Espero no importunar a Miguel Rico ni al ‘Mundo Deportivo’ al desarrollar esta glosa a partir de una deliciosa noticia publicada en su edición del 29 de junio. En todo caso, felicito al amigo periodista por el acierto de su pesquisa y la nariz para seguir tal información. Resulta que el gobierno húngaro, expongamos un rápido resumen de la situación, se puso tiempo atrás en contacto con los descendientes de Sándor Kocsis, enterrado en Barcelona tras su fallecimiento en 1979, a fin de obtener permiso para el traslado de sus restos a la Basílica de Budapest, donde, a finales de verano, reposarán al lado de Ferenc Puskas, su compañero, amigo y rival en foco de atención futbolística. Evidentemente, el actual gobierno magiar pretende así saldar cuentas de memoria histórica con sus formidables héroes de tiempos comunistas, bastante más duros para la castigada nación, y también, recuperar el recuerdo de una generación que les hizo sentir únicos, admirados, formidables a partir de aquellos mágicos magiares que deslumbraron a Europa durante la década de los 50. Menuda cosecha la de los Grosics, Boszik, Hidegkuti, Lorant, Puskas, Czibor o el propio Kocsis. Del todo inolvidable.
Sándor Kocsis, y pocos lo podrán refutar, ha sido el mejor rematador de cabeza que haya conocido la historia del fútbol. Tiempo después, España tuvo en Carlos Alonso Santillana a su alumno aventajado, pero la retentiva, por mucho que revuelva en el almacén de recuerdos, no puede hallar nombre capaz de competir con aquel a quien ‘L’Equipe’ bautizara por los siglos de los siglos como Cabeza de Oro. Kocsis depuró la técnica de tan espectacular suerte, pulió los tiempos precisos en la ejecución del cabezazo y, a pesar de las limitaciones técnicas en materia videográfica, el recuerdo de su inalcanzable nivel sigue guardado en YouTube. Para certificar su condición de catedrático, baste con repasar el primer gol que logró en aquella final Benfica-Barcelona del 61, la de los palos cuadrados en Berna. Revivir la furia de aquel solo testarazo justifica cuán apropiado resulta el alias del inmortal Sándor.
Su biografía, como la de tantos otros futbolistas húngaros de aquellos tiempos, bien merecería ser novelada para deleite de quienes no conocieron su talla, siempre oscurecida por contemporáneos de carisma aún mayor, tipo Kubala o el propio Puskas. Zoltan Czibor, ese sensacional extremo zurdo de peculiar personalidad -reflejada en su alias de El Pájaro Loco-, reflejó tiempo atrás la complejidad de su oficio cuando manifestó que, al meter los centros desde la izquierda en el Honved o en la selección húngara, siempre se le venía la cabeza el dilema de ponerla por raso, para beneficio de Puskas, o hacerlo en el aire, para aprovechamiento de Kocsis. Como Ferenc era coronel del ejército y Sándor un tanto taciturno por naturaleza, adivinen por qué opción se decantaba mayoritariamente tan peculiar asistente…
Kocsis empieza a despuntar en el Ferencvaros, pero las autoridades comunistas del país deciden convertir al Honved, el equipo del Ejército, en el representante máximo de su fútbol. No insistiremos aquí en las proezas de aquella maravilla en sinfonía de once. En 1956, cuando las tropas soviéticas irrumpen en Budapest para sofocar la aventura aperturista del gobierno húngaro, pillan al Honved lejos del hogar, disputando una eliminatoria de la Copa de Europa ante el Athletic que acaban perdiendo en el partido de desempate por razones comprensibles. Las estrellas de aquel plantel dudan entre regresar a su ocupada tierra o convertirse en nómadas profesionales del fútbol al servicio del mejor postor. Como ya saben, Puskas, Czibor y Kocsis deciden extrañarse y nuestro héroe acaba, tras un año en blanco que repercutiría notablemente en su rendimiento posterior, en las filas del Young Fellows suizo, donde juega una campaña. Después, Lazsli Kubala, amigo siempre dispuesto a los favores hacia la gente querida, lo recomienda a la directiva azulgrana, que lo ficha en compañía del propio Czibor.
A partir de tal empujón, ya a punto de llegar a la treintena y sin alcanzar el deslumbrante rendimiento de tiempos anteriores, Kocsis militaría aún ocho largas temporadas en el Fútbol Club Barcelona. Y a pesar de los pesares, disputa 235 encuentros con su nueva camisola, en los que logra 151 goles. Nada mal, ¿verdad? Entre sus múltiples proezas destaquemos que Sándor Kocsis, aún hoy, figura en el primer lugar histórico en lo que respecta a promedio de goles en partidos internacionales con su selección, gracias a la portentosa media de 1,10 tantos, derivada de sus 75 tantos en 68 encuentros. De paso, los historiadores del fútbol le otorgan más de 400 goles obtenidos con su prodigioso dominio del juego aéreo, firmados en su mayoría durante su participación en el Honved y el seleccionado de los Mágicos Magiares. Casi nada.
Tras los 13 tantos de Just Fontaine con Francia en el 58 a manera de inalcanzable techo, Kocsis figura también como gran artillero de las fases finales de un Mundial al meter once en el certamen del 54, aquel que ganara contra todo pronóstico la Alemania de Fritz Walter pese a que Hungría alcanzaba la final como indiscutible favorita. En aquel Wankdorf Stadion, siete años más tarde, perdería la final del 61 con el Barça, no sin antes comentar a su amigo Czibor que lo intuía fatal, pájaro de mal agüero, porque iban a cambiarse justo en el mismo vestuario donde lo hicieran en el fiasco anterior. A pesar de llegar a Les Corts ya curtido, consiguió algunos goles históricos, como el agónico firmado en el desempate de semifinales ante el Hamburgo que abrió las puertas a la primera final europea del Barça o los cuatro de una tacada logrados en terreno del Wolverhampton Wanderers en el que, nativos y foráneos, consideraron durante décadas el mayor recital ofrecido en gala europea por los azulgrana (hasta la llegada de Messi y compañía, claro…).
Dotado para el remate con ambas piernas, hábil en el regate y con excelente visión del juego, en otro artículo del Magazine ya ensalzamos su sensacional compañía en los diez titanes del ataque blaugrana dirigidos entonces por Helenio Herrera. A saber, Kubala, Luisito Suárez, Evaristo, Villaverde, Eulogio Martínez, Czibor, Tejada, Ribelles y Coll. De propina, su comportamiento sobre el césped siempre resultó ejemplar, lo que le convirtió en personaje muy querido para su parroquia. Pese a llegar al club rozando la treintena, fue el último superviviente de la gran era en decir adiós a la entidad, que le brindó en justa correspondencia un sentido amistoso de homenaje.
Tras su retirada a la provecta edad -para un artillero- de 37 años, Kocsis probó suerte como entrenador en el Hércules, pero prefirió aislarse del fútbol para dedicarse a la restauración en Barcelona, donde fijaría su domicilio familiar. Por desgracia no le acompañó buena salud con la que gozar de la existencia en compañía de su esposa y tres hijos. Primero, la amputación de un pie; más tarde una leucemia; y finalmente, el ya letal cáncer de estómago destrozaron su tiempo de retiro hasta su fallecimiento, el 22 de julio de 1979. Él decidió cuándo acabar y lo hizo lanzándose al vacío desde su habitación del hospital, perdida ya toda esperanza de recuperación. La noticia de su óbito fue muy sentida por la afición, que le consideraba héroe entrañable con una pátina de fatalista destino. Ex compañeros como Kubala, Ramallets, Gensana, Rodri o Rifé cargaron su féretro en la hora del adiós.
Ese junco de prodigioso salto, inteligente, certero goleador, jamás alcanzó el justo reconocimiento que su calidad merecía. Le tapó Puskas, le tapó Kubala, pero al menos, alguien atinado le inmortalizó llamándole Cabeza de Oro. En vida, Kocsis quiso regresar a su Budapest natal, pero las circunstancias políticas del país aconsejaban permanecer en Barcelona y disfrutar de su nacionalidad adoptiva. Ahora, el trabajo de Miguel Rico detalla que el viernes 21 de septiembre, 83 años después de su nacimiento, las autoridades de Hungría tienen previsto un funeral en su memoria. Tiempo, pues, de despedir a un insigne futbolista al que los aficionados deberían conocer mejor. Tanto, al menos, como lo hicieron quienes disfrutaron a fondo con los testarazos del gran Sándor.
* Frederic Porta es escritor y periodista. En Twitter: @fredericporta
– Foto: AFP
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