De todas las paradas que tiene el calendario ATP, hay una en la que el tenis español siempre exprimía todo su jugo. Un mes donde copar todas las portadas y consolidarse como la mayor potencia mundial sobre polvo de ladrillo. Una franja de torneos repartidos en 30 días de competición donde bucear en los orígenes de nuestros jugadores y premiar con títulos a tantos años de trabajo en las escuelas base. Es allí, en la Gira Dorada sudamericana, donde La Armada siempre siempre ha presentado de media un notable alto, calificación que se ha repetido temporada tras temporada en sus visitas a lugares tan lejanos, pero tan nuestros como son Argentina, Brasil, Chile o México. Territorios acostumbradas a ver nuestra bandera gobernar sobre su arcilla, a veces incluso con más puntualidad que en los torneos de nuestra nación. ¡Qué mes el de febrero! Siempre al rescate de los nuestros cada vez que sus raíces requerían de rocío. Colmándonos con múltiples éxitos en cada inicio de temporada. Eran tantos quilos de gloria que en algún momento esta tendencia tenía que adelgazar. En 2016, y por tercera vez en el presente milenio, España abandonó la primera gira sobre arcilla del curso de la misma manera en la que la afrontó: en blanco. Cinco torneos, cinco decepciones. Esta vez ni siquiera nuestro propio planeta, el de la tierra, acudió a nuestra llamada.
Este desastre no se vivía en nuestro vestuario desde la temporada 2007. Aquel año Juan Ignacio Chela, Luis Horna, Guillermo Cañas y Juan Mónaco se alzaban campeones en la segunda Gira Dorada del milenio sin ningún español en lo más alto del cajón (la otra fue en el 2000 con Chela, Kuerten y Puerta). Nueve capítulos después, volvemos a quedarnos a cero. Víctor Estrella en Quito y un par de dobletes de Dominic Thiem (Buenos Aires, Acapulco) y Pablo Cuevas (Río de Janeiro, Sao Paulo) cerraron un capitulo glorioso de casi una década de duración con más celebraciones que participaciones de los miembros de La Armada. No hubo botín en esta ocasión, y no precisamente por falta de plantilla. Exceptuando el certamen mexicano (donde David Ferrer fue nuestro único representante), las otras cuatro plazas tuvieron hasta ¡nueve españoles! en el cuadro final de sus certámenes. Una final de Nicolás Almagro en Argentina y otra de Pablo Carreño en Brasil han sido las consecuencias menos agrias de un mes con más dudas que certezas. Podríamos decir que faltó suerte, –algunos así lo expresaron– pero sería cubrir la derrota con un capcioso sombrero. Desmembrar a tu enemigo del factor más digno en la victoria: la justicia. Hemos bajado el nivel. Aquella bola de más que antes pasábamos ahora se queda en la red y ese punto de break que antes convertíamos, ahora se evapora para nunca volver. Hemos sido inferiores, y esto es tan cierto como que en los años previos no había Dios que nos bajara del cielo. Cambios, nadie escapa ante ellos.
No siempre se puede ser noticia por algo positivo, pero a esto solo nos iremos acostumbrando con el tiempo. Después de una década batiendo récords y sumando coronas en todos los rincones del mundo -a día de hoy, todavía somos el país con más jugadores dentro del top100- España ha venido festejando cómo sus héroes ocupaban los tronos de la mayoría de citas del calendario, especialmente las celebradas sobre tierra batida. Concretamente, las de la Gira Dorada. Allí los nuestros han cosechado nada menos que ¡31 títulos! desde la temporada 2000 hasta hoy, con una media de casi dos galardones por año. Nuestra fecha más absolutista la vivimos en 2011, donde se hizo pleno (4/4) o acotando más el plazo, en la etapa de 2009-2015 se llegó a un balance monstruoso de 21 victorias españolas en 30 torneos disputados. Números que reflejan la desmedida superioridad de estos guardianes de la tierra que siempre sonreían cuando febrero asomaba en el horizonte. Hubo algunos que incluso abusaron: David Ferrer (8), Rafael Nadal (6), Nico Almagro (6) o Carlos Moyá (5) representan algunos de los grandes referentes en cuanto a Gira Dorada se refiere. Pero no solo eso, también son las cuatro raquetas que más cetros han levantado en la historia de la expedición sudamericana. Sí, todos provenientes del mismo país de origen. Récords que nos llevaremos con nosotros para siempre.
Pero lo importante es la calidad, no la cantidad. Esta frase, asociable a tantos ámbitos, reúne todos sus matices en esta última gira. España envió el batallón más numeroso a Sudamérica y volvió con las manos vacías. ¿Qué falló? Dejando a un lado a un austriaco y un uruguayo que edificaron en sus backhands una debilidad infranqueable, hubo soldados que no cumplieron con su cometido. Rafa Nadal ha sido, sin duda, el más perjudicado en esta guerra. Golpeado primero por Thiem (Buenos Aires) y luego por Cuevas (Río), el balear fue apeado en semifinales en sus dos primeras cruzadas de la temporada sobre polvo de ladrillo, por hombres con peor ranking y ambos con reveses a una mano. Esto, si nos lo cuentan en 2008, ni con droga nos lo creemos. Pero no está solo. David Ferrer tampoco ha sabido marcar territorio sobre la arena, dando un paso atrás a cada intento que abordaba. Semifinales en Buenos Aires, cuartos en Río de Janeiro y octavos en Acapulco. Almagro y Thiem ajusticiaron al de Jávea sobre la arcilla, mientras que Dolgopolov puso el remate en el cemento de Acapulco. A ninguno de los tres fue capaz de ganarle un set, ni siquiera de forzarle un tie break. Una pena tratándose de la mejor actuación masculina en el último Open de Australia, resultado caído en el olvido después de esta frustrante gira iberoamericana. En contraposición, Íñigo Cervantes o Pablo Carreño han puesto la nota de color logrando alcanzar rondas que nunca antes habían pisado, aunque sin llegar a cimentar una alegría completa para apartar los sinsabores de los jerarcas del escuadrón.
Si Pablo Carreño hubiese ganado el domingo, este artículo ahora no existiría. O si aquella bola de partido de Thiem ante Nadal no hubiese borrado la línea. Qué más da esto ahora. Los números señalan que los nuestros son noticia casi una década después y no por sus buenas estadísticas. ¿Preocupación? No a corto plazo. Pero si aquí no fueron capaces de conseguir el oro, ¿qué nos espera en la gira primaveral de arcilla? ¿Qué papel jugarán los nuestros cuando coincidan en los cuadros con los Djokovic, Murray, Federer, Raonic, Nishikori o Berdych? Todos los imperios acaban cediendo, lo dice la historia, y el gobierno español sobre polvo de ladrillo tiene pinta de estar más cerca que nunca del final. Sirvan dos meses de 2016 para entender el cambio. Roberto Bautista, el mejor de los nuestros hasta ahora, todavía no sumó una victoria sobre la arena. Sin embargo, en su maleta ya pesan dos trofeos ATP, situación inédita en cualquier otro compatriota. El futuro dirá si esto solo fue un traspié –como en 2007– o significó el principio del final, el desenlace de una época memorable que por suerte pudimos presenciar. Es momento de arriesgar, evolucionar, de aceptar el cambio y adaptarse a los nuevos tiempos, donde impera la homogeneidad y la nula especialidad ante las superficies. Si España quiere seguir liderando el circuito deberá salir de su zona de confort, poner rumbo a otros planetas. Abandonar la tierra para reconquistar el mundo.
* Fernando Murciego es periodista.
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