“Que de la mano de los Mellizos, todos la vuelta vamos a dar”, ese fue el hit de la noche en La Fortaleza de Lanús. La gente granate decidió colocar al dúo técnico formado por los hermanos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto a la cabeza de las canciones. Sin embargo, en Lanús los porcentajes de responsabilidades en esta Copa Sudamericana deben ser bien repartidos entre dirigentes, jugadores y cuerpo técnico. Aunque suene a lugar común, es así.
Como decíamos hace dos semanas, era una lucha entre David y Goliat. El Ponte Preta, pese a sus ganas y empeño, jamás fue rival para Lanús. Sin ser brillantes ni en Sao Paulo ni en el Sur del Gran Buenos Aires, los argentinos marcaron la distancia que existe entre un equipo que es de los más fuertes de su torneo y otro que descendió a la segunda división en su país. Los goles de Víctor Ayala e Ismael Blanco en la primera parte bastaron para que la copa se quedara en casa.
Los macaca no lograron armar una sola situación de peligro en 180 minutos, excepto los dos tiros libres de Felipe Bastos en el Pacaembú. Poquito. A diferencia de otras instancias en las cuales las circunstancias parecen desbordar a un equipo, en este caso lo que se vio fueron las enormes carencias individuales de un colectivo ordenado, laborioso y poco más. Con poco talento y menos gracias, el plan Wigan 2012/2013 (descenso pero festejo en una copa histórica) no pudo concretarse para los de Campinas.
En la final, Lanús tampoco dio la imagen de un gran campeón, pero ninguno fue más que el Granate en todo el torneo. Si hubo un juego en el cual sí demostró esa estatura fue ante River en el Monumental: tras el 0-0 en la ida, vencieron 1-3 y marcaron que estaban para algo serio.
Futbolísticamente las claves del equipo pasan por un muy buen bloque defensivo (Goltz e Izquierdoz se complementan bien en el centro de la zaga y atrás tienen a un gran arquero como Marchesín, aunque algo inestable anímicamente), dos laterales cumplidores pero con buena salida, tres volantes (con Somoza como estandarte y Diego González como pieza emergente) que equilibran los espacios que dejan los extremos (generalmente Acosta y Melano, en esta final Junior Benítez y Blanco) y un nueve de área incansable como Santiago Silva. El Granate es un equipo intenso, corto y que desde la apertura que genera con sus jugadores externos termina finiquitando mucho por dentro. Desde la llegada de los Barros Schelotto el equipo dio un paso adelante muy claro con respecto al ciclo de Gabriel Schürrer.
A comienzos del semestre ubicábamos a Lanús como serio candidato al título argentino. Buena política de compras, continuidad de su joven cuerpo técnico y una buena base (tanto entre los que seguían como en las divisiones inferiores) permitían augurar este presente: además del título continental, los granates mantienen sus chances de consagrarse en el Inicial 2013.
Este segundo título continental (ganó en 1996 la Copa Conmebol, una extinta copa que fuera antecedente de la Sudamericana) marca el continuo crecimiento del club, tanto en lo social como en lo estructural y lo deportivo. El mejoramiento de su estadio fruto de tantas ventas (Lautaro Acosta, Sebastian Blanco y Eduardo Salvio como piezas más cotizadas) atestigua esto. Que a nivel local en estos años solo haya festejado una vez (en el 2007) es una circunstancia: con los Barros Schelotto bien pudo haberse coronado en alguno de los dos certámenes de la temporada anterior.
Este logro le permitirá a Lanús jugar por otras dos copas internacionales: la insólita Suruga Bank (título oficial entre el campeón de la Sudamericana y el campeón de la Copa de Japón…) y la Recopa Sudamericana (ante el Atlético Mineiro, campeón de la Libertadores). Y quizás con la suerte de su lado (depende del resultado entre Vélez y San Lorenzo y luego un potencial choque de desempate) pueda cerrar el año con un doblete.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web «Cultura Redonda».
– Foto: Reuters
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