Internacional / Champions League 2014-2015 / Fútbol
El 2015 arrancó de la peor manera posible para el F. C. Barcelona. La derrota en Anoeta amenazaba con convertirse en un lastre demasiado pesado como para recuperar terreno en liga ante un Real Madrid que había terminado el 2014 lanzado y conquistando el Mundial de Clubes. La ausencia de Messi en el posterior entrenamiento, abierto al público con motivo de las fiestas de Reyes, añadía más leña al fuego propiciando que se cuestionara públicamente su relación con Luis Enrique. La directiva respondía haciendo saltar a Zubizarreta como fusible y anunciando elecciones para el verano como forma de tranquilizar el famoso entorno.
Seis meses después, el Barça ya tiene en su haber los títulos de campeón de liga y copa, se presenta como gran favorito para la final de la Champions League, tiene en su mano el hito histórico de ser el primer equipo en conseguir un segundo triplete e incluso ha tenido tiempo para dar una despedida tan ejemplar como poco habitual en la historia del club a un Xavi Hernández que ha representado como nadie lo que es el barcelonismo, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Durante estos seis meses, la situación que vive el equipo ha sufrido una metamorfosis que ni el mismísimo Kafka habría podido imaginar en esos primeros días de enero. Sin prisa, pero sin pausa, todas las piezas han ido encajando hasta convertir este Barcelona en un equipo formidable. A la capacidad de sacrificio, el espíritu competitivo y la presión alta mostrada ya durante el primer tercio de temporada se le han ido sumando un Piqué que, como prometió, vuelve a estar entre los mejores centrales del mundo; la mejor versión de Alves, que actúa prácticamente de falso interior; un Rakitic que complementa como nadie los movimientos de Messi; el trabajo de generación de espacios de Luis Suárez y su acierto en las grandes fechas; el desborde de Neymar; e incluso la recuperación de algo de protagonismo de los centrocampistas cuando el momento del partido lo requiere, sin olvidar la excelente contribución de Bravo y Ter Stegen bajo palos y, sobre todo, con el balón en los pies.
Y por encima de todos, un Messi desatado que no solamente es capaz de hacer muchas cosas para el equipo y hacerlas todas bien (de extremo, de interior, de cuatro, de falso nueve…), sino que además ha alcanzado unos niveles de confianza que le permiten responder a los desafíos que le plantean los rivales con jugadas que los mejores del mundo no se atreverían ni a imaginar. Cuando Valverde le retó con un marcaje al hombre apoyado por hasta dos ayudas, Messi respondió con el que probablemente sea el mejor gol de su carrera por la dificultad y el escenario.
Es sobre todo ese estado de gracia del equipo en general y de Messi en particular el que otorga la condición de favorito al Barcelona para la final del sábado, cosa que como bien han indicado técnicos y jugadores en sus declaraciones, dista de asegurar la victoria, aunque muchos, llevados por la euforia, parezcan confundirlo. Porque enfrente se encontrarán una Juventus que ya demostró ante el Real Madrid que ser considerada inferior al rival puede ser una de sus mejores armas para conseguir un triplete al que también ellos aspiran tras proclamarse campeones de liga y copa en Italia.
La Juve es un equipo muy sólido y muy trabajado en el que Allegri ha incorporado nuevos matices al excelente trabajo realizado anteriormente por Antonio Conte. El equipo de Turín muestra una gran versatilidad táctica: puede defender con dos o tres centrales, presionar arriba o replegarse en campo propio, lanzar contraataques con Morata y Tévez en solitario o ataques masivos con Pogba y Vidal incorporándose desde la segunda línea. Esto la hace a la vez imprevisible y adaptable a las circunstancias del partido, justamente una de las cosas que Luis Enrique ha buscado para su Barcelona desde el inicio de la temporada, aunque en clave azulgrana esto no se haya conseguido mediante sustanciales variaciones tácticas, sino gracias al desempeño de sus jugadores clave. El juego de posición del equipo ha experimentado un cambio de paradigma y ya no se organiza tanto en función de la situación del balón, sino en función de la posición de Messi en cada momento.
Por todo ello se presenta una final apasionante, donde es fácil que podamos observar una interesante escalada de desafíos tácticos y respuestas a los mismos con fases de juego bien diferenciadas y de dominio alterno (no tanto de la posesión del balón, que se le presupone al Barcelona, sino de la idea de juego de uno sobre la del otro). Pero no olvidemos que por encima de las batallas tácticas disputadas desde los banquillos acaba estando el acierto y el genio individual de los jugadores, y ahí es donde tener a Messi en tus filas equivale a jugar con un as en la manga. Lo dijo Guardiola en la previa a las semifinales contra el Bayern: “No hay sistema ni entrenador para parar a Messi”. Parece no haberlo entendido Chiellini cuando decía sobre la última genialidad del astro argentino que Messi no metería un gol como ese en Italia. Según cómo discurra el partido del próximo sábado en Berlín, el veterano central italiano (que no jugará por lesión) puede arrepentirse para siempre de haber osado desafiar a este dios del fútbol que ha tenido a bien compartir época con nosotros. Disfrutemos de él y del partido que podría terminar con la mejor despedida posible para un maestro como Xavi Hernández: la foto del capitán levantando la quinta Copa de Europa para el Barcelona, la guinda a su colección de títulos.
* Xavier Codina.
– Foto: Reuters
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