La Supercopa de Europa es un trofeo menor que no permite sacar grandes conclusiones, sea cual sea el resultado. Ni siquiera una derrota por 0-3 implica lecturas tremendistas. Así, el varapalo que le infligió el Sevilla al Barcelona el 25 de agosto de 2006 se interpretó como un aviso al equipo que estaba en la cima del mundo, pero no dio lugar a bajones anímicos ni desconfianza. Al fin y al cabo, el atractivo bloque de Rijkaard venía de ganar liga, Champions y Supercopa de España, así que no había problemas de autoestima por el Camp Nou. Sin embargo, aquella nefasta noche monegasca sirvió de preludio a un curso en el que las cosas no eran tan perfectas como antaño. Afloraron problemas individuales y colectivos que desembocaron en resultados bien conocidos: eliminación en octavos de final de Champions contra el Liverpool, fuera de la Copa del Rey tras encajar un sonrojante 4-0 ante el Getafe y segundo en la famosa liga del clavo ardiendo. La del Madrid de Capello y su afición por las remontadas.
Puyol, Deco, Ronaldinho y Eto’o habían sido premiados en la víspera por su extraordinario desempeño en la última Champions. El mismo 25 de agosto, Ronaldinho participó en un acto promocional. Se sospechaba que la concentración previa al duelo contra el Sevilla no era la ideal. Un Sevilla, recordemos, que venía de ganar la UEFA con brillantez. Jugar contra Alves, Renato, Jesús Navas, Kanouté o Luis Fabiano no iba a resultar un trámite. Ni siquiera para el maravilloso Barcelona de Rijkaard.
El conjunto culé buscaba el segundo título (tras lograr la Supercopa de España) de los seis a los que aspiraba en la temporada 2006-07. Para el Sevilla era una oportunidad perfecta de instalarse en la nobleza europea. Aquella que representaba mejor que nadie su rival sobre el césped del Louis II de Mónaco. Con una motivación y un empuje extraordinarios, el cuadro andaluz sorprendió a un Barcelona aletargado. En los diez primeros minutos remató tres veces a puerta. El sorprendente caudal ofensivo encontró premio en el minuto 7. Una brillante combinación entre Poulsen, Renato y Luis Fabiano acabó con un rechazo de Valdés que aprovechó Renato, viniendo desde atrás, para marcar el 0-1.
Las figuras del Barcelona se desperezaron al verse por debajo en el marcador. Xavi y Deco intentaban generar fútbol, pero Renato y Poulsen les perseguían sin descanso. Las conexiones con el fantástico tridente ofensivo (Ronaldinho, Eto’o y Messi) quedaban cortocircuitadas. El Sevilla taponó a la perfección el centro y apenas dejó algún resquicio en las bandas para las subidas de Belletti. Insuficiente para alterar el escenario imperante desde el pitido inicial.
En estas circunstancias apareció Kanouté para dejar las cosas claras antes del descanso. Valdés despejó al centro tras un córner sacado por Renato, Navas cabeceó el balón hacia el punto de penalti y el excelso delantero prolongó con la testa a la red. El arquero culé, descolocado y desequilibrado, no pudo evitar el 0-2. El maliense, una pesadilla para la defensa del Barcelona, comenzaba a rubricar una excelente actuación.
A la vuelta de los vestuarios, Rijkaard movió ficha. Iniesta entró por Xavi y Gudjohnsen por Motta. De poco sirvió. Juande Ramos retiró a Luis Fabiano para blindar a su equipo con la salida al campo de Martí. La segunda parte no trajo cambios significativos, más allá de algunos disparos de Messi. A sus 19 años, Leo ya estaba capacitado para dar un susto (o varios) a cualquier escuadra del mundo, pero no era su noche. Ni la del Barcelona. Las mejores oportunidades seguían a disposición de los ambiciosos sevillistas. Kanouté volvió a hacer magia con la cabeza para regalar el 0-3 a Renato, que remató fuera, en boca de gol, ante la salida desesperada de Valdés. Rijkaard, decidido a morir con las botas puestas, introdujo a Giuly en sustitución de Sylvinho, pero el Barcelona seguía desangrándose. Una incursión arrolladora de Adriano finalizó con una buena intervención del portero catalán. El fantasma de la goleada llevaba tiempo rondando el área azulgrana.
La entrada de un descarado Antonio Puerta acabó de descoser al campeón de Europa. El canterano, un proyecto de futbolista con mayúsculas, tuvo algo más de diez minutos para lucirse. Fueron suficientes. Desquició a Puyol para forzar el penalti que transformó Maresca en el 0-3 y, en el último suspiro, estuvo a punto de marcar uno de los goles del año. Arrancó en el medio campo y burló la oposición de Márquez, Iniesta y Puyol antes de toparse con Valdés. Víctor, sin tener uno de sus mejores días, había evitado una goleada humillante. El cuadro culé llevaba desde el 9 de enero de 2005 sin encajar un 3-0 (partido de liga contra el Villarreal).
El abultado resultado fue sintomático de lo que vendría después. También en el caso del Sevilla. El año decepcionante del Barcelona contrastó con un curso inolvidable para el bloque hispalense, que añadiría dos trofeos más a sus vitrinas: una nueva UEFA (venció por penaltis al Espanyol de Valverde) y la Copa del Rey ganada al Getafe en el Bernabéu con un solitario gol de Kanouté. El mejor Sevilla de la historia estaba en su punto álgido mientras el extraordinario Barcelona de Rijkaard se preparaba para caer desde la cumbre. Un descenso que sería duro de verdad.
* Javier Brizuela es periodista y filósofo.
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