Un partido de 45 minutos. Eso es lo que era este Croacia-España. Esperar a ver qué ocurría con los italianos y aplicar el modo italiano. Miedo no: pánico. El día anterior, hasta el minuto 80 de su encuentro, Alemania no estuvo a salvo de la eliminación. Esa circunstancia marcó mucho, sobre todo a los centrocampistas españoles, amarrados con nudo marinero a sus centrales, no fuese que una inspiración de Modric o un contrapié de Madzukic abriesen las calderas del infierno. Así que miedo helado en el primer tiempo, dejando correr las agujas del reloj con la vista en Poznan por si Italia. Cuando Italia -o sea, cuando Italia marcó, como era inevitable- se dieron por finalizados los prolegómenos y empezó el partido. A 45 minutos únicamente.
Cinco defensas croatas y sus tres mediocentros tejieron una tela de araña de doble malla probablemente para proteger su punto débil: Corluka. El español era Arbeloa, al que Croacia dejaba libre, sabedor de su inferioridad técnica y posicional. Fue tan evidente ante Irlanda que el juego español nacía por izquierda, con el triángulo Alba-Alonso-Iniesta, que el seleccionador Bilic, siempre con la estampita de Juan Pablo II en el bolsillo, reforzó ese costado con un doble lateral Vida-Srna. Cuestión de proteger a Corluka. A España le quedó salir por la otra banda, lo que equivale a salir con nula fluidez porque Arbeloa no es Jordi Alba, cada día más compenetrado con Iniesta, positivo augurio.
Ganó España el Mundial a partir de mantener su portería a cero, pues la producción goleadora resultó escueta y fiada toda a la sensibilidad de Villa. Así que por ahí marcha la selección en esta Eurocopa, con Del Bosque reforzado en sus creencias personales que particularizan el juego de posición y en ocasiones lo desnaturalizan. Posiblemente la razón haya que buscarla en la comprensión directa del seleccionador sobre este modo de jugar: lo comparte y aplica, pero en algunos aspectos parece costarle comprenderlo en toda su extensión, lo que explicaría ciertos cambios y persistencias que terminan por mudarle el rostro al equipo.
Tras varios días de estupidez mediática sobre un inviable pacto para dejar fuera a Italia, el fútbol apareció como elemento torpedeador de humos hinchados. La faraónica corte que rodea a la selección había olvidado que España aún no estaba clasificada y cuando el reloj marcó el minuto 80 el pánico ya había congelado los espíritus porque ocurría exactamente lo mismo que el día anterior con Alemania: un gol mandaba a casa al bicampeón. Bilic se fue suicidando gota a gota, delantero a delantero, vaciando sus líneas traseras y regalando kilómetros a Iniesta, Navas y Alba, los únicos que aparecían por delante de Busquets y Alonso, pareja intocable de anclas en tanto Cesc tomaba el mando de las operaciones, futbolista decisivo siempre en los momentos de la verdad. España italianizada hasta la exasperación, con Xavi fundido, Arbeloa lastrando todas las fases y Del Bosque desconcertando a propios y extraños, regando incertidumbres innecesarias para el resto del torneo, cuya verdadera versión aún no ha comenzado.
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