"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
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Yo tengo el título de entrenador. De hecho, algún día, cuando los horarios me lo permitan, tengo pensado entrenar. Creo que poseo los conocimientos tácticos suficientes, que puedo implantar una metodología de trabajo atractiva a la par que efectiva, que puedo empatizar con los jugadores y, a partir de ahí, construir un grupo humano lo suficientemente compacto para alcanzar los mejores resultados posibles en lo deportivo. Sin embargo, el primer día que entrene no partiré de cero, sino de bajo cero. Los adolescentes que imagino constituirán mi primer equipo no verán en mí nada más que a alguien que no ha entrenado su vida. Que no ha jugado al fútbol en su vida (haber dejado de jugar federadamente con edad infantil bien merece esta consideración). Que, por tanto, hasta que demuestre lo contrario, en el fútbol es menos que ellos. Que de fútbol sabe menos que ellos. “¿Qué coño me va a enseñar de fútbol un tío que es incapaz de dar cinco toques seguidos al balón?”
El día uno, poco importa si eso no es cierto porque será lo que piensen. Y cuando tienes que liderar a un grupo, mucho más que lo que de verdad seas, eres lo que ese grupo cree que eres. Tus consignas tienen el valor que el grupo les da. Por supuesto, esta situación no es definitiva. Si no, ni me plantearía entrenar. Pero sé que partiré por debajo de cero y que solo a base de trabajo, coherencia y buen hacer podré lograr que crean en lo que les diga, lo que será imprescindible para alcanzar éxitos.
Bien, si no haber entrenado nunca y haber dejado pronto el fútbol significa partir desde tan abajo para, pongamos, un equipo de quinceañeros de primera regional, imaginemos qué significa no haber entrenado ni jugado nunca en Europa (siendo intrascendentes a estos efectos sus 15 partidos con el Tenerife) y haber ganado títulos solo a nivel paraguayo y argentino para muchos de los mayores ganadores de la historia. ¿Qué puede significar esto para quien para muchos es el mejor de siempre, como Messi? ¿Y para quien para muchos es el mejor jugador español de la historia, como Xavi? Vale, no seamos tan exigentes. ¿Y para campeones del mundo como Pedro o Cesc? ¿Para un equipo de jugadores en el que quien no ha sido entrenado por Guardiola lo ha sido por Wenger, Del Bosque o Scolari?
Si lo mío será partir de bajo cero, el punto del que partía Martino era más propio de una helada histórica, sí. Pero había otras maneras de evitarlo que no se dieron. Para empezar, el contrato, el cual es el reflejo más fiel de la importancia que se da desde el club a una persona dentro de un equipo. Y tanto en emolumentos como en duración, el contrato del Tata está muy por debajo del de cualquiera de los pesos pesados del equipo.
En cuanto a sus decisiones al llegar, más de lo mismo. Más circunstancias invitaban a tenerle en una consideración baja. El hecho de conformarse con una plantilla para la cual quien más y quien menos habría hecho algún fichaje y dado el visto bueno a alguna salida dolorosa fue significativa en cuanto a los poderes que se le atribuían. ¿Que debía haberse plantado si no se le daba un mayor poder? Permítanme decir que eso me parece una ridiculez. Porque me parecería ridículo renunciar a hacerse millonario llevando a cabo el trabajo de sus sueños pese a que en este no se den las condiciones idílicas. Al fin y al cabo, aun partiendo de bajo cero y sin conseguir llegar a un poder alto, las probabilidades de lograr éxitos (y, por ende, un buen trabajo) con una plantilla tan extraordinaria son muy altas.
Que fuera firmado en mayo también podría haber contribuido a mejorar el punto de partida; a mejorar el cuerpo técnico o instruir a sus ayudantes para actualizar una metodología que para los integrantes de un club de la magnitud del Barcelona resulta arcaica; a tener charlas previas con los miembros de la plantilla para ir ganándose el respeto y definiendo roles de la manera que le habría gustado. Pero tampoco estas circunstancias pudieron darse, por lo que el punto de partida estaba muy por debajo de cero.
Así pues, esta era la situación. Martino llegaba a un vestuario en cuya confección él no había tenido potestad alguna siendo su estatus netamente inferior al de la mayoría de jugadores de la plantilla. En esas circunstancias, ¿podría haber tomado decisiones drásticas el primer día? No lo parece, desde luego. Pedir decisiones drásticas desde fuera es muy fácil, pero lo es solo porque se tiende a olvidar que, por encima de todo, un entrenador necesita que sus jugadores le sigan. Si no, no tiene nada que hacer. Y si los jugadores tienen una fe nula o limitada en él, una decisión drástica puede hacer saltar por los aires directamente el vestuario.
Por tanto, respetar la jerarquía vigentes a su llegada era poco menos que imprescindible. Ganarse el respeto a partir de dar confianza era la única manera de asumir las riendas de la situación. Pero, ya se sabe, que haya jugadores por encima del entrenador y, por ende, intocables, es incompatible con el máximo rendimiento. Porque la exigencia en los entrenamientos no puede ser máxima, porque quien está mejor no puede llegar a ser titular y, en consecuencia, desaparece la competencia interna.
Pero, claro, esto es solo un punto de partida. Si no lo fuera, solo el pasado permitiría dirigir a una plantilla de élite, cuando es el presente lo que debe permitirlo. A partir de no tener opción de tomar decisiones dolorosas al principio, se ha de tratar de allanar el terreno para tener en el futuro. Un inicio con grandes resultados podría serlo.
Sin embargo, esto tampoco garantiza nada. Mourinho, tras dos buenas temporadas como entrenador del Real Madrid y una extraordinaria venta de su marca personal que le había permitido tener infinidad de incondicionales, se atrevió a sentar a Casillas. Lo que pasó lo sabemos todos. Pese a que Iker no mereciera ser titular por puro y simple rendimiento, ¿acertó sentándole? La posterior división del vestuario muestra que no. Porque, al fin y al cabo, es mejor un equipo con una pieza que chirría pero en el que todos reman en la misma dirección que uno en el que, pese a que juegan los que más lo merecen, no está unido.
¿Significa esto que le pasaría lo mismo a Martino si sentara, pongamos, a Xavi? Con la masa social puede darse por sentado que sí. Poco importa que cuatro gatos que nos las damos de listillos en Twitter lo aplaudiéramos, pues el grueso de la afición no lo haría. La mayoría de los aficionados necesita muchos años para asumir que sus ídolos han dejado de ser lo que fueron. Pero esto es secundario, claro. Lo que importa es el vestuario. Y aquí la situación es parecida. Mientras siguen vigentes los roles ganados con el rendimiento pasado, el nivel actual no importa tanto. Es decir, sentar a un peso pesado puede significar perfectamente que todo salte por los aires. Y eso, se mire por donde se mire, es mucho peor. El entrenador que no tiene el control del vestuario está acabado. El que tiene control, aunque sea un control light, no.
Por lo anterior, aunque agradezca la intención, me parece ridículo cuando alguien, para felicitarme por un análisis táctico, me dice que ojalá el entrenador supiera algo de eso. Claro que lo sabe. Lo que pasa es que la pura parte táctica o la elección de los jugadores más adecuados por nivel para plasmarla no es ni la décima parte de lo que tiene que considerar un entrenador. Hacer lo teóricamente correcto puede significar que dejen de seguirte en la práctica.
Así de compleja es la situación de Martino. Sin embargo, nada es absoluto, siempre quedan otras opciones. Hay maneras y maneras de sentar a jugadores o de imponer un criterio. Y a veces hay momentos en los que no queda otra que arriesgar. Uno de esos momentos los está viviendo el F. C. Barcelona. Martino, pese a todos los riesgos que acabamos de exponer, debe tomar decisiones drásticas y arriesgar. Porque si no arriesga, tampoco va a ganar.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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