a un reto superior: conquistar el anillo. Ninguno hasta ahora le ha asustado lo suficiente como para no afrontarlo con la naturalidad y superación de los más grandes de este deporte. Si esta temporada no se alza con el título, será la única desde su llegada que el equipo no supera el siguiente peldaño en su crecimiento natural.
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Como sucede en los grandes equipos, la madurez de Durant no ha venido sola, sino de la mano de un triunvirato de excepción. Hablamos de Westbrook-Ibaka-Martin.
Westbrook es el segundo espada de Oklahoma City. Su estilo de juego responde a las exigencias del baloncesto moderno. El de UCLA es un base-escolta con unas tremendas condiciones para anotar. Su físico es extraordinario. Corre bien la cancha tanto para arriba como para abajo, tiene un aceptable tiro en suspensión, una enorme potencia de salto y es un notable recuperador de balones. Se le achaca una lectura pobre del juego y un excesivo individualismo. Como Durant, Westbrook ha respondido a su manera, estableciendo su máximo histórico de asistencias (7.9 asistencias por partido, el 5º de la liga) y manteniéndose en los mismos niveles de anotación. La experiencia acumulada los anteriores años debería servirle para concentrarse en su próximo reto: saber elegir. Si la fe que tiene en sí mismo la aplica a una concepción global del juego, los Thunder tendrán una pareja de estrellas llamada a dominar la competición la próxima década.
Ibaka ha tenido que luchar contra innumerables prejuicios desde su entrada en la NBA. Se le tenía como un jugador de rol y se dudaba de su capacidad para ser productivo en la faceta ofensiva, pero se ha convertido en un excelente recurso bajo los tableros. Ahora, no solo recoge asistencias y hace alley oops, sino que es capaz de tirar desde 4 ó 5 metros con eficiencia, sobre todo en posiciones laterales. Sus 13,6 puntos por partido en un entorno donde hay hasta tres anotadores preferentes se antojan casi un milagro. La progresión de Ibaka le ha convertido en el verdadero indiscutible en la pintura y vamos a ver muchas veces a estos Thunder jugando con un único pívot puro, el hispano-congoleño.
A Kevin Martin le ha tocado la papeleta más difícil de todas. No solo tenía que luchar consigo mismo, pasando de un equipo perdedor (primero Sacramento, luego Houston) a uno ganador de la noche a la mañana, ajustar su rol dentro de la plantilla o acostumbrarse a jugar menos minutos logrando una eficiencia notable, sino que debía también suplir a James Harden. Obviamente, el talento de Martin es puramente anotador, mientras que Harden es un jugador que influye en casi todas las facetas del juego, convirtiéndose en el jugador franquicia en Houston. La campaña de Martin ha sido aceptable. Si bien se está convirtiendo en un jugador unidimensional (a veces recuerda a Ray Allen en sus cortes y movimientos sin balón), también es cierto que no tiene casi la pelota en su poder y que la progresión de Ibaka y el absolutismo de Durant y Wesbrook tenían obligadamente que repercutir en su impacto general. El mayor mérito de Martin es haber aceptado su rol y mantenido al equipo en la misma dinámica de los últimos años, haciéndole de paso un gran favor a la franquicia, que de haber mantenido a Harden hubiera permanecido durante años sometida al impuesto de lujo. Martin ha tenido una gran repercusión en el estado financiero de la franquicia, pero sus méritos son deportivos: 14.5 puntos en apenas 28 minutos de acción.
* Javier López Menacho.
– Fotos: Alonzo Adams (AP) – Bryan Terry (Reuters)
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