Existen ideas irreflexivas instauradas en la sociedad futbolística que parecen haberse convertido en verdades inamovibles y no hacen otra cosa que alejar al fútbol del fútbol, es decir, de los que juegan. Los jugadores están siendo desplazados hacia un segundo, tercer o cuarto plano en detrimento de modelos de juego, metodologías y demás conceptos instaurados, en la mayoría de casos, por los egocéntricos y vanidosos, divisores de lo indivisible, predicadores religiosos, propietarios de lo inapropiado, los más que inservibles entrenadores de fútbol.
Imaginen a once pájaros encerrados en una jaula, once pájaros que representan a once jugadores de fútbol confinados en las ideas de su entrenador. Tal animalada se podría justificar con la facilitación de suministros de agua y comida, o con la mejora de sus prestaciones; solamente si los posibles desenjaulados no tuviesen las condiciones y capacidades naturales para encontrar por sí solos los sustentos necesarios para seguir sobreviviendo.
Afortunadamente, nadie nació para vivir en propiedad de otro. Como decía Kahlil Gibran, ni nuestros hijos nos pertenecen. “Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer”.
Óscar Cano dijo –porque no sabemos si sigue diciendo– que “los jugadores son la táctica en sí”. Los jugadores juegan per se, tan evidente que no se suele apreciar. Son los únicos que siempre han estado y nadie sabe más que ellos de este juego, aunque se dejen desprestigiar porque no saben decir que saben hacer.
Entendamos así que en el problema está la posible solución. Las hormigas tejen su realidad en base a una necesidad, se coordinan naturalmente sin planificaciones ni exigencias sobrantes acarreando la creación de una justicia social que prioriza en el bienestar y las posibilidades reales de cada uno, sin suponer esta ninguna idea utópica, pero sí de difícil asumo por “el temor que infunde la toma de riesgos, salir de la zona de confort y asumir posturas que se alejen del territorio conocido” (Ignacio Benedetti).
La mentirosa necesidad de un modelo de juego perfectamente planificado desde fuera, con la consiguiente obligatoriedad para los de dentro, cohibirá la táctica natural surgida de las interrelaciones entre los distintos jugadores, obviando que sólo ellos mismos pueden tejer una organización justa y consecuente de sus posibilidades, sin límites externos y, por lo tanto, irreales, que en la mayoría de casos son engendrados por intereses vanidosos y/o profundamente equivocados por quietud.
El jugador no supone un lobo para el jugador cuando existe un peligro que acosa su integridad, en este caso el adversario; de manera innata tiende a resguardarse en otros para ir creando métodos cada vez más eficaces para esa supervivencia. Respecto a esto, Óscar Cano dice que hay quienes no entienden lo de resguardarse en otros y únicamente lo hacen para resguardarse a sí mismos sin tener en consideración la libertad de su igual.
Pero, ¿de qué manera, sino alineando con los adecuados –el mayor condicionamiento posible–, podemos hacer que la libertad ensimismada de Gerard Deulofeu se preste a cooperar por el bien común?
El entrenador contemporáneo acostumbra a pensar por otros la libertad que a estos les conviene; da libertades pero decide su uso. Cuando la misiva del mandamás debería ser mandar menos, tener como finalidad la emancipación del colectivo que dirige –los que juegan «independen» del que no juega tanto como dependen de con quienes juegan–; la verdadera función del entrenador consistiría en hacerles conscientes de su posible y eficaz autonomía, tarea que puede presentarse complicada si nunca han cargado con la responsabilidad que otorga la libertad.
Ese miedo a ser libres hace que los enfermos de importancia no se cansen de analizar cosas que surgieron para no ser analizadas y se atrevan a transformar el juego en base al resultado de sus banales análisis, conduciéndonos así a un fútbol de entrenadores donde –como decía Jorge Valdano sobre Del Piero– jugar bien es motivo, más que suficiente, para ser suplente.
«Yo no necesito del balón para dominar un partido, dijo esta temporada un entrenador y nadie comentó nada. Ese «yo» inicial excluía a los jugadores y es fácil imaginar que el ataque no se manejaba ni como hipótesis de trabajo. Lo curioso es que, cuando un entrenador dice algo tan alejado del sentido común después de ganar tres partidos seguidos, nos lo tomamos en serio». (Jorge Valdano)
«Creo en un solo Dios, entrenador todopoderoso, creador de la táctica, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo señor, único, hombre verdadero, nacido antes de todos los siglos: engendrado, no creado, de la misma naturaleza del fútbol, por quien todo fue hecho; por los jugadores y su salvación se hizo hombre; y por la causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, resucitó al séptimo día, y su reino no tendrá fin».
Dante Panzeri. César Luis Menotti. Jorge Valdano. Ángel Cappa. Juanma Lillo. Óscar Cano. Que este artículo sirva para, al menos, recomendarlos.
* Kevin Vidaña y Leví Cantero.
– Foto: Surrealismo, de Gilbert Garcin
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