La revuelta Martino

por el 12 mayo, 2013 • 14:07

Diciembre del 2011. Las cosas no marchan nada bien para Newell’s. Finaliza el Torneo Apertura con un solo triunfo en 19 cotejos y despide a su segundo entrenador del curso, Diego Cagna, quien apenas estuvo 9 encuentros en el banco leproso. El descenso aparece en el horizonte cercano, la chance de acabar como Rosario Central, el rival de toda la vida que había caído a la B Nacional en junio del 2010, parece una realidad cada vez más palpable.

Luego de una serie de buenos campeonatos con Ricardo Caruso Lombardi, Fernando Gamboa y Roberto Sensini (quien estuvo cerca de consagrarse campeón pero luego empezó a vivir la crisis del equipo), Newell’s estaba a la deriva. Por si fuera poco, el plantel no invitaba a la ilusión; en el fútbol de los entrenadores, la quimera pasaba por ver quién asumía la capitanía en esa nave a la deriva.

Dos nombres sobrevolaban la imaginación de la dirigencia, pero en especial de la hinchada desde hacía tiempo: Marcelo Bielsa y Gerardo Martino, dos emblemas del club del Parque Independencia. Al Loco se lo había tentado antes de que asumiera en el Athletic Club y había rechazado amablemente la oferta al tiempo que sugería la asunción de un excolaborador suyo, Javier Torrente. El ciclo de este fue breve y también muy negativo.

Entonces, los cañones apuntaron a Martino, quien fuera dirigido por el propio Bielsa. Es difícil explicar desde afuera por qué asumió el Tata en Newell’s sin apelar a razones afectivas y sentimentales. El entrenador venía de ser seleccionador en Paraguay con notables resultados y Colombia lo buscaba para ser la cabeza de un grupo de notables talentos. Sin embargo, la llamada del rojinegro tentó al entrenador.

Surgido en las inferiores del club, vistió durante 505 partidos la camiseta de Newell’s, siendo el jugador con más presencias en la historia. Así como se bautizó al estadio con el nombre de Marcelo Bielsa, una de las cabeceras del mismo lleva el nombre del Tata, símbolo futbolístico de la etapa más gloriosa de la institución rosarina.

La empresa parecía muy complicada; el promedio era magro y algunos no veían con malos ojos jugar la promoción: el descenso directo era una amenaza concreta. Por si fuera poco, las arcas del club estaban lejos de ser holgadas y no se prometían grandes refuerzos, más que nunca el diferencial debía ser la tarea del cuerpo técnico con un plantel plagado de juveniles.

“De esta situación se sale trabajando mucho y hablando poco”, dijo Martino en su presentación, al tiempo que aclaraba que la Federación Colombiana había hecho todo lo necesario para su contratación pero que, simplemente, su decisión había sido volver a su casa. Comenzaba La revuelta Martino.

La idea instalada en Argentina dicta que para pelear por mantener la categoría lo lógico es realizar planteos conservadores. En verdad, pocos equipos en líneas generales han sido referencia de juego atildado y ofensivo. Ni siquiera el descenso de River jugando un fútbol a contramano de su historia logró que ese concepto se rompiera. Martino, que no dirigía en el país desde el 2004, optó por tomar otro camino.

“La posesión, atacar, poner mucha gente en campo rival, tomar riesgos, que los defensores miren para atrás y haya cuarenta metros entre ellos y el arquero, que no renuncien a jugar, que cuando tienen que profundizar, profundicen, y que cuando tienen que lateralizar, lateralicen, que la pelota no vuele si no tiene algún sentido”. Así explicaba el entrenador sus ideas en una entrevista cuando Newell’s ya tenía una fisonomía diferente. No eran palabras huecas. El rojinegro dio un giro de 180 grados y en ese Clausura ganó un 900 % más de juegos que en el certamen anterior a la asunción del técnico. Finalizó con 32 puntos en 19 partidos y se salvó del descenso. Sin embargo, su mayor victoria no había sido la numérica.

Su mensaje caló en sus jugadores, lo tomaron e intentaron llevarlo adelante. En los últimos partidos de aquel campeonato al equipo no le dio el calibre para pelear por el título. De todas maneras, el porvenir era venturoso. Con poco material, Newell’s forjó una identidad: presión en campo rival, un equipo que se desplegaba en ataque priorizando la llegada por los extremos, mucho juego interior con sus volantes y el balón a ras de suelo.

Más allá de los logros del equipo, era una suerte de revancha personal. Martino hizo sus primeras armas como técnico en Argentina, pero su carrera en el banco la realizó en Paraguay. Muchos títulos locales entre Libertad y Cerro Porteño (más una gran actuación en Libertadores con el equipo gumarelo en el 2006, cuando llegó a semifinales) lo catapultaron a dirigir al seleccionado. En el medio tuvo un mal paso por Colón de Santa Fe y había estado cerca de dirigir a Newell’s, pero su conflicto con el por entonces presidente Eduardo López impidió su llegada.

De su paso por la selección paraguaya se recuerdan la participación en el Mundial (probablemente fue el equipo que desde el juego puso en más aprietos a España en Sudáfrica realizando una presión alta agotadora, más allá de la caída de La Roja ante Suiza) y en la Copa América del 2011. Llegó a la final sin ganar un solo partido con un equipo que competía muy bien pero jugaba poco, incluso no tuvo ningún reparo en aceptar que habían vencido a Brasil “de culo” cuando el periodismo lo bañaba en elogios. Era el final del ciclo; en verdad, lo mejor había llegado entre el 2008 y el 2009, cuando en las Eliminatorias había formado un equipo temible. La balacera que sufrió Salvador Cabañas en México fue un quiebre para aquel conjunto.

Llegaba el comienzo de otra temporada y era momento de saber si se podía ratificar lo que comenzaba a construir este Newell’s contracultural. La efervescencia en el Coloso se sentía y contagió a figuras que decidieron retornar para dar una mano y batallar en la ciudad más futbolera –incluso en un grado casi enfermizo– del mundo. Maxi Rodríguez fue el primero en pegar la vuelta desde Liverpool, lo siguió Heinze, que llegaba desde la Roma, y en silencio, casi en la ignominia, lo hacía Ignacio Scocco.

Todos estos futbolistas habían surgido en la etapa de la dictadura del expresidente López. Este fue uno de los paradigmas del presidente vaciador de un club. No solo redujo las actividades sociales, canceló las elecciones (en verdad eliminó a la oposición), sino que además endeudó de manera furibunda al rojinegro, al tiempo que hizo de la barrabrava un cuerpo parapolicial. Al ser propietario de muchos medios en Rosario y tener llegada al poder judicial y político en la provincia de Santa Fe, gambeteó las responsabilidades civiles y penales. Solo la movilización popular logró ponerle fin a su nefasto período. La carta de Marcelo Bielsa el día antes de la elección que depuso a López simboliza lo que era el mandatario para la Lepra.

Cuando muchos se ilusionaban con que Maxi Rodríguez fuera el abanderado de este Newell’s, quien terminó siendo la figura fue aquel que volvió sin ganarse la portada de los medios: Scocco. “Solo Martino y Saja (el arquero de Racing, excompañero en el AEK de Atenas) confiaban en mí en julio”, dijo el delantero, que llegaba cedido desde el fútbol de los Emiratos Árabes Unidos. En menos de una temporada, Nacho acumuló golazos de toda índole y es sin lugar a dudas el mejor y más desequilibrante jugador de este medio hoy por hoy.

Siendo la punta de lanza de Newell’s, fue el goleador del torneo Inicial (13 tantos) y está entre los principales bombarderos de este Final (lleva 8). El punta suele compartir ataque con Maxi Rodríguez y Tonso, un juvenil muy prometedor. Los dos futbolistas actúan como falsos extremos en el  4-3-3 de Martino.

Una de las decisiones más relevantes en el plano futbolístico que tomó en este tiempo fue el ingreso al arco de Nahuel Guzmán. Si bien es más propenso a cometer errores que Sebastián Peratta, garantiza una salida limpia del balón por su buen juego con los pies. Ese primer pase es clave. Heinze –en este medio– también es una garantía en ese sentido. Vergini suele ser el otro marcador central. Los laterales los completan Marcos Cáceres y Milton Casco, un volante reconvertido a defensor izquierdo, toda una declaración de principios. El mismo camino había realizado Lionel Vangioni, hoy en River.

Más allá de Scocco, la clave del juego rojinegro está en el mediocampo. El pivote en el centro es propiedad (al menos hasta su lesión) de Hernán Villalba, un volante que no luce pero que es tácticamente brillante. Delante de él, dos interiores: Lucas Bernardi (había sido amenazado de muerte antes de que llegara Martino y estuvo a punto de irse de Newell’s), que pasó de jugar en el círculo central a hacerlo en los tres cuartos, y Pablo Pérez, eternamente fustigado por la gente leprosa y hoy referente. Rinaldo Cruzado es alternativa en el medio.

Era el candidato el semestre pasado; fue líder e invicto hasta las últimas jornadas. Sin embargo, una sorprendente derrota como local ante All Boys en la fecha 16 significó un golpe demasiado duro para los de Martino. En este 2013 el objetivo de festejar en alguna competición es concreto, ya olvidados de los problemas con el promedio.

En el plano doméstico, a siete jornadas del final es escolta a una unidad de Lanús (perdió el liderazgo tras su caída ante Arsenal), sigue con vida en la Copa Argentina y debe medirse en octavos de final ante Talleres de Córdoba, que acaba de ascender a la Segunda División. En el internacional, la Libertadores estimula. Pese a la caída como local por 1-0 ante Vélez en el encuentro de ida, no hay que descartar al conjunto de Martino de cara al acceso a cuartos de final.

Pese a todos los síntomas positivos, el final del ciclo se acerca. “El fútbol argentino es histérico, tramposo y ventajero”; “acá me cuesta ver un partido entero”; “A nivel organizativo, todo, todo es malo. A nivel futbolístico, primero, que siempre se quiere ganar a partir de sacar ventaja, casi te diría de la trampa, pero no lo voy a profundizar… Segundo: es muy difícil encontrar juego asociado, la pelota vuela mucho, jugamos más a la segunda pelota que a elaborar”. Todas esas frases las emitía Martino a los pocos meses de su vuelta al fútbol argentino. Hoy, a semanas del final de su contrato, ya anunció que se irá en julio. El mismo camino seguirá Scocco.

“No me gusta que los partidos se juegan cuando un determinado grupo de gente quiera. Poder elegir el árbitro por conveniencia. Hay varias cosas que no me gustan. A mí me gustan las cosas ordenadas y claras», dijo en las últimas horas quien se quedó “sin ganas”. Pese a sus quejas actuales, al asumir también explicaba que conocía cuáles eran las reglas del juego y que no venía a modificarlas. Es en función de eso donde se entiende la creciente histeria que el propio Martino también empezó a transmitir desde el banco en los últimos juegos con sus constantes protestas.

La diferencia entre una revolución y una revuelta pasa por el mediano plazo. Mientras que la primera logra modificaciones sustanciales que se mantienen en el tiempo, la segunda luego de su fuego inicial termina por consumirse. Los cambios del proceso de Martino parece que serán destinados a perecer, a no pervivir tras su marcha. Nada invita a pensar que tanto Newell’s o el fútbol argentino tomarán los conceptos futbolísticos que expuso este equipo. La revuelta Martino en el Coloso Marcelo Bielsa será simplemente un grato recuerdo. O ni siquiera eso. Como dijo el Tata, este medio solo reconoce a aquel que consigue algún título, de eso dependerá la valoración que se haga del excelente trabajo del técnico que tiene claro destino europeo.

* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web Cultura Redonda.

– Fotos: Fotobaires




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