23 de diciembre de 2011. Con un día de antelación, Papá Noel llegaba al Manzanares para hacer un regalo a los colchoneros: volvía un ídolo de la afición en la década de los noventa. Simeone regresaba al Vicente Calderón para entrenar al Atlético de Madrid. La directiva trataba de dar un gran golpe de efecto. El equipo se encontraba en una situación catastrófica, cerca de los puestos de descenso y eliminado de la Copa del Rey por el Albacete, equipo histórico pero que militaba en Segunda División B. La afición se encontraba desilusionada, y nada mejor que traer a un hombre muy querido por todos para revertir la situación.
En un primer momento, debo reconocer que pensé que sería una medida temporal. Creía que Simeone sería solo un técnico con mucho carácter, capaz de ilusionar con su emotividad y que quería transmitir su amor por el escudo del Atlético de Madrid. El trabajo de un entrenador cuando llega con la temporada ya iniciada es mucho más complicado, ya que acostumbra a entrar en un contexto adverso y con una plantilla que viene de cosechar malos resultados. Por eso pensé que sería algo temporal: creía que el efecto Simeone duraría unas cuantas semanas. Los jugadores, al llegar un entrenador nuevo, acostumbran a trabajar más y mejor para ganarse su confianza; la afición se iba a reenganchar de nuevo al equipo gracias a la llegada del nuevo técnico, pero creía que todo iba a quedar ahí.
Me equivoqué, claramente. En muchas ocasiones nos encontramos con técnicos que, a la hora de analizar partidos, sobre todo en los que se ha perdido, extraen conclusiones (al menos hacia el gran público) con análisis muy pobres y de contenido vacío. Se limitan a justificar malas actuaciones por falta de intensidad, de concentración, de actitud, etc. En ocasiones las hay, pero son elementos innegociables que ha de tener cualquier jugador que se precie y las considero elementales. Los problemas de los equipos suelen ser de estructura y organización. Pensé que Simeone también sería de este grupo de entrenadores, que se justificaría en ello al hablar de derrotas, que no vería más allá (al menos de cara hacia fuera).
Me volví a equivocar. Estamos delante de un entrenador que en cada entrevista que concede nos ofrece un máster de fútbol, que en las ruedas de prensas posteriores a los partidos analiza todos y cada uno de los detalles que ha dado de sí el partido. Explica las decisiones que toma y explica por qué las ha tomado, dejando sin nada que decir a aquellos analistas que se dedican a extraer los matices tácticos que ha dado de sí el partido (son pocos, pero los hay). Simeone trabaja con un método tradicional y en pretemporada llega a hacer triples sesiones de entrenamiento. Con ello, quiero matizar que lo importante no es la metodología que utilices, sino que los jugadores crean en ella y que seas capaz de extraer el máximo provecho de la misma.
Además de todo esto, la gestión que está haciendo del éxito es brutal. Como bien dijo uno de sus maestros, el gran Marcelo Bielsa, es muchísimo más complicado gestionar el éxito que la adversidad. Con su discurso de ir partido a partido, de no dar más importancia a un partido que a otro y de que se ha de buscar la victoria en todos y cada uno de ellos (es lo mismo jugar contra el Almería en la liga que contra el Porto en la Champions), el Atlético ha conseguido ser un equipo competitivo en el máximo exponente de la palabra.
Un equipo capaz de adaptarse al rival sin perder su identidad, en el que cuando el plan A no sale como es previsto, su entrenador tiene la suficiente capacidad para leer el partido correctamente y ejecutar sustituciones o rectificaciones tácticas que son capaces de cambiar totalmente el signo del partido y llevar al equipo hasta la victoria (como, por ejemplo, las visitas a Valladolid y Porto). Un equipo en el que todos tienen clara su función, en el que llevan a cabo un trabajo táctico espléndido en fase defensiva, con constantes superioridades en la zona de poseedor de balón y con un gran trabajo también en la transición ataque-defensa. Además, es un equipo diferencial en acciones a balón parado, gracias al laboratorio del Cholo, un enamorado de la estrategia.
Domina muy bien la transición defensa-ataque. Salvando las distancias con el Borussia Dortmund y el Real Madrid de Mourinho, de los mejores equipos ejecutando los contraataques. Además, su ataque posicional es mejor de lo que parece, gracias a Koke y Arda y las superioridades que suelen generan en las bandas con los tres contra dos para, posteriormente, buscar el centro. Las tres premisas básicas (intensidad, concentración y actitud) son más que innegociables con el técnico argentino.
El éxito del Atlético de Madrid no es casualidad. Las continuas victorias de este equipo son fruto del grandísimo trabajo del cuerpo técnico y de los jugadores, sin dejar de lado a la directiva y a la afición, pero en especial a una persona. Creer en una idea desde el primer día, saber transmitirlo a los jugadores y hacer que crean en ella; contagiar a la afición de tu entusiasmo, conseguir que tus jugadores jueguen cada partido como si les fuese la vida en ello; dominar los medios de comunicación para transmitir el mensaje que te interesa; saber gestionar el éxito de un equipo no acostumbrado a ello; conseguir un equipo con una gran organización colectiva y potenciar sus virtudes extrayendo el máximo rendimiento individual de cada uno de los componentes está solo al alcance de muy pocos. Me engañaste el primer día, pero rápidamente me hiciste cambiar de opinión. Diego Pablo Simeone, gracias por hacernos disfrutar tanto a todos los que nos gusta el fútbol.
* Carlos García Cuesta es futbolista.
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– Foto: EFE
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