"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Resulta una quimera triunfar sin atreverse primero y equivocarse después, ambos aspectos parte del proceso. Decía Michael Jordan, uno de los deportistas más influyentes y venerados de la historia, que su éxito nació de todos sus fracasos previos. Que el error nutrió su acierto. La oportunidad es por tanto necesaria, el comienzo del camino. En cualquier ámbito. Apostar por el horizonte esplendoroso aunque a corto plazo se siembre el interrogante.
Viendo a Óliver Torres jugar al fútbol, el tiempo circula más lento. A veces incluso lo hace detenerse y entonces uno no puede evitar preguntarse qué edad tiene el chico, cómo puede ser ya así. Y en realidad la cuestión es en vano porque, en su caso, la edad engaña. O al menos oculta parte de la verdad.
Semejante capacidad de elegir bien y ejecutar mejor, a la velocidad del instinto, llama la atención en un jugador a simple vista diferente pero observado sobre la lupa asombrosamente cercano a la visión futbolística de Xavi o Iniesta, aquellos que engrandecieron y perfeccionaron un modelo cum laude. El que defiende que al balompié se juega sobre todo con la mente. Y luego con lo demás.
Los dos aspectos más complejos del fútbol, los que todo el mundo desea poseer, son hacer gol y que jugar parezca sencillo. Aquellos capaces de lo primero pasan a la historia, pero son los que demuestran lo segundo los que la cuentan. Óliver parece tener lenguaje y lucidez de sobra para escribir una obra atemporal. Pero, más lejos, parece ya listo para comenzar, poco a poco, a hacerlo.
Realmente la edad, el término del que se abusa en casos de alumnos aventajados, es la apariencia de lo realmente importante en ejemplos de este tipo: el proceso de maduración, tanto personal como en lo relativo al juego. Se desconfía por defecto del joven por no tener experiencia cuando es, precisamente, la oportunidad la que otorga esa experiencia.
Ir con pies de plomo se convierte en tendencia porque por cada precoz preparado se arrojan al vacío cien que lo parecen. Por eso con todos ellos la oportunidad se retrasa hasta tratar de asegurar con plenitud –y resulta imposible– que la maduración es completa. Que el fracaso, cuando les llegue, que así será, supondrá sólo el principio de su éxito y no su punto final. Que serán capaces de levantarse tras la caída. Se opta por el fuego lento en todos los casos, y se entiende, aunque esto suponga freno a aquellos ya listos de verdad.
Futbolísticamente, Óliver Torres resulta ya irresistible, innegociable. Es diferente. Piensa más profundo y ejecuta antes. Posee una inteligencia, una lectura de la situación, desmedida. Una capacidad que muchos soñarían tener algún día. A falta de lógica evolución, un cerebro de este tipo tendría cabida en cualquier rotación del mundo.
Recae ahora en su técnico atreverse. A cuidarle mientras aprende. A mostrarle, con acción de partido y no teoría de entreno, cuándo y cómo se equivoca para tratar de ir dándole remedio. Con Óliver el error inicial es asumible, pero impedirle que falle sería imperdonable. Torres necesita el medio para dibujar en la realidad todo lo que su mente imagina. Y lo necesita pronto. La experiencia y el progreso se obtienen jugando.
El Atlético pide un creador y lo tiene. Pero éste requiere de una oportunidad para demostrar que así es. Óliver tiene derecho a equivocarse y aprender. Si se le permite ahora, los réditos después pueden ser inabarcables.
Raúl González mandó fuera la primera gran oportunidad de gol que tuvo en Primera, en La Romareda, un 29 de octubre de 1994. Y no fue la única marrada aquel día. Sin embargo, tras ella volvieron a confiar en él, comenzando por su siguiente cita (el derbi ante el Atlético la posterior semana). Desde entonces llegaron goles a puñados, decenas de tantos casi sin querer, por inercia. Se forjó una leyenda a través de un genio adelantado a su carné de identidad que dispuso del medio para mostrar que lo era.
Es necesario separar la edad de Óliver, como sucedió con Raúl. La edad miente, su fútbol no.
* Andrés Monje es periodista.
– Foto: EFE
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