"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
A la manera de un Russell Crowe en ‘Una mente maravillosa’, nos situamos ante una hipotética pizarra de matemático, plagada de signos, polinomios y códigos extraños al común de los mortales. Aún así, con la tiza en la mano, nos encantaría añadir la ecuación final, esa que genera el eureka del científico desde tiempos clásicos, y hallar la solución que explique esa maravilla de primer gol en la final. Se tiene por seguro que alguien o algo falla antes de permitir el logro supremo del fútbol, pero ahí, en esa inolvidable secuencia, desde el pase avanzado de Iniesta hasta el cabezazo letal de otro loco bajito llamado Silva, mediando la inverosímil capacidad de penetración de Cesc, no hallamos nada imputable en tribunal como delito a la zaga azzurra. Nada en absoluto. Es sólo una genial pieza breve tocada por tres artistas para deleite de la concurrencia mundial, una sublimación en resumen del estilo que aporta algo nuevo a pasatiempo ya viejo, lo último en revoluciones desde que fuera aplicado el 4-2-3-1. El fútbol, largamente centenario y exprimido en su teoría, parecía tenerlo todo inventado hasta que alguien decidió ir un paso más allá en el camino iniciado por Happel o Michels, teorizado por Cruyff y sublimado a firma de Guardiola, con bendición posterior a cargo de dos sabios amantes de su oficio, Luis Aragonés y Vicente Del Bosque. El paso adelante ofrecido en este certamen consiste en la fe por competir fiel a ese estilo y negar las limitaciones expuestas a los más grandes desde tiempos inmemoriales. Y desmentir esos dogmas, esas fronteras, esos límites a base de normalidad en el empeño.
Al margen de las consabidas interpretaciones, esta manera de ser y hacer, este modelo elevado mundialmente a los altares por su sencilla sofisticación técnica, permite además –tamaña es su verdad– la conversión en lección práctica de uso cívico a poco que el espectador desee escudriñar sus secretos. Si el primer gol fue poesía, para el segundo y tercero se precisó del arquitecto fiable y certero, único en la recta de su cartabón, sencillo y honesto hasta para confesar que no estaba siendo tan decisivo como todos, admiradores, entregados y su propia trayectoria incluida, esperaban del mejor pasador de último toque que hayan conocido los tiempos, Xavi Hernández. Y mientras Andrés Iniesta, el yerno de España, fluía, flotaba y levitaba, en el postrer, Fernando Torres quiso dinamitar el tópico proverbial del ariete por fuerza egoísta para entregar a la causa común aquel instante de gloria. Ganó Mata el regalo, obtuvo el colectivo el premio gracias a la cesión de lo que parecían derechos de marca de El Niño. Decían machacones los maestros en el oficio que el deporte es metáfora de vida del que pueden extraerse múltiples lecciones, siempre beneficiosas. De esta Roja –que por fin luce nombre para realzar su definida personalidad–, ya descendida la adrenalina por el tercer galardón en racha, el país que la cobija y alienta debería aprovecharlo todo, como del cerdo, con perdón. E incluso sus detractores podrían sacar partido de su sentido de la tolerancia, de su carácter democrático sin mancillar, tejido a fuerza de respetos, civismo y humildades. Desde su amplio surtido de principios a ese enorme repertorio de valores y la machacona insistencia de sus ilustres miembros a que tomemos nota de su ejemplo de la manera más brillante posible, consistente en que no se le note al maestro el deseo de inculcar conocimiento al auditorio que atiende.
Sigamos la doctrina de Shankly en aquello tan red sobre la importancia superior del fútbol a fútiles memeces como la vida y la muerte y que nos guíe la selección hacia la reflexión debida ante su trabajo y ejemplo, de cabo a rabo y de cabeza a pies. Existen muchísimas lecciones presentes en la retina. Desde el entrañable y sentido recuerdo hacia los cuatro malogrados ausentes hasta la cesión de mi parte para el triunfo del todo. Desde el borrado de trincheras adversarias en materia de clubs porque esta era, en efecto, otra batalla hasta la insólita presencia normalizada de los retoños en la celebración. Desde el pasillo sincero, henchido de fair-play, al derrotado hasta el modo de integrar a los momentáneamente caídos, tipo Villa o Puyol, para hacerles partícipes de la alegría. Todo muy normal, todo muy humano, todo muy en la línea de meterse en la piel del prójimo y entender su manera de sentir y pensar antes de lanzarse a la praxis egoísta.
De esos 23, sus mentores y el entramado emocional y moral que los sustenta deberían extraerse, en proteínico jugo colectivo, hasta las últimas gotas de su ejercicio didáctico. Con tradicional retranca, hay quien compara tan único éxito con la orquesta del Titanic, empeñada en seguir tocando mientras España se hundía alrededor. Vaso medio vacío. Mejor, coherente con su línea, contemplémoslo medio lleno, casi cerca de rebosar: una fenomenal colección de perseverantes trabajadores muestran las bases de actuación con las que cualquier empresa puede seguir a flote, navegar y surcar las aguas en rumbo preestablecido hacia el puerto dispuesto. Políticos, gestores, líderes, personas, de la primera a la última, pueden sacar partido de La Roja sin esquilmarla. Es cosa de cada cual entenderles y aprovechar ese filón. Si el orgullo se queda en los estrictos límites del fútbol, se desvanecerá el encanto, como en los cuentos, transcurridos apenas cuatro días. Si la lección se aprovecha, perdurará. Allá cada cual con su conciencia, con su deseo de creer que en la alucinación generada por el opio del pueblo también pueden destilarse grados superiores, y mejores, de conocimiento. Sin meternos a trascendentes, La Roja le ha dado una soberana lección a España, en general, y a cualquiera en particular. Decisión de cada cual aprenderla o dejarla correr para seguir tropezando en idénticas crisis. Que es económica, seguro, pero también de carencia de tantos y tantos principios, éticos y morales, que la muchachada de Del Bosque sí conoce, sí sabe manejar. El triunfo de esta Eurocopa es otro sensacional lienzo impresionista pintado a breves pinceladas desde el genio de la normalidad más absoluta. Dediquémonos a nuestras personales obras creando con esas pinturas y, seguramente, mejor nos irá en la travesía común.
* Frederic Porta es escritor y periodista. En Twitter: @fredericporta
– Foto: Reuters
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