Al inicio de la presente semana, las noticias no eran ni lo más mínimo halagüeñas sobre el estado de forma de Giorgio Chiellini. Durante un entrenamiento de la plantilla de la Juventus en las instalaciones de Vinovo, el central reconoció a los servicios médicos del club que todavía sentía un fuerte dolor en el tobillo de la misma pierna en la que hace dos meses sufrió un desgarro en el gemelo. Chiellini se había recuperado de la lesión en un tiempo sensiblemente más breve del previsto inicialmente. Cuando se supo de su dolencia tras el encuentro contra el Atalanta, se predijo que no podría jugar hasta mediados de marzo, es decir, estaría fuera de juego tres meses.
Sin embargo, la tenacidad de Chiellini y su fuerza de voluntad le permitieron mejorar su gemelo en apenas nueve semanas. Incluso llegó a ser convocado por Antonio Conte en el partido que jugaron los bianconeri en casa contra el Siena. Una vez el partido estaba absolutamente sentenciado, el técnico decidió darle unos minutos a Chiellini para que fuera cogiendo la forma para afrontar las próximas semanas de Serie A y Champions League. Aunque lo que realmente estaba en el horizonte de todos los juventinos era ese encuentro en el San Paolo.
Llegar en plenas condiciones al partido contra el Napoli era el principal objetivo de Chiellini, y esos dolores al inicio de semana presagiaban su ausencia. Conte además tenía a Martín Cáceres tocado y descartado, Marrone no es un verdadero central y quizás sea algo inexperto todavía para un partido de tal calibre, mientras que Lúcio lleva un par de meses defendiendo la camiseta del São Paulo. Además, la última vez que Chiellini jugó forzado, sin estar al cien por cien, fue en la final de la Eurocopa contra España. Solo duró 21 minutos sobre el campo, lo suficiente para que Silva y Fàbregas le destrozaran la moral.
Chiellini llegó al partido, pero en el ambiente aún circulaba la idea de que, en sus condiciones, Cavani podría ser demasiado. Decía Bojan que Chiellini es el defensa más duro al que se ha enfrentado, y posiblemente Cavani piense desde ahora lo mismo. El duelo fue estrepitoso. Uno de los defensas más poderosos en lo físico contra el mejor ‘9’ de toda Italia chocaron, se revolcaron y pelearon una y otra vez sin cesar durante noventa minutos que duró el encuentro.
El marcaje sobre el uruguayo fue férreo hasta el extremo. En cada jugada a pelota parada Chiellini sujetaba con todas sus fuerzas al tanque uruguayo, que no conseguía zafarse de su par por más que lo intentaba. Y cuando estuvo cerca de escaparse, Chiellini aprovechó la melena de Cavani para engancharlo y no soltarlo. Ese tirón de pelos encendió la mecha que casi provoca una guerra.
Es posible que Cavani hubiera probado a devolverle el tirón de pelos y convertir el duelo en una lucha de niñas quinceañeras, pero el pelaje capilar de Chiellini brilla por su calva. Ante la imposibilidad del ojo por ojo, Cavani se tomó la justicia por su codo, el que estampó con violencia en el rostro narigudo del defensa italiano. El árbitro Orsato no lo vio y, fiándose de su asistente de puerta, señaló la acción y amonestó al delantero con una inocente tarjeta amarilla. Tras esa acción, toda Italia clamaba por la roja al uruguayo, pero todos se olvidaban de la provocación de Chiellini. ¿Habría reaccionado de tal forma Cavani sin los agarrones y tirones de pelo previos? Seguramente no.
La riña se interrumpía cuando las acciones de estrategia eran a favor de la Juventus. Mazzarri ayudó a relajar las tensiones entre ambos al elegir a otro uruguayo, Miguel Ángel Britos, para marcar el poderío aéreo de Chiellini. Para desgracia napoletana, la noche de Britos fue del todo negativa. El defensa azzurro vio desde su área cómo Pirlo rompía la cadera en una baldosa a Behrami y templaba con delicadeza el balón al conglomerado de jugadores. Britos decidió que lo mejor para su beneficio sería incordiar el salto de Chiellini, estorbarlo en vez de buscar una pelota que le llovía de frente. Perdió la marca y Chiellini se elevó un metro por encima suya para cabecear a la red. Tras ello, la rabia, la tensión acumulada y la emoción por el gol al máximo rival supuraron por la piel de Chiellini, scatenato en su celebración, al más puro estilo gorila, golpeándose el pecho, a la vez que de su nariz emanaban colores nunca antes vistos.
La alegría de Chiellini fue incompleta cuando su compañero de zaga Bonucci desvió con su testa el disparo de Inler desde la frontal, lo justo para que Buffon no pudiera llegar al balón. Pero aun así, a pesar de no llevarse los tres puntos, Chiellini ganó. Ganó un amigo del rival. Al final del encuentro, una vez se acabaron los nervios, Chiellini y Cavani se fundieron en un abrazo e intercambiaron sus camisetas. Lo que pasa en el campo, se queda en el campo.
* Jesús Garrido es periodista.
– Foto: Ansa
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