"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
A finales de marzo nos aventurábamos a tratar de descubrir la relación entre el estilo de juego del Barça de Luis Enrique y los resultados obtenidos por el equipo. Algo más de dos meses después, ya con todas las competiciones terminadas, es el momento idóneo para cerrar el análisis.
La ruta táctica de Luis Enrique había transformado el viejo Barça de los centrocampistas en un nuevo Barça de los delanteros, con Messi en el puesto de mando con poderes absolutos. Se había abandonado la búsqueda del control del juego y la organización mediante la posesión del balón en favor de un ida y vuelta que permitiera una generación espontánea de espacios donde la calidad del tridente atacante en general y del rosarino en particular terminara decidiendo el partido.
Esto explicaba en buena medida por qué el equipo empataba tan poco. Ganaba (la mayoría de las veces) o perdía (las menos), pero casi nunca empataba porque jugando al toma y daca en una ruleta de transiciones era muy extraño que la bolita se detuviera en un empate. Quizás el encuentro de liga contra el Athletic en San Mamés fue el partido más paradigmático de esta fase de rock&roll y pegada.
Cuando tanto los resultados como las sensaciones parecían indicar que el Barcelona había encontrado en el vértigo su camino para competir, el equipo dio la última vuelta de tuerca que le faltaba al estilo para convertirse no ya en un rival muy difícil de batir, sino en un devorador de títulos. Y ese cambio consistió ni más ni menos que en ser capaz de recuperar por momentos el protagonismo de los centrocampistas y el dominio del ataque posicional. Para ello ha sido fundamental la figura de Dani Alves, sobresaliente como falso interior y el mejor socio de Messi en el juego en corto. A la vez, el brasileño se ha convertido en el mejor escudero de Busquets en la presión alta al situarse normalmente por detrás del balón.
Lo pudimos ver por primera vez durante los 45 minutos iniciales en el Sánchez Pizjuán, y a pesar del segundo tiempo en Sevilla y de los apuros provocados por el Valencia en su visita al Camp Nou, se fue confirmando con resultados contundentes en liga (0-2 en la visita al Espanyol, 6-0 al Getafe, 0-8 en Córdoba) y con una brillante eliminatoria de cuartos de final en Champions contra el PSG (1-3 en París y 2-0 en el Camp Nou). Más allá de los marcadores, lo que quedaba era la imagen de un equipo que sabía a lo que jugaba, que estaba seguro de sí mismo, que era capaz de mostrar varias caras durante las diferentes fases de un partido y salir airoso de todas ellas, que recuperaba por momentos el mejor juego de Iniesta y Xavi, y por si fuera poco, que además tenía al frente a un Messi desatado.
A pesar del innegable impacto de las bajas en la competitividad del Bayern, la tremenda solvencia con el que el Barça finiquitó al equipo de Guardiola en las semifinales de Champions hizo que muchos empezaran a creer que el triplete era posible, y que los más osados lo vislumbraran ya como inevitable. Si en la ida fue la memorable actuación del imparable Messi quien derrumbó el buen planteamiento táctico de los de Pep, fue en la vuelta donde quizás se pudo ver al Barcelona más “sobrado” conseguir su billete para soñar: sobreponiéndose sin pestañear al tempranero gol muniqués, dando la vuelta al marcador antes del descanso y permitiendo a los bávaros recuperar algo de autoestima en el segundo tiempo solamente porque con los cambios Luis Enrique dio la señal clara de contemporizar porque la eliminatoria estaba resuelta.
Solo quedaba refrendar los tres títulos. La liga, superando la ausencia de una pieza clave en el ataque azulgrana como es Luis Suárez para vencer en el estadio del vigente campeón, otra vez con gran sensación de superioridad pese al corto resultado final. La Copa, con el regalo del que, por la dificultad y el contexto, puede ser el mejor gol de Messi hasta el momento:
Y finalmente una una final de Champions que, sin ser el paseo militar que se prometían los más optimistas (una final de Champions casi nunca lo es, y contra un equipo italiano, menos todavía), tampoco llegó nunca a peligrar. El Barça empezó amenazando a partir de la jugada del año, el alley oop de Messi cambiando el juego de derecha a izquierda, que propició el primer gol, un posible penalti, y más ocasiones de peligro. Solo la falta de puntería azulgrana y un Buffon espectacular evitaron que se llegara al descanso con el partido decidido. En los momentos de duda que siguieron al gol de Morata, Piqué impuso sus galones barriendo toda señal de peligro que se le acercaba. Y tras el gol de Luis Suárez, solo la mala toma de decisiones de los culés en los múltiples contragolpes de los que dispusieron impidió finiquitar antes el partido.
El balance final es espectacular:
Barça 2014 – 2015 | G | E | P | %G | %E | %P |
Liga | 30 | 4 | 4 | 79% | 11% | 11% |
Contra 6 primeros | 8 | 1 | 1 | 80% | 10% | 10% |
Contra el resto | 22 | 3 | 3 | 79% | 11% | 11% |
Copa | 9 | 0 | 0 | 100% | 0% | 0% |
Contra 6 primeros | 4 | 0 | 0 | 100% | 0% | 0% |
Contra el resto | 5 | 0 | 0 | 100% | 0% | 0% |
Champions League | 11 | 0 | 2 | 85% | 0% | 15% |
Contra equipos de 1/8 | 7 | 0 | 2 | 78% | 0% | 22% |
Contra el resto | 4 | 0 | 0 | 100% | 0% | 0% |
Total | 50 | 4 | 6 | 83% | 7% | 10% |
Contra grandes | 19 | 1 | 3 | 83% | 4% | 13% |
Contra el resto | 31 | 3 | 3 | 84% | 8% | 8% |
El Barcelona de Luis Enrique cierra la temporada con 50 victorias en 60 partidos, un 83 % de victorias tanto en total como contra equipos punteros, superando con creces el 75 % del Barça de Guardiola de la temporada 2010-2011 (70 % contra equipos punteros). Solo cuatro empates, uno de ellos en la última jornada de liga, ya con la cabeza más pendiente de la celebración y el homenaje a Xavi que de lo que pasaba en el césped. Y seis derrotas, de las cuales dos se produjeron contra equipos grandes en los primeros meses de competición, cuando el equipo daba tumbos tácticos (Real Madrid y PSG), y la tercera en el partido de vuelta de una semifinal de Champions ya decidida contra el Bayern. Este es el único aspecto en el que el Barça de Guardiola supera en los números al de Luis Enrique: el empeño del de Santpedor por intentar minimizar el azar en el juego, apostando por el fútbol control a partir del juego de posición, consiguió que su equipo solo sufriera tres derrotas en toda la temporada, aunque a cambio cosechara muchos más empates (12, por los 4 de la temporada actual).
En la liga, solo esa tercera temporada de Guardiola y el Barça de Tito Vilanova consiguieron mejores guarismos. En la Copa del Rey, el Barça ha hecho una competición perfecta, ganando todos sus partidos. Y en la Champions League ha conseguido el que seguramente ha sido el más meritorio en la historia de la competición, por la entidad de los rivales a los que ha superado y por la solvencia con la que lo ha conseguido: el campeón de la Premier League en octavos, el de la Ligue 1 en cuartos, el de la Bundesliga en semifinales y el de la Serie A en la final. Los campeones de cuatro de las cinco mejores ligas de Europa han sucumbido a este Barcelona, y todos lo han hecho cayendo por dos o más goles de diferencia.
A nadie se le podía podía ocurrir mejor forma que este segundo triplete para asegurar un sitio en la historia a un equipo que ha conseguido cuatro de las últimas diez Champions, para consagrar al Messi ubicuo en los altares del fútbol y para despedir a un Xavi Hernández que ha encarnado como nadie lo que quiere ser el barcelonismo: tenacidad y amor a los colores en los malos momentos, excelencia en el juego y en lo humano en los buenos. El maestro Xavi se va con su impresionante palmarés, pero nos deja su legado y desde la distancia animará para que los que quedan lo sigan ampliando. Con Messi, Suárez, Neymar, Busquets, Piqué y el resto, pocos dudan de que su querido Andrés Iniesta no tardará mucho en superarle.
* Xavier Codina.
– Foto: Reuters
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