«El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor». (Confucio)
Si algo define al ser humano es su capacidad para equivocarse. Los errores no surgen solo de la acción, sino también de la omisión. Saber que algo está mal, que no funciona, que puede llevar al desastre, y no hacer nada es un acto más habitual de lo que nos gusta reconocer. Y cuando finalmente llega la catástrofe, estamos más preocupados por buscar excusas que por reconocer nuestro error, aprender y sacar las conclusiones para evitar que vuelva a repetirse.
La tragedia de Hillsborough, en la que fallecieron 96 aficionados y hubo cientos de heridos el 15 de abril de 1989, suscitó las más variadas reacciones. En medio del horror y del dolor de las familias, la policía culpó falsamente (como quedó demostrado hace pocas semanas) a los hooligans de los reds de causar el incidente. Argumentaron que estaban borrachos, fueron agresivos y causaron la fatal avalancha en el fondo de Leppings Lane.
Los muertos en el estadio de Heysel –cuatro años antes, durante la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus– dieron mayor credibilidad a la versión policial. El gobierno británico, sin embargo, decidió abrir una investigación y se la encargó a Lord Justice Peter Taylor, un juez de la Corte de Apelación, el segundo mayor estamento del sistema legal inglés. Su informe, el Taylor Report, removió los cimientos del fútbol británico y dio pie a un cambio tremendo que alcanzaría a toda Europa.
“Los campos de fútbol ingleses son muchísimo más seguros que en los pobres días inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero la capacidad para el error humano y el criterio equivocado en situaciones de crisis permanecen intactos. Hillsborough lo ha demostrado”, escribió David Lacey, jefe de corresponsales deportivos del diario The Guardian.
La Policía de South Yorkshire se afanaba en desviar la responsabilidad del desastre hacia los fanáticos y The Sun daba en portada, cuatro días después, la versión oficial con el título «The Truth» (La Verdad), donde acusaba a los aficionados reds de robar a los muertos y de atacar y mear sobre los grupos de rescate. Solo unas pocas voces se alzaban para culpar al estadio.
Alan Hansen, defensa del Liverpool que vivió las dos tragedias, se negó a comparar Hillsborough con Heysel. Aunque, en su opinión, sí había un denominador común: “Tiene que ver con la inadecuación de las medidas relacionadas con la grada”, declaró.
Kenny Dalglish era el entrenador del conjunto de Merseyside en 1989. El mítico jugador representó al club en todos y cada uno de los funerales de las víctimas. Fue el símbolo en el que se identificaron los aficionados de Anfield y el reflejo de lo que costaba llevar tan gran peso sobre sus espaldas. “Hubo veces en las que pensaba que la cabeza me iba a estallar”, explicó años después.
Mientras las reacciones se sucedían, Lord Justice Taylor seguía con unas pesquisas que plasmó en dos informes. El primero exponía las causas de la catástrofe y el segundo recomendaba una serie de medidas para prevenir una situación similar en el futuro.
En el primer análisis criticó de forma clara a la policía por su incapacidad para manejar la acumulación de personas en los alrededores del estadio y su lenta reacción ante el desastre. Culpó al comisario David Duckenfield, que aquel día dirigía la operación, de «no tener control efectivo». La Policía de South Yorkshire incluso intentó procesar a Taylor argumentando que el juez quería cargarles el muerto.
En su segundo texto dejó claro que las medidas antihooligans que quería implantar el Gobierno de Margareth Thatcher (tarjetas de identidad para los aficionados) no hubieran funcionado. Se enfrentaba a la Dama de Hierro y esto estuvo cerca de costarle su ascenso a Lord Chief Justice.
Lo que hizo Peter Taylor fue recomendar el fin de las zonas de pie y de las vallas de separación con el campo. Su propuesta fue que todos los estadios de primera y segunda divisón (incluido Wembley) tuvieran solo asientos en sus gradas. Las medidas debían aplicarse antes del inicio de la temporada 1994/95. Los clubes de tercera y cuarta, más limitados económicamente, tuvieron cinco años más para cumplir con los requisitos.
Una entrada, una localidad. Era el fin de la venta indiscriminada de billetes, de aglomeraciones en las zonas más baratas. “Los clubes estaban atrapados. No podían protestar por nada porque la presión de la opinión pública era demasiado intensa. Pero no tenían el dinero (para las reformas) y el coste les tenía aterrorizados”, publicó Chris Lightbown en The Sunday Times.
Viendo la trascendencia de los cambios, el gobierno conservador de John Major, entusiasta del Chelsea, club que tenía en The Shed a uno de los grupos de hooligans más notorios, aprobó en 1990 algunas medidas para ayudar a las entidades. Redujo, por ejemplo, un 2,5 % el impuesto sobre las quinielas. Se ahorraron así unos 200 millones de libras que se utilizaron como subvenciones.
El ejecutivo le estaba haciendo un guiño al mundo del fútbol. Le invitaba a hacer un esfuerzo, a demostrar que querían evitar nuevos Hillsborough. Y le insinuaba que, si en algún momento faltaban peniques para mejorar las instalaciones, sería el propio gobierno quien encontraría otras vías de financiación.
Pero los clubes no las necesitaron. Sobre todo porque algunos directivos tuvieron la brillante idea de ofrecer bonos a sus seguidores para reconstruir los estadios o edificar nuevos campos como el Reebook Stadium (Bolton), el Riverside Stadium (Middlesbrough) o el Britannia Stadium (Stoke City).
No solo eso. Una vez reconvertidas las gradas, se extendió la idea de aumentar el precio de los abonos de temporada. Mejores ubicaciones, público más acomodado, entradas más caras y un lógico descenso del hooliganismo. Cambiaba el público y se reducían los incientes, aunque era a costa de perder atmósfera.
Algunos hinchas protestaron, molestos por acabar con las zonas de pie, las que daban más calor. Incluso algún futbolista, como Roy Keane, se quejó de la falta de apoyo que había desde las gradas. Hubo sentadas de protesta e invasiones de campo. Parte de la prensa no supo interpretar las medidas. Aun así, en 1995, los coliseos más importantes de Inglaterra solo ofrecían localidades de asiento. Según la mayoría de los cálculos, las obras costaron a los clubes unos 800 millones.
Tanto esfuerzo tuvo su recompensa. Inglaterra fue elegida como sede de la Eurocopa de 1996 y el presidente de la UEFA, Lennart Johansson, aseguró que, sin la revolución forzada por el informe Taylor, la candidatura inglesa no habría ni existido.
El hooliganismo se ha convertido actualmente en un problema aislado. Sigue habiendo incidentes fuera de los estadios (Inglaterra estuvo cerca de ser expulsada de la Euro 2000 por la violencia de sus seguidores en Charleroi y Bruselas) y parece prácticamente imposible acabar al 100 % con ellos porque siempre encuentras a dos personas dispuestas a pelearse. Lo que sí se ha logrado erradicar son las masacres en los estadios. Al menos en Europa, porque todos recordamos las escalofriantes imágenes que llegaban a principios de 2012 desde Egipto: durante el encuentro entre en El Masry y Al Ahly en Port Said hubo hasta 79 muertos y 1.000 heridos por culpa de una batalla entre aficiones, de nuevo mal resuelta por la policía.
El incidente de Hillsborough se podía haber evitado. Las autoridades sabían que el estadio de Sheffield no era lo suficientemente seguro. Lo sabían, como mínimo, desde 1981, cuando en otras semifinales de la FA Cup, entre el Tottenham y el Wolverhampton, el exceso de espectadores en las gradas ya provocó las airadas protestas del público. Algunas personas se pasaron todo el partido aplastadas contra las vallas.
En 1989 se repitió la misma situación, aunque multiplicada por diez. Durante esos ocho años no se hizo nada. Ni se mejoraron las instalaciones ni se clausuró el estadio. En Heysel pasó lo mismo. Hasta la tragedia de 1985 no se aceptó que el recinto no era adecuado para albergar grandes partidos.
El Taylor Report dejó en evidencia esos y otros errores y puso las bases para solucionarlos. La FIFA y la UEFA tardaron aún algunos años en darse cuenta. No fue hasta bien entrados los noventa cuando decidieron aplicar las medidas propuestas por el Lord Justice.
Tras años de lucha para que se reabriera el caso, los familiares de las víctimas de Hillsborough lograron una nueva investigación en base a archivos clasificados. Los resultados constataron que la policía había alterado deliberadamente declaraciones de los testigos en un intento de culpar a los aficionados del Liverpool de la aglomeración fatal en Hillsborough.
– Aquí puedes descargar el Taylor Report.
* David Ruiz Marull es periodista.
– Fotos: AFP – Reuters
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