Lo entenderán sobre todo quienes hayan escrito de deporte. Contar andanzas atléticas es habitualmente como una procesión de primavera: gana quien más se adorna. La tentación épica siempre está al alcance de la mano, dispuesta para adulterar lo contado. Siempre parece haber tiempo para una palabra alta, un adjetivo grave, una expresión magnífica. Admitámoslo: es un vicio de todos. Cuando se trata de deporte, la predisposición a exagerar el texto y sus formas es un hábito convertido en supuesta virtud. Es un riesgo contra el que cabría esperar un cierto recato, algún sentido de la vergüenza que garantice la elección más o menos equilibrada del lenguaje. Pero suele pasar lo contrario, la indescriptible recreación del cronista-onanista que todo sport-writer lleva dentro.
Es una encrucijada común en la escritura, que se redobla cuando toca hablar de deporte. No siempre está claro cuándo es momento de embellecer y cuándo de adoptar una actitud más austera. Ni las proporciones. Es un dilema constante cuando se escribe. Personalmente, tengo claro que un adjetivo es siempre mejor que dos, y que una oración simple es preferible a una oración compleja, aunque no siempre comulgue con el ejemplo. Y es deseable tener siempre presente la máxima de la escritura virtuosa: escribir bien no es siempre escribir claro, pero escribir claro es siempre escribir bien.
Hablamos de un fenómeno de hinchazón literaria. En deporte, parece, una figura es un héroe, un triunfo es una hazaña y una remontada es un milagro. De paso, todo fenómeno es máximo, cuando no homérico, mortalmente relevante. Algo tendría que decir el poeta griego ante el manoseo constante que se realiza de su obra, ante la depreciación sistemática que sufren sus símbolos. Yo también pronuncié su nombre en vano cuando ni siquiera sabía muy bien de lo que estaba hablando. Puestos a apelar a lo clásico, hay ciertos lugares comunes, como Homero, que se vuelven impostura fundamental. Y es perfectamente extensible a todo relato mitificador.
Se supone que antes de la gran explosión de la cultura audiovisual la tentación épica no era tal, o al menos era un fenómeno bajo control. Lees las crónicas de Dino Buzzati de los enfrentamientos de Coppi y Bartali y todo parece grandioso pero en su sitio. Pero la retórica publicitaria y sobre todo cinematográfica ha ganado la partida. La masturbación del espectador de la que habla Enric González refiriéndose al consumidor de prensa deportiva se vuelve verdadera pornografía cuando hablamos de televisión actual. El periodismo YouTube emplea un gran número de horas remuneradas en elaborar montajes de vídeo fronterizos entre el videoclip más esteta y la secuencia heroica más proteica. Para no contar casi nada. Parece que la bonita alianza entre los hombres de calzón y los hombres de lira se pervirtió el día en el que se puso a uno y a otro bajo el foco exagerado y obligatorio de la emoción catódica. Y sin ánimo alguno de pontificar, escribir debería ser sobre todo un ejercicio de utilidad descriptiva, donde la pirueta es un recurso ocasional, y por tanto más valioso. Conviene venir epatado de casa, sobre todo para no caer en la tentación de pensar que hablar de deporte es contar la Guerra de Troya todos los días.
* Carlos Zumer es periodista.
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