"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Mientras la crítica jugaba a ponerle fecha a su retirada, en pleno declive de su carrera, partiendo como cabeza de serie número 17 y cuando ya nadie esperaba nada de él, Pete Sampras se plantó de puntillas en la final del US Open de 2002. En uno de esos guiños que usa la historia para convertirse en el mejor guionista posible, Agassi avanzó por la otra parte del cuadro para brindar un duelo que se concebía como epílogo a 12 años de una rivalidad de película americana entre dos caracteres y dos estilos antagónicos: uno frío, metódico y sentimentalmente hermético, otro pasional, irreverente y carismático. El maestro del saque-volea frente al mejor restador del mundo. Tras batir el récord histórico de Grand Slams (13), Sampras había pasado dos años sin alicientes. Su motivación tenía que ver más con ganar que con disfrutar del juego. Siempre habló del tenis como un trabajo duro. Pero el volver con su entrenador de siempre, Paul Anaconne, lo espoleó para focalizar sus esfuerzos en aquel US Open que acabaría ganando contra pronóstico. Ni siquiera él lo sabía, pero Sampras no volvería a jugar nunca más. Anunció que se tomaba un periodo de descanso, se escondió de los medios y apareció un año después en el mismo lugar donde se le había visto por última vez para confirmar que lo dejaba. No echaba de menos el tenis.
A Federer se le presenta una situación calcada, solo que Sampras gastaba entonces 31 años y Federer cumplirá 36 en agosto. También iniciando el torneo como preclasificado número 17, al suizo se le presenta una final de Grand Slam ante el tipo que lo bajó del cielo. El tipo que con su derecha liftada le elevó la bola a unas alturas donde sus golpes se volvían terrenales, el que le obligó a dar tres golpes de más para acabar cada punto, el que se metió en su cabeza, no le dejó dormir y lo desquició hasta hacerlo llorar en aquella espeluznante entrega de trofeos del Open de Australia de hace ya ocho años.La gozada de disputar desde la admiración mutua, desde el saber que están escribiendo un capítulo que la lógica les negaba, el partido que siempre habían jugado desde la obsesión por la gloria. De jugar en el cielo el duelo que siempre habían tenido que bajar a jugar al infierno. Una rivalidad que selló Martina Navratilova con una frase que retumbará en la eternidad: “Federer puede ser el mejor de la historia, pero Nadal puede que sea el mejor de los dos”.
La oportunidad de retirarse dejando un perfecto último capítulo de su biografía es única. Pero lo que para Sampras era una carrera universitaria, para Federer es la hora del recreo. Su mito no se levantará desde el palmarés ni desde los cientos de semanas que fue número uno, porque el paso del tiempo traerá otro tipo que venga a superar esto. Federer será el que puso por encima el talento callejero en tiempo de academias, el que hizo de la belleza una máquina de matar, el que apuró su tiempo al máximo porque no quería volver a clase.
* Alberto Egea.
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