Solo con ver la imagen se sabe que estamos ante un tenista diferente. Si observamos sus partidos, la afirmación va ganando peso. Si le escuchamos frente al micrófono, el alegato pasa a ser incuestionable. Es Ernests Gulbis, uno de los mayores talentos del universo ATP reconocido mundialmente por sus salidas de tono y su desbordante carisma. Aquel que en su día apoyó la legalidad de la marihuana, tachó a los jugadores top de aburridos o alardeó de romper entre 60 o 70 raquetas por temporada. Ese que de la noche a la mañana decidió asentar la cabeza apostando por una vida en la que el tenis fuese lo primero dando como resultado unas semifinales en Roland Garros y su ingreso entre los diez mejores jugadores del mundo. El mismo que, sin motivo ni razón, acabó sobrepasado por las expectativas (una vez más) y en estos momentos suma una victoria en sus últimos diez partidos. Así es el letón, con su lado grotesco y su parte de genio, con su indolente pasotismo en muchas ocasiones y su inspiración divina en tantas otras. Capaz de ganar a cualquiera que se ponga enfrente, así como de perder. Un personaje incomprendido sin receta ni solución, para lo bueno y para lo malo.
El 2015 de Ernests Gulbis se podría definir con una sola palabra: decepción. Sus cinco primeros encuentros se resolvieron del mismo modo, felicitando a su adversario en la red: Jiri Vesely (63º) en Auckland, Thanasi Kokkinakis (147º) en Australia, Dominic Thiem (47º) en Róterdam, Jeremy Chardy (35º) en Marsella y Denis Istomin (65º) en Dubái. Cinco tropiezos consecutivos que representan su peor arranque de siempre. El calor de Melbourne Park, la radiante bóveda neerlandesa o el trono francés conquistado un año antes, no importa dónde aterrizara su jet privado, el tenista de Riga era incapaz de ganar un solo duelo desde octubre del pasado calendario, donde su buen amigo Roberto Bautista Agut le despidió en las semifinales de Moscú. Desde entonces, ocho citas en su agenda marcadas por la frustración y el desasosiego, caídas ante hombres más allá del top-60 y un discurso tranquilizador para calmar a las masas: «Las victorias llegarán, necesito tiempo».
California se presentó como la sexta prueba en el calendario del letón, territorio donde debía proteger los cuartos de final del marzo pasado. Uno de los nuestros, Daniel Gimeno Traver (94º), fue la primera piedra de toque después de entrar al cuadro final como lucky loser. El de Castellón tenía en su mano prolongar la maldición o servir de antídoto a un Gulbis denostado por la prensa debido a su falta de ambición y seriedad. Fue lo segundo (6-4, 6-1). «Por fin», pensaron algunos. «Ha vuelto«, exclamaron otros. «Solo es un partido«, pronosticaron los más desconfiados. Y así fue como acertaron. En el segundo envite, Adrian Mannarino se encargó de atestiguarlo (6-4, 6-4), enviando a Ernests de vuelta a casa. Había sido un mal augurio, una falsa alarma, un espejismo. Una nueva palmadita en la espalda y otra charla sonrojante ante la prensa. El horizonte señala ahora hacia Miami, donde Gulbis asistió en 2014 con una marca de 15-5 y un título bajo el brazo. Esta vez lo hará con un registro de 1-6 y con la presión de saber que un nuevo resbalón podría resultar definitivo.
El problema de los que nos cabreamos con Gulbis es que hemos visto de lo que es capaz. Cuando quiere, claro. A lo largo de todo el 2014 hubo dos o tres meses en los que quiso, y el resultado todos lo sabemos: semifinales en Barcelona, cuartos en Madrid, octavos en Roma, título en Niza y semifinales en Roland Garros. Tras este último desenlace, el de Riga aparecía en el primer vagón ATP por primera vez en su carrera como número 10, laureado tras haberse deshecho de Roger Federer en la que es su mejor actuación en el circuito. ¿Qué ocurrió después de esto? La nada, el abismo, una odisea. Nueve victorias contrastadas con otras tantas derrotas, todas y cada una de ellas insustanciales, lejos de las rondas finales y encaminado hacia un final de temporada que se acopló con el comienzo de la siguiente. Haciendo balance de lo acontecido en estos dos primeros meses de competición, el número 15 del mundo presenta unos números solo empeorables por dos hombres dentro de los 100 primeros: Máximo González (0-4) y Teymuraz Gabashvili (0-6). En estas cuotas nos movemos.
«No estoy en buena forma en este momento. No siento mis tiros en absoluto, no tengo tiempo. En la práctica he estado jugando peor incluso que en los partidos». Un clic en la azotea que ha terminado reseteando por completo los automatismos, en busca de una derecha repulsiva que ya no da frutos, un rendimiento físico que no responde ante la adversidad y una mentalidad lo suficientemente perezosa como para mantener hábitos inadecuados. Por si faltara algo, del carro del letón se ha bajado hasta Gunther Bresnik, su entrenador. «Hubo algunas pequeñas diferencias, pero cuando estás con alguien tres años es como una relación entre marido y mujer. Es algo normal. Fue el mejor entrenador para mí cuando nos conocimos, porque estaba preparado para alguien muy disciplinado, estricto y directo. Él me ayudó mucho a enfocar mi mente hacia el lugar correcto», explicó Gulbis. En ese lugar ya no estará el preparador austriaco, quien sí conserva los vínculos con Dominic Thiem.
Un mar de dudas donde la calma parece más remota que la tempestad. Son ya 26 años y el reloj biológico no espera a nadie. Casos tenemos de todos los colores, desde la completa renovación de Bernard Tomic regresando al top-30 –a principio de año anunció que ya había madurado– hasta las continuas promesas fallidas de Fognini, regalando un partido por semana en diferentes puntos del mapa. La temporada de tierra batida aguarda tras la esquina y es allí donde veremos caer el telón de esta historia, allí donde Gulbis debe defender el 75 % de los puntos que ahora luce para evitar una caída en las profundidades del top-100. De él depende que haya final feliz o aumentar el drama. ¿Mi apuesta? Nunca desconfíen de los genios. También a Odiseo le dieron por muerto y acabó regresando de Troya.
* Fernando Murciego es periodista.
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