La Armada vencida

por el 16 septiembre, 2014 • 10:18

Dijo una vez Albert Einstein que solo había dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Aunque de la primera no estaba del todo seguro. El tiempo, enemigo íntimo de la eternidad, acaba arrasando con todo lo que sale a su paso. Ni el Imperio Romano, con más de 500 años de dominio, logró aguantar para siempre. Con el viento también se marcharon la peseta (131 años), la dictadura de Franco (36), las primaveras de Alex Ferguson en el banquillo de Old Trafford (26), las antiguas temporadas de Los Simpson en España (22) o los años del Atlético de Madrid sin conocer la victoria ante su acérrimo rival (14). Todo lo que empieza, acaba, y más en el deporte, con lo que el tenis no iba a ser menos y también ha puesto un punto y final a la época más gloriosa de nuestra historia. Ocurrió este fin de semana en Brasil, donde la mejor generación de tenistas que ha visto este país, se puso de acuerdo para perder la categoría en Copa Davis tras 18 años en lo más alto. Asomando ya el 2015 y con la única incógnita de Jordi Hurtado (más de 4000 programas de Saber y Ganar), el bueno de Einstein seguirá conservando la razón.

Exceso de confianza, falta de compromiso, estructura desorganizada, inexperiencia, presión psicológica, incluso la mala suerte tiene cabida en el saco de excusas que se han paseado a lo largo de los medios tras el hundimiento del equipo español en Sao Paulo. Demasiado tarde, ahora ya no hay vuelta atrás. Muchos se centrarán en las bajas y en el número de ausencias en las filas de Moyá, pero si aquella bola de partido acaba en las garras de Andújar, posiblemente este martirio se hubiera evitado. Pero no, era necesario. La tranquilidad imperante y el palpable desinterés que la Davis había sufrido en los dos últimos años por parte de los españoles se merecía este herida despiadada, pese a que hubo cuatro hombres que decidieron anteponer el interés general al suyo propio. Bravo y gracias a Roberto, Pablo, Marc y David. Ellos formaron el último cartucho de un arma indomable que se quedó sin balas sobre la arcilla brasileña.

El papel protagonista le tocó escribirlo a un chaval de Castellón, inmerso en la mejor temporada de su carrera, aunque todavía sin victorias en esta competición (0/2). A su lado, un debutante en este tipo de percales y un dúo que nunca había unido fuerzas bajo la misma camiseta. En definitiva, un equipo lleno de remiendos y urgencias conformado por las cuatro únicas piezas que Carlos Moyá encontró a su disposición. Miento, Guillermo García-López y Albert Ramos son los otros dos jugadores que se salvan de la quema, ambos fuera de la convocatoria por decisión del entrenador. Pero, ¿y el resto? ¿Dónde están los once españoles que presumen de estar entre los 100 primeros? Quince, si ampliamos hasta los 160. Una auténtica burrada si lo comparamos con nuestro verdugo, Brasil, que contaba con Bellucci (nº 83) y Dutra Silva (nº 203). Pero si algo tiene la Davis y, por eso es un torneo único, es que el ranking de cada jugador no participa sobre la pista, ni aunque haya 50 posiciones entre ambos contendientes. Así se predijo y así ocurrió. Era la crónica de un fracaso anunciado.

Hay otro nombre que se ha ganado el respeto del aficionado pese a que ni siquiera llegó a entrar en el equipo: Marcel Granollers. El catalán venía de ser finalista en dobles en Nueva York, donde perdió el título y sufrió una recaída en su lesión de muñeca. Aun así, el 46º del mundo puso rumbo a Brasil donde las últimas pruebas médicas le obligaron a dar media vuelta y regresar a España. Más no se le puede pedir, caso idéntico al de Nicolás Almagro, operado en junio de una fascitis plantar que le mantendrá, Dios no lo quiera, en el dique saque hasta el nuevo calendario. ¿Y qué pasa con el resto? No, no y no. Eso fue lo que escuchó Carlos Moyá cada vez que su teléfono envió un S.O.S. a las mejores raquetas del panorama nacional. Motivos tenemos de todos los colores, desde la renuncia sin más de Feliciano o Verdasco, pasando por el cansancio de David Ferrer, o la indolencia de Robredo. Ni el bisoño Pablo Carreño lució la etiqueta de disponible porque su entrenador, Javier Duarte, lo vio como un inconveniente.

Imaginen ese momento de sufrimiento y soledad en el que te falla esa persona a la que tanto necesitas, se olvida de ti, te traiciona. Pues ahora multiplíquenlo por cinco. Así se debió de sentir Moyá, un entrenador muy esperado por su cercanía y amistad con los jugadores, algo que se consideraba crucial a la hora de hacer las convocatorias. Pero ni la tensión de caminar sobre el alambre con la posibilidad de caer a la segunda división despertó el sentimiento patriótico en los nuestros. Ferrer adujo el apretado calendario que le espera de aquí a final de año; Robredo, el exceso de viajes que le iba a provocar estar presente en Brasil (Nueva York-Barcelona-Sao Paulo-Barcelona-Pekín); Verdasco le comunicó a Charly que no se encontraba en buen momento y que otros lo podrían hacer mejor; mientras que López simplemente se subió al carro de las vacaciones para acabar de completar la desbandada generalizada. ¿Y Nadal? Nadie habla de Nadal, pero hay que recordar que el de Manacor causó baja en el último Grand Slam del año casi sobre la bocina del comienzo del mismo, hecho que dio a entender que su recuperación se había quedado a escasos días de completarse. La Copa Davis se ha celebrado tres semanas después. Exactamente 19 días más tarde. Cada uno que mire donde quiera, solo he expuesto fechas, pero aquí el chaparrón debe caer con la misma intensidad para todos.

Duele ver cómo algo que costó tanto de construir –casi dos décadas– se esfuma en un fin de semana de infortunios y disgustos. Desde el año 1995 España no sufría un descenso en Copa Davis. Allí la desgracia sucedió ante México con una derrota de Alberto Berasategui en el quinto y definitivo punto. Un año después, salimos del infierno. Y desde aquella vuelta nunca más hemos vuelto a despedirnos del Grupo Mundial. Dieciocho temporadas ininterrumpidas luchando por la máxima competición entre países, dando como resultado cinco ensaladeras (2000, 2004, 2008, 2009, 2011) y dos subcampeonatos (2003, 2012). Por nombrar otro registro de valor incalculable: La Armada encadenaba 27 series en línea sobre tierra batida sin salir derrotado. Todo hasta que Roberto Bautista mandó fuera ese resto procedente del servicio de Bellucci. Una pelota que acabó lejos del rectángulo de juego igual que España se ha quedado fuera de su competición fetiche.

Borrón y cuenta nueva. Aunque no solo la cuenta, también es hora de cambiar las herramientas principales. Esta generación hace tiempo que está saciada, falta de sed, exenta de ilusión y escasa de ambición. El curso pasado, con Corretja, ante Canadá, fue el primer aviso. Esta vez, ante Alemania y Brasil, la confirmación. Es momento de empezar de cero y para eso es tarea indispensable modificar a los intérpretes de la obra. No es nada nuevo, es más, tenemos los ejemplos del fútbol y el baloncesto de este mismo verano, donde dos conjuntos de ensueño cerraron un círculo inolvidable, lastrados por la falta de motivación y empeño. Juntos alcanzaron la gloria y juntos le dijeron hasta siempre, sería lo justo que la próxima aventura fuera protagonizada por diferentes personajes, ya sea con una portería de por medio, una canasta o una red. Solo así nos aseguraremos que se vuelva a plantar esa semilla engendrada a base de afán y proyección, argumentos indispensables en toda carrera hacia el éxito. Lo único que pido es no volver a leer que Brasil despidió a la generación dorada del tenis español. Simplemente fueron testigos del nacimiento de una nueva.

* Fernando Murciego es periodista.





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