Mikhail Prokhorov es un sospechoso habitual. Como Abramovich en el Chelsea o los jeques árabes que vinieron a ocupar la gerencia del Manchester City o del Málaga, sin ir más lejos. La inyección de capital que supone para cualquier club la venida de un personaje de tales dimensiones transforma la historia y la idiosincrasia de allá donde pisan. Y eso, para los aficionados que durante toda una vida de seguimiento se labraron una identidad consanguínea a su club, les hace despertar el recelo. Es, en definitiva, alguien que ha venido a pervertir la historia y transformarla a su antojo. Y en cierta medida es así. Prokhorov, Abramovich y los demás son ricos que han trasladado su pasión al mundo del deporte, aunque en el fondo solo se hayan saltado cincuenta años de escala evolutiva. El peso de la tradición sustituido por el de un puñado de dólares. En la NBA, por suerte, los numerosos intercambios de ciudades, dueños y accionariado, sumados al sentido del espectáculo made in USA, hacen que la irrupción de Prokhorov haya superado rápidamente la fase de descreimiento.
Tampoco el ruso ha sido ningún iluso. Bajo una apariencia discreta, un perfil respetuoso y una positividad casi ingenua (dijo creerse capaz de hacer campeones a los Brooklyn Nets en apenas cinco años), ha ido contando sus apariciones metódica y circunstancialmente. Se alió con Jay-Z, propietario minoritario del equipo, en su empeño por buscar alianzas entre la cultura estadounidense; ha sido protagonista de un cómic; amenazó simpáticamente a Marc Cuban con aplastarlo en un combate de kickboxing si tocaba a Deron Williams; y ha expresado su deseo no sólo de establecer una rivalidad reconocida con los Knicks, sino de provocar el trasvase de aficionados de una franquicia a otra.
El impulso de su propietario ha espolvoreado a la franquicia de Brooklyn (antes New Jersey Nets), situándola de nuevo en la palestra deportiva. Tres años después de su abrupto aterrizaje, Brooklyn Nets es un equipo competitivo. Dios y ayuda le ha costado al magnate ruso. Bien forzado por la realidad de mercado o por las negativas de los jugadores a encabezar un proyecto a medio plazo (las grandes megasestrellas no quieren perder ni un segundo de su valioso tiempo), la gerencia no ha logrado pescar ejemplares de gran tamaño en el río revuelto del mercado. Dwight Howard se perdió camino a Los Ángeles, lo que supuestamente ha resentido su amistad con Deron Williams; LeBron James ni lo consideró; los más veteranos prefirieron opciones inminentes y del paquete de jugadores notables que no llegan a estrella solo han conseguido hacerse con Joe Johnson y el polifacético Gerald Wallace. Sea como fuere, poco se le puede reprochar a la franquicia. Su esfuerzo ha sido máximo: se metieron en cada una de las guerras de despachos ofreciendo sueldos millonarios y la promesa de un crecimiento continuado. Prokhorov lo expresó así: “Para mí sólo hay un lugar, el número 1, y haré lo máximo para ganar un campeonato”.
Aunque la ambición empresarial no ha recogido los frutos que su ímpetu cabría suponer (y en esto tiene mucho que ver las particulares reglas de la competición), deportivamente, el equipo ha dado un par de pasos hacia delante. Primero, seleccionó bien entre lo que ya tenía las piezas sobre las que sustentarse (Deron Williams, Brook Lopez y el bregador Kris Humpries). Luego, se movió de manera inteligente en el mercado, ofreciendo la oportunidad a jugadores de calidad que no han encontrado su sitio en la liga (Adrian Blatche), veteranos de guerra recuperados para una buena causa (Jerry Stackhouse) o jugadores de rotación que aportan los intangibles que le faltan al equipo (Reggie Evans). Qué hacer con esas piezas es responsabilidad de Avery Johnson. En este sentido, la franquicia también se ha movido tan ambiciosamente como el mercado le ha permitido. Johnson fue entrenador del año en 2006 y el más rápido en la historia de la liga en llegar a las 100 victorias.
Para su equipo ha elegido apuntalar la defensa y a partir de ahí, ir creciendo. Máximo acierto para un plantel hipermotivado bajo el influjo de que se está cociendo algo grande, aunque aún esté por descubrir el camino de mayor eficiencia ofensiva. Brooklyn es a día de hoy el equipo que menos puntos permite al contrario (91.5 ppp) y el séptimo en cuanto a diferencial de puntos (+4.1). En ataque, ha dejado el mando de las operaciones a su mejor jugador, Deron Williams. Si bien el base de Illionis se haya inmerso en una crisis de puntuación, su lenguaje gestual ha mutado para bien y su intensidad e implicación con la franquicia ha crecido exponencialmente. Williams llegó a declarar con gran frustración sobre la situación del pasado año: “Te están pateando el trasero y tú estás después en el vestuario riéndote sobre el partido”. Si la clave para cimentar las posibilidades del equipo era mimar a su estrella (renovado en verano por 98 millones en 5 años) y rodearle de un entorno competitivo, Prokhorov lo ha conseguido.
Y está consiguiendo, también, cumplir lo que pregonó. El huracán Sandy puso la incertidumbre necesaria para crear expectación respecto al partido entre los Nets y los Knicks, creando una rivalidad latente deseosa de manifestarse. Los Nets vencieron a los Knicks en su primer derbi neoyorkino de la temporada, situándose con 9 victorias y 4 derrotas, exactamente el mismo récord que sus vecinos de la Gran Manzana. Como si de un guión se tratara, Williams y López fueron los mejores ante el equipo encabezado por Carmelo Anthony, que opuso firme resistencia. Solo Joe Johnson queda por demostrar su supuesto valor deportivo. Por lo demás, todo parece marchar sobre ruedas. Si las cosas no se tuercen de manera sorprendente, Brooklyn no debería tener problemas para situarse entre los ocho elegidos del este, lugar que no frecuenta desde el 2007. A partir de ahí, la capacidad competitiva de sus hombres dictaminará su horizonte. Por potencial, cabría esperar un mínimo de semifinales de conferencia. Prokhorov, que anda ahora obsesionado con la política, mira de reojo su retoño deportivo y sonríe: la hoja de ruta que conduce a las finales se cumple, por ahora, de manera escrupulosa.
* Javier López Menacho
– Fotos: Kathy Willens (AP)
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