La olvidada historia de ‘El Zueco’

por el 4 diciembre, 2013 • 8:47

Padrón equip

Cada día ofrece la posibilidad de repetirte mil veces el socrático “sólo sé que no sé nada” a modo de carburante donde abastecer esa curiosidad de la que nunca debemos andar faltos. Si nos fiamos de algunas fuentes, hoy se cumplen cincuenta exactos años desde el fallecimiento de un ilustre desconocido del fútbol español, figura en tiempos, preso del más rudo olvido después, otra víctima que sumar en la larga lista de personas y personajes que fueron desbordados por la furia de los tiempos que les tocó vivir. En aras de diversas hipótesis debemos recalcar que otros documentos sitúan el óbito de nuestro protagonista tres años más tarde, en 1966, tal vez por coherencia con los últimos y oscuros años de su azarosa existencia. Sabíamos de José Padrón, rutilante estrella en tiempos de la República, canario representativo de la primera escuela técnica de las Islas, pieza fundamental en un Español, un Sevilla y un Barcelona en días donde la realidad había ajustado al fútbol en su preciso lugar entre las prioridades sociales, muy por detrás de las ya acostumbradas. Cuando llegó el fulgor del 14 de abril con su rutilante panoplia de novedades, la pasión que caracterizó la popularización del fútbol culminada en la creación del campeonato liguero quedó fuertemente mitigada. Para recrear las vitales peripecias de Padrón, al que algunos biógrafos apodan El sueco, hemos de citar trabajos realizados por Manel Tomàs, desde la órbita barcelonista, y de Javier Domínguez García en sus Leyendas del fútbol canario. Pasemos a la acción cronológica, situemos a tan fascinante personaje desde sus inicios.

Nace Padrón en Las Palmas de Gran Canaria allá por 1907, hijo del Muelle Grande, territorio contiguo a uno de los primeros campos de foot-ball locales, el de la Compañía Escandinava. Llega en primera juventud a lucir los colores negriazules del mítico Real Club Victoria, ganador de campeonatos canarios bajo su liderazgo, su manera genial, innata de entender el balompié, a base de toque y dribbling de enorme eficacia, su mejor arma. Tanta es la fascinación por el joven que le rebautizan enseguida, temprano fruto para su popularidad. Domínguez asegura que como El Sueco por su procedencia de la citada empresa escandinava, mientras Tomàs se decanta por creer que el remoquete le llega con zeta por causas de presunción: Padrón calzaba por costumbre zuecos para conseguir así centímetros que añadir en presencia e imagen a una estatura poco destacable en naturaleza, nada sobrada. Rápidamente, esa técnica, ese dominio, esa maestría le sitúan entre los preferidos de la época, cerquita de los Samitier y Zamora, miembro indiscutible de la élite cuando España andaba a punto de despedir la dictadura de Primo de Rivera. Al parecer, había alternado la práctica deportiva con el arduo trabajo en las minas de carbón, lo que ayudaba a mezclar aspecto de enclenque, de pobre esmirriado con una fortaleza física de aúpa, impropia entre sus coetáneos. El escuchimizado de imagen estaba en realidad hecho un mulo y había sacado gran partido de su nada envidiable trabajo. Si conseguimos que la fascinación vaya en aumento, citemos que Gran Canaria le erige en ídolo mientras Tenerife presenta a otro monstruo del momento, el gran Ángel Arocha. Entre los dos dividen el territorio como más tarde lo harían Dominguín y Manolete en el redondel, Bahamontes y Loroño dando pedales. Su fama va en aumento.

A los 18 años llega la consagración. El Victoria, que ya era respetado entre sus pares, se lanza a conquistar la península en una gira por la que aún suspiran los viejos amantes de la historiografía local ceñida al fútbol. Padrón deslumbra on tour y la fascinación por el mejor representante de la naciente escuela canaria, especial manera de entender el fútbol, logra padrinos tales como Ricardo Zamora o Paco Bru. El Español, entonces de economía potente gracias a los desvelos filantrópicos de gente como la saga De la Riva, hace carambola de una tacada y ficha a tres insulares de golpe, a lo mejor del Victoria. Y Padrón empieza a hacer de las suyas, dentro y fuera del campo. Los blanquiazules se van incluso de gira por países sudamericanos y José deslumbra con su estilo. Logra con los periquitos su primera Copa de España y arrebata al Barça el campeonato catalán, poniendo en 1928 el primer clavo en el inmediato ataúd de aquel poderoso equipo de La Edad de Oro que catapultó de manera exponencial la afición por el fútbol en Catalunya durante la década de los veinte. Padrón ayuda a girar la tortilla.

A nuestros abuelos jamás se les despintó de la memoria, fueran o no seguidores de esos equipos, la tremebunda épica vivida en Valencia cuando se disputó la eterna, ya para siempre, final del agua entre periquitos y madridistas. Menudo cartel. Lideraba Padrón, autor del primer gol antes del 2-1 definitivo, en compañía de una constelación de estrellas como quizá nunca volvió a tener el conjunto de Sarriá: Zamora, el defensa polideportivo Saprissa, Trabal, Tin Bosch… Si la final del 28 entre la Real Sociedad y el Barça fue el acabose con sus tres lances, su Oda a Plattkó de Alberti y sus mil vicisitudes, la del año siguiente, marcada por un aguacero que convirtió el campo en piscina, también quedó grabada a fuego entre aquella generación de aficionados. Los historiadores le perfilan como creador genial, imprevisible, único, dotado con un cañón en la derecha, hábil, inteligente, agotan las flores del diccionario buscando la definición que caiga a José Padrón como un guante. Es el primer internacional surgido de Canarias, ahí es nada.

Sigamos en el vuelo rasante, ahorremos etapas. Tanto ha gastado el Español en el equipo que el libro de cuentas se resiente y aparecen números rojos, rojos como el carmín. No queda otra que traspasar a las dos maravillas del momento, José Padrón y Josep Ventolrà, menuda perla, extremo derecha de postín, conocido por sus habilidades y centros milimétricos. A él le llaman El Posturitas. Ventolrà será, culé como siempre fue, el líder del Barça que realiza la gira por México en el 37, tournée que salva al club de su extinción, pero ahora acepta largarse con El Zueco a orillas del Nervión, donde don Ramón Sánchez Pizjuán, con todo su poder, intenta armar un equipazo que coloque al Sevilla en primera división. Pese a jugar en categoría menor, ambos logran plaza fija en la selección española de la época, entre glorias como Ricardo Zamora, Gaspar Rubio –célebre rey del astrágalo–, Luis Regueiro, Ciriaco, Quincoces… Lo mejor de cada casa, en definitiva. En su trabajo, Javier Domínguez García cita está sensacional perla: “Padrón estuvo presente en el histórico partido frente a Inglaterra, a quien se venció por primera vez en Madrid el 15 de mayo de 1929 por 4-3, siendo la primera vez que los «pross» perdían en el continente. El capitán de la selección inglesa dijo de Padrón: «Yo tenía la consigna de cuidar a Padrón; nos habían dicho muchas cosas de este jugador, por lo que estaba sobre aviso. Pero, ¿qué era aquello que avanzaba sobre mi marco? ¿Era un hombre o un demonio? Iba haciendo fantasías con el balón en plena carrera, quedé maravillado, no solo yo, sino todos mis compañeros y cuando reaccionamos, teníamos el balón dentro de la red…». Tan grande era ya su fama y prestigio que incluso entre sus admiradores se hallaba algún Infante, hijo del mismísimo Alfonso XIII.

Padrón 1

Cuidado con el prenda, volvamos a citar la misma fuente: “En su debut con los sevillistas frente al R. Oviedo, Padrón realizó una extraordinaria actuación marcando el famoso gol que los sevillanos llamaron “de la oración en el huerto”, porque lo marcó con el pecho arrodillado. La afición sevillana se las prometía muy felices, pero a los pocos días el internacional canario abandona Sevilla en avión, sin permiso del club, emprendiendo una verdadera fuga”. A espíritu tan libre no había manera de ponerle bridas, y ahora le había dado por vivir la vida, mire usted. Por aquel entonces, se le atribuyen amoríos con media Sevilla. Tres años a la sombra de La Giralda marcados a fuego entre el escándalo y la indolencia, la excesiva presión por ascender, sueño que no llegó a producirse. A la que pudieron, Ventolrà y Padrón salieron de allí pitando para aterrizar en Barcelona. Josep, porque quería recalar en el club de sus amores, volver a casa; José, dispuesto a continuar la aventura. La institución azulgrana intenta sin éxito recuperar el poderío perdido tras el retiro de aquella formidable generación y ahora vaga sin pena ni gloria por la clasificación. Ventolrà se erigirá en viga maestra de la anhelada recuperación, truncada por el estallido de la guerra y la consiguiente suspensión de actividad. Mientras, Padrón pecha ahora con una etiqueta de calavera que nada bueno añade a la fascinación antes generada por su peculiar, genial manera de comprender el fútbol.

Acaban penúltimos la liga del 34, disputa 27 partidos en los que firma 9 goles y en aquel pandemónium de club le llega el finiquito cuando el entrenador Jack Dombi (alguien que merece una semblanza aún más detallada que esta) escribe en un informe: “Padrón no interesa. Con la vida que lleva, es imposible jugar bien”, según reflejó Manel Tomàs en un artículo escrito hace un año. No sólo se doctora en ciencias noctámbulas, no. También empieza en Barcelona una militancia sentida en el P.O.U.M., partido de tendencia trotskista, crítico con la línea ortodoxa del comunismo soviético por entender que la revolución debe ser tarea permanente. No vamos a seguir por ese camino, pero a quien le genere curiosidad la corta y azarosa historia del Partido Obrero de Unificación Marxista, seguro que se ve compensado, y a quien ya la conozca, no hace falta añadir mucho más. Sigamos en el torbellino de su biografía.

Repudiado en Les Corts a mediados del 35, empaca de nuevo maletas, cruza la frontera y se establece en la Costa Azul, donde milita en el Olympique de Arlés y el Cannes. Tan convencido está de su decisión que antes rechaza los ruegos de un Español deseoso de reincorporarle a sus filas. Estalla la conflagración, la tremebunda guerra civil española y José Padrón se la ahorra a pesar de su conciencia política: no regresa al sur. De todos modos, tan peculiar biografía sigue instalada en plena montaña rusa: desde el 37 al 41 juega para el Nancy, puntera entre las instituciones francesas, y así que el gobierno de Vichy se convierte en títere de los invasores nazis, El Zueco no se cruza de brazos, ni muchísimo menos. Se convierte en maquisard, guerrillero de la resistencia francesa a las órdenes del Partido Comunista. Igual ni siquiera sabe que su paisano Ángel Arocha murió en el frente de Teruel combatiendo al servicio de los rebeldes, en defensa de ideas antitéticas a las suyas. Tenía apenas 31 años.

Padrón Leclerc

Sabido es que la liberación de París, realizada por las tropas del general Leclerc, fue comandada por viejos y bregados soldados republicanos convencidos de que los aliados devolverían favor con favor, pobres ilusos. Entre los primeros en pasar por debajo del Arco del Triunfo montado en un tanque figuraba, cómo no, el canario José Padrón, El Zueco o el Sueco, según a que alias prefieran atender. Limpiando los últimos restos del hitlerismo derrotado, Padrón resulta gravemente herido en una escaramuza, pero salva la vida e incluso regresa a la práctica deportiva en la posguerra ya camino de sumar la cuarentena de años, marcados como muescas de tan azarosa existencia. Vuelve a la competición en el Stade Français, institución puntera durante la procelosa posguerra, y ahí se apaga la luz de su fortuna. Jamás regresará ya a España, nunca volverá a pisar tierra canaria. Tomàs nos recordaba, vaya cosas, vaya ironías, que Samitier supo mantener amistad con él hasta el punto de pedirle informes, en su calidad de secretario técnico barcelonista, acerca de esa fantástica figura del Stade de Reims de origen polaco llamada Raymond Kopasziewski, el Kopa que acabaría recalando en el Real Madrid. El propio Sami quiso invitarle a la inauguración del Camp Nou en el 57, pero Padrón, como tantos y tantos republicanos exiliados, le respondió que no pensaba pisar suelo español mientras Franco estuviera en el poder. Al parecer, a pesar de no haber combatido en la guerra, sentía pánico por las represalias que le pudiera reportar su condición de rojo, por ponerlo en el crudo argot de aquellos días.

Y ahora, cuando se cumple el medio siglo desde su muerte, seguramente acaecida en París el 3 de diciembre del 63, a la temprana edad de 56 años, resulta imposible no caer en conjeturas, en formular múltiples preguntas retóricas que, desgraciadamente, ya no tendrán respuesta. ¿Cuándo deja de sentir pasión por el fútbol tan genial y heterodoxo especialista? ¿Fue su origen proletario el que antepuso la conciencia de clase a cualquier ventaja vital que el fútbol le pudiera conceder? ¿Cómo priorizó la militancia civil al fervor deportivo? ¿Por qué nos han vetado la proximidad a tan formidables figuras de nuestro pasado común? El de José Padrón no fue el primer caso, ni sería tampoco el último. La última: ¿cuántos futbolistas murieron en la Guerra Civil y cuántos penaron con el exilio? Héroe de la resistencia, liberador de la patria de adopción oprimida, pasa sus últimos años entre penurias, con una existencia digna de clochard, por ponerlo eufemísticamente fino, en aquel París que no supo agradecerle los servicios prestados, bien como maquis, bien como primera espada que alargó allí su carrera a lo largo de una amplia década. Rescatémoslo del olvido, pues, que su turbulenta, especialísima biografía lo merece con creces. A tu memoria, Zueco.

* Frederic Porta es periodista y escritor.




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