La senda de Luis Enrique

por el 28 octubre, 2013 • 16:41

Luis Enrique, entrenador del Celta de Vigo.

A Luis Enrique siempre se le ha reconocido por la confianza que deposita en los más jóvenes. No le tiembla el pulso a la hora de poner como titular a un chaval de 17 años si él considera que es lo necesario.  Tras sonar para el Barcelona con mucha insistencia durante este verano,  el entrenador asturiano ha iniciado una pequeña revolución en Vigo (más planificada de cara al medio/largo plazo que a la obtención de beneficios inmediatos) que hubiera puesto los pelos de punta a más de uno en tierras catalanas.

Luis Enrique se deshizo de Tuñez, para sorpresa de todos y convencimiento de uno, para probar a Gustavo Cabral, central con muy buenas condiciones atléticas, pero con una salida de balón y un sentido táctico que no terminan de encajar en el estilo del ex técnico azulgrana. Pero Lucho estaba tranquilo porque todavía se guardaba un as en la manga: David Costas. Un chico del filial que en este arranque de Liga ya es el séptimo jugador más utilizado de la plantilla. Su velocidad y su buen criterio a la hora de sacar el balón jugado le han servido para llegar a disputar partidos de Primera como titular, tres meses después de estar con los juveniles, a unos tempraneros 18 años.

También se encontró con un problema que solventar en el puesto de lateral izquierdo,  ya que tras la marcha de Roberto Lago sólo contaba en esa posición con Carlos Bellvís. La solución pasaba por reconvertir a Toni, un canterano de toda la vida, que siempre había ejercido muchos metros más adelante de lo que se le presupone a su nuevo rol. Una vez que la propuesta del técnico celeste ha ido cogiendo forma, estas apuestas parecen disfrazadas de riesgo y llenas de sentido común.

El once tipo del Celta juega con dos centrales que, con la posesión en su poder, se abren para que Borja Oubiña, termómetro y timón hasta el momento del equipo celeste, se incruste entre ellos mientras los laterales rebasan la línea del centro del campo. Dos interiores que deben generar superioridad en tres cuartos mientras los 3 delanteros, en las bandas con mucho desequilibro y en el centro con mucho gol, buscan el balón aprovechando las segundas jugadas que generan tanto laterales como interiores. Se probó puntualmente a jugar con tres centrales y, ante la ausencia de Oubiña, se optó por un doble pivote como parche circunstancial con Álex López y Fontàs.

El equipo demostró en las primeras jornadas que el argumento principal funciona, y si bien no fue suficiente para conseguir los resultados esperados, el juego vistoso y las ocasiones generadas invitaban al optimismo. La circulación del balón era buena, si bien se producía de una manera exterior y por bandas, casi de una forma elíptica y no siempre de una manera satisfactoria. Mientras tanto, la conexión por dentro con los interiores no llegaba a buen puerto, en un problema reconocible que se alarga hasta el día de hoy.

Y uno de los que más sufre por este dilema es Rafinha.  Lo que más acusa el jugador cedido por el FC Barcelona en este inicio de temporada es no pasar más tiempo tocando el balón. Aunque ya ha dejado destellos de lo buen jugador que es, todavía no se ha visto la mejor versión de Rafinha. Diamante en bruto que irá de menos a más, sin duda.

‘LUCHOS’ Y SOMBRAS

La fragilidad en defensa le pasó factura en un partido que pasará a la historia como el primero que se jugó en el nuevo San Mamés. No fue por falta de jugadores (llegó en ocasiones a acumular siete jugadores defendiendo en su área) y si más a causa del desorden y desequilibrio entre líneas, que convertían en misión imposible tirar el fuera de juego.

La tragedia tuvo lugar en Getafe. Luis Enrique decide rotar el equipo, y lo rotó tanto que acabó con Bellvís de lateral derecho para desesperación de Jonny. Aquel día se vio a un equipo desestructurado  y que estuvo a merced del conjunto madrileño desde el principio del partido. No fue un experimento con un final satisfactorio. “No hay dudas” afirmó Rafinha en los días posteriores. Pero estas volvieron tras el partido en el Calderón,  dónde sólo se controló la última media hora del partido, con un Atlético al que se le acabó la gasolina y un resultado que ya se había puesto demasiado cuesta arriba.

Tras ese partido, Luis Enrique fue cuestionado sobre si se estaba ya cerca de ver al Celta que quería o todavía necesitaba algunos ajustes. Su respuesta: “Uno siempre busca integrar el grupo y hacer buen fútbol lo más rápido posible, pero esa es la pregunta del millón, ¿cuánto tardaremos en ver a un Celta que además de intentar jugar bien consiga resultados?”.

Esa pregunta, de momento, no tenía respuesta. Cierto es que después del partido contra el Levante los resultados todavía no llegaron, y sin embargo, el Celta no sólo no mereció perder, sino que fue el único que aportó buen juego, posesión y ocasiones de gol. Hasta el propio entrenador rival reconoció la superioridad celeste: “El Celta ha jugado mejor pero hemos ganado en una acción”. La mejora fue evidente y ni siquiera un césped anegado desvirtuó el juego vigués, como tampoco lo hizo el apagón tras el descanso, pese al juego que dio el mismo para los titulares cronísticos de después.

UN GOLPE EN LA MESA

Celta-Vigo-Malaga

Y en estas estábamos cuando apareció el partido de La Rosaleda. “Yo no quiero tener a seis o siete hombres por detrás del balón, y si puedo marcar cinco goles no marco cuatro”. Con esa frase, Luis Enrique definió en su día perfectamente cuáles eran sus intenciones. Y no han cambiado. Esa idea de la competitividad y la mentalidad ganadora no es fácil de inculcar de buenas a primeras, pero el técnico ha hecho todo lo posible para que de cada una de sus decisiones se desprenda ese aroma. Esta nueva forma de ver las cosas supone todo un desafío para un club como el Celta de Vigo, que tantas y tantas veces ha sufrido la Ley de Murphy.

Vale que quizás el Málaga de Schuster no sea la mejor piedra de toque para medir de qué madera está hecho este Celta, pero lo cierto es que cuando más acuciante era la necesidad de una victoria, el equipo ha respondido con un 0-5 muy contundente. Luis Enrique decidió, frente a las bajas de Rafinha y Krohn-Dehli, poblar el centro del campo de músculo e intensidad, con un Augusto López haciendo de aguador, repartiendo frescura al conjunto celeste, mientras Álex López se encargaba de coger la batuta. En Málaga no se produjo la característica posición de Oubiña entre centrales de principios de temporada  y Aurtenetxe cuajó una gran actuación sustituyendo a Toni. Volvió a aparecer en el once titular Cabral, más concentrado que nunca. El juego fue el de siempre, pero esta vez el balón decidió entrar.

Nada más lejos, la confianza que da verse por delante en el marcador hizo el resto. Nolito dejó un gol para el recuerdo que hizo abandonar sus asientos a gran parte del público malacitano antes de tiempo y Álex López volvió a ser imprescindible de una manera habitual en él; sin hacer ruido, sin acaparar portadas. 

El equipo llega al partido contra el Barça creciendo (que no crecido) y cogiendo mucho oxígeno. El partido del sábado en La Rosaleda supone un punto de inflexión en la temporada y un refuerzo fundamental para el proyecto de Luis Enrique. Por fin el Celta hizo buen fútbol acompañado de un gran resultado. Las preguntas de Lucho parecen encontrar respuesta. Juega en casa, contra un Barça postclásico, con nada que perder y mucho que ganar. Recuperan a Rafinha, que tendrá ganas de lucirse contra el que sigue siendo su club si finalmente entra en el once titular, mientras que Krohn-Dehli está prácticamente descartado.

El momento parece óptimo y puntuar contra el actual líder de la Liga BBVA sería la confirmación de que están, sin duda, en la senda correcta. 

 * Diego Basadre.

– Fotos: M. G. Brea (Faro de Vigo) – Jorge Zapata (EFE)




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