Pocas veces durante el año nos toca jugar en césped natural. En el grupo balear de Tercera División sólo hay dos equipos, dos históricos, que juegan en esta superficie. El perjudicial clima y lo caro de mantener estos terrenos en buen estado durante el año hacen muy difícil que más equipos se animen a tener un campo de dichas características. Es más, hace unos años, otro histórico con césped natural cambió a artificial debido al lamentable estado en que se encontraba la superficie durante la mayoría de los meses del año.
Cuando nos toca jugar en natural normalmente se busca un campo de césped para entrenar durante la semana. La pregunta llega inevitablemente cada vez: “¿Tú qué prefieres? ¿El natural o el artificial?”. Mi respuesta no pega con el tipo de jugador que soy. “Artificial”.
Como la respuesta no encaja con mi juego, con mi amor al fútbol, al buen fútbol, mi conciencia me pide que dé una explicación. Y cada vez que llega la pregunta y doy la respuesta me explico. “A mi lo que más me gusta es un césped natural en perfecto estado. Eso es la gloria. Pero la mayoría de las veces los campos no están bien y para eso, aunque el artificial tiene muchísimos defectos, prefiero la seguridad del sintético, dónde sé exactamente lo que me voy a encontrar cada vez que lo piso”.
Desde hace un tiempo, al llegar el verano, todo un país anda embelesado por el juego de posición que ejecuta la selección que mejor fútbol hace en estos momentos. Durante el resto del año son los aficionados del Barça los que lo disfrutan cada tres días. La idea, ya la conocemos, es sencilla. Ordenarse a través del balón. Mientras el balón circula, dar tiempo a todas las líneas a acercarse a la portería rival y estar todos juntos en el campo rival cuando se pierde la pelota para poder recuperarla lo más cerca del área. Inevitablemente, este juego bien ejecutado, resulta en rivales replegados en pocos metros alrededor de su portería lo que significa muy pocos espacios para hacer daño al rival. Y para encontrar esos espacios necesitamos de mucho movimiento sin balón y sobre todo una gran velocidad para que el equipo rival se desordene.
Tras varios pinchazos del Barça (y victorias también) hemos escuchado a muchos jugadores quejarse de un césped en mal estado. No se toma muy en serio mediáticamente o mejor dicho, es motivo de crítica o burla en muchos sectores de la prensa. Excusas de mal perdedor, el campo es igual para ambos equipos, etc… Ahora que llega el verano, sin embargo, parece que no es exclusiva de los jugadores del Barça, más bien de los equipos o selecciones que bajan el balón a ras de la hierba y lo quieren jugar con velocidad para encontrar esos espacios tan difíciles de encontrar incluso en las mejores circunstancias.
Del Bosque: «El campo estaba demasiado seco y con la hierba demasiado alta. Consideran que nos beneficia únicamente a nosotros. No es así. Beneficia a todos. Beneficia al fútbol».
Cesc: «No pasa nada por regarlo un poquito, algo que no sólo beneficia al juego de España, sino a todo el fútbol y al espectáculo del balompié».
Adam Olkowicz, director de la Eurocopa (tras el primer partido de España en el torneo): «Los españoles querían regarlo poco antes del partido de nuevo, pero tenían que estar de acuerdo los dos equipos, los italianos no accedieron y se cerró el tema».
¿Cómo explicar en qué afecta el estado del piso a los futbolistas sin haceros perder el tiempo escribiendo lo que todos sabéis o imagináis? Que un césped alto y seco perjudica la velocidad de circulación de la pelota o uno irregular el control es pura lógica; no vale la pena entrar en ello.
Pero sí puedo transmitiros sensaciones, y siempre que por una razón u otra me toca jugar en un terreno de juego u otro existe un denominador común. Lo he sufrido yo cuando he cambiado de un sintético a otro o he jugado en un natural mediocre. Lo sufrían hace no tantos años los jugadores amateurs que tenían que jugar en tierra una semana y en fango la otra. Y lo sufre Xavi cuando ha tenido que jugar en el césped del Bernabéu en casi perfecto estado, sólo que algo largo y seco por decisión del entrenador local.
Pensar en el balón, no en la jugada. No en el fútbol.
He aquí la clave. Tener que pensar, al recibir un pase, en cómo afectará el estado del terreno de juego al control del balón. Ajustar el cerebro al cambio en la circulación, velocidad y dominio del esférico. La necesidad de tener la pelota bajo control antes de comenzar a pensar en la jugada a ejecutar. Milésimas de segundo nada más, pero un sentimiento de inseguridad constante que resulta en una pérdida de confianza y ralentización del juego. Y claro, es por esta razón por la que los equipos que más quieren la pelota, los que más la tienen, son los más perjudicados.
Cierto es que hay días en que pese al mal estado del campo se hacen grandes partidos. Por una razón u otra coges confianza, te adaptas, te creces y aunque el terreno perjudica vuelves a pensar en el balón sin miedo al campo. Ocurre individualmente y también colectivamente, pero no creo que estos buenos partidos se deban utilizar como arma arrojadiza los días en que los profesionales se quejan del campo.
Leía hace poco una cita, por desgracia no recuerdo de quién, que decía algo así: «El fútbol es el único deporte en que no se hace todo lo posible por tener el campo de juego en perfecto estado». La naturalidad con la que hemos asumido este hecho me parece escalofriante. Cierto es que a menudo factores externos como las condiciones climatológicas influyen en el estado de los campos. Jugar en ellos y adaptarse también es fútbol. Pero no puedo comprender que la gente de fútbol haga lo posible por destruir un partido.
* Sergi Rojals es futbolista. En Twitter: @eldeu
– Fotos: José Antonio García Sirvent (El Mundo Deportivo)
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