"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
El último día de los Juegos Olímpicos de Londres se producirá una paradoja. Docenas de corredores acudirán a la salida de la Maratón sabiendo que atletas mucho mejores que ellos se han quedado en casa viendo la competición.
Quienes asistan lo habrán merecido porque tendrán la marca mínima (2 horas 14 minutos para hombres, veinte minutos más para las mujeres), pero también sabrán que habrán sido favorecidos por encima de otros atletas mejores que ellos. No habrá sido a causa de las lesiones, de dopaje o de mala suerte: habrá sido una cuota.
En deporte, como en la economía, las cuotas, a veces, chirrían. Y en el Maratón, como en todo el atletismo, hay una que exige tener un máximo de tres corredores con la mínima. En España hay menos de diez maratonianos con ella. En Etiopía, cerca de 150. En Kenia, más de 300. Eso son muchos deportistas con registros que, en cualquier país europeo, asiático o americano, les permitirían ir en el equipo con rango de estrella. Son marcas que copan los primeros puestos del ránking anual.
Los ránkings, sin embargo, no valen para nada en las citas olímpicas y cada país está limitado a llevar tres atletas, tengan las mínimas que tengan. De Kenia, por ejemplo, se van a quedar fuera tres atletas con registros formidables: el récordman Patrick Makau (2h 03.38), el vencedor en la Maratón de Londres del pasado año, Emmanuel Mutai (2h 04.40) y el hombre que más rápido ha corrido los 42.195 metros, Geoffrey Mutai, que paró el crono en 2h 03.02 en Boston pero no se le homologó la marca. La máxima potencia del fondo será representada por Wilson Kipsang (2h 03.42, cuatro seguntos por encima del récord mundial), Moses Mosop (2h 05.37) y Abel Kirui (2h 05.04). Los criterios de la federación keniana de atletismo son, como mínimo, peculiares.
Los Juegos enfrentan la pura competición global con la ilusión de ser representativas de todos los territorios. Sucede con otros tantos formatos competitivos, como la Champions de fútbol o el Mundial de Rugby, y a la hora de hacer las normas, los organizadores deben decidir. La elección por la representatividad, en definitiva, permite acercar la Champions a Nicosia y Basilea y ofrece la posibilidad de ver corredores blancos en el tartán de Londres, pero a cambio, relega a campeones anónimos. Es el dolor de lo abundante. Es la paradoja del fondista keniano.
* Pau Farrás es periodista. En Twitter: @PauFarras
– Fotos: Tobias Schwarz (Reuters) – EFE
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