1.- A ritmo bajo, el Madrid coció al Barça en una final que solo tuvo dos direcciones: el equipo de Martino abría a la derecha para perpetrar centros inocuos al área y el de Ancelotti esperaba replegado para correr y arañar. Final de solo dos notas, monocordes y reiteradas, escasamente brillante, que el Madrid pudo sentenciar mucho antes de la galopada estelar de Bale cuando ya se avizoraba la prórroga.
2.- Las intenciones de Ancelotti se manifestaron al colocar a Bale en la banda izquierda, ahí donde Dani Alves regala siempre una autopista para el rival a cambio de ubicarse como extremo. Daba igual que Neymar ocupara esa posición atacante: Alves la doblaba. El partido, en realidad, se limitó a eso. Alves se fue de su sitio desde el primer minuto y el Madrid apostó por aprovechar semejante hueco. En el minuto 84 acertó de pleno en la diana.
3.- Hasta entonces también, pero sin puntualizar los remates. De haberlo hecho, la final se habría terminado mucho antes, pero esa impericia rematadora, fuese de Bale, de Di María o de Benzema, alargó la vida barcelonista, que en ningún momento supo contrarrestar la idea blanca, consistente en presionar ligeramente arriba con Bale y Benzema, para replegarse a continuación, en cuanto ambos eran superados, y esperar un robo para salir al galope. ¿Dónde estaba aquella vieja virtud blaugrana de presionar para recuperar el balón? Perdida, sin duda, en el baúl de los recuerdos tácticos, que más que baúl se ha convertido en nave industrial.
4.- Esta apuesta ha significado otra noche de pesadilla para los tres defensas del Barça: Bartra se ha desgañitado por cubrir el agujero del costado derecho, Mascherano por cerrar la inmensa pradera y el lateral izquierdo por coser el roto que se creaba. Sin la menor intención de presionar, morder y robar, el Barça jugaba a dar pases que desembocaban invariablemente en los pies de Alves, quien de manera persistente los remitía al área de Casillas para que Pepe y Ramos los despejaran. El intento reiterado solo podía conducir a la melancolía del grupo y esa parecía ser la intención madridista, pues todo el equipo de Ancelotti concedía tal prebenda a Alves.
5.- Tuvimos entonces la sensación de asistir a la agonía de la langosta cocida a fuego lento. En el costado izquierdo estaban Iniesta y Alba y hacían daño, pero faltaba el punzón agudo de un extremo. En la derecha se situaba Alves y eso equivalía a estrellarse cada vez contra el mismo muro. El Madrid basculaba, sin demasiado sufrimiento, empujando a Xavi a buscar a su hombre libre que era, por descontado, Alves, que era la langosta cocida a fuego lento.
6.- Hasta la hora de partido todo ha sido eso. El Madrid más “ancelottiano”, sobrio cuando necesitaba juntarse, y presto en los circuitos de salida, con Isco encontrando fácil a Benzema y este a sus dos jinetes, cada cual por su banda. El Barça, fiel a su nostalgia, impertérrito en la derrota, indiferente ante su inercia, blando, amorfo. A la hora se marchó Cesc y se fundió Di María y todo pudo cambiar. De hecho, cambió.
7.- Las piezas del Barça encajaron mejor, con Neymar en la izquierda e Iniesta al mando. Pedro presionaba solo y en solitario y Bartra se crecía entre los veteranos, rechazando la derrota inevitable. En un equipo con cara de difunto, Bartra era como un puñetazo sobre la mesa y fue él quien aportó el gol del empate tras un error de Pepe en el marcaje al saque de un córner.
8.- El Madrid había fallado tantos remates en los minutos previos que el empate le sentó como un tiro y por vez primera en la final, y aunque solo faltaban veinte minutos, los de Martino se sintieron capaces de vencer. Estaban mejor situados, desde luego, y movían el balón con esmero, aunque sin encontrar fisuras en la doble línea madridista, pese a que Di María ya hacía aguas. Pero era un dominio romo, vacío de profundidad y carente de esa presión colectiva que evitara correr hacia atrás a la más mínima pérdida.
y 9.- Y hubo que correr, claro está. En cuanto Alves y Messi se juntaron en la derecha y perdieron un balón, fue Troya. Galopó Bale, a Bartra le falló primero la contundencia, a continuación la velocidad y, finalmente, los isquiotibiales. Y el galés lo tuvo todo: velocidad, regate y puntería. Bale le dio el golpe de calor definitivo a la langosta, que aún remató al poste, Neymar solo ante Casillas, símbolo de un momento concreto de la historia en que uno de los grandes equipos de siempre parece estar despidiéndose de todos y de todo a cámara lenta.
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