Probablemente, Miroslav Josef Klose (Polonia, 1978) no ha obtenido nunca el reconocimiento mediático que su espigada figura reclama. Su mejor argumento es el trabajo; la excusa, sus goles. Si uno repasa la lista de máximos artilleros de la historia de los Mundiales, no cabe duda: Ronaldo Nazario (15 goles), Gerd Müller (14), Just Fontaine (13), Pelé (12) o Jürgen Klinsmann (11) disponen de la admiración mundial de cualquier aficionado que se precie. En medio del elenco de estrellas indiscutibles, o más bien un peldaño por debajo de El Fenómeno, se encuentra el silencioso Miro, que con 14 dianas ocupa la segunda plaza de un ránking histórico en una clasificación que cualquier delantero querría liderar. A diferencia de todos los arietes citados, Klose tiene la posibilidad de hacerlo. Y, lo que es mejor, está dispuesto a lograrlo. Está a solo un tanto de Ronaldo, pero este no es el único mérito que se le puede atribuir. La suya es una carrera de fondo, una eterna negación a lanzar la toalla; a vencer batallas. La suya es la historia del goleador que sabe cómo y cuándo estar, la del pequeño salto mortal. De una cabeza pensante, bien amueblada. Inquilina de decisiones que le honran más allá del gol. Con 34 años sigue marcándose metas, persiguiéndolas con insistencia.
Klose mamó fútbol desde bien pequeño. Su padre fue el ejemplo a seguir. Josef, que jugó en el Odra Opole, un club que actualmente milita en la cuarta división polaca, y después en el Auxerre francés, marcó el devenir del pequeño Miroslav, que perfectamente podría haberse dedicado al balonmano, ya que su madre fue una reconocida jugadora de la selección polaca. A orillas del río Oder, justo en la ciudad donde su padre se ganaba el pan como atacante, nació el hoy futbolista de la Lazio. Sin embargo, cuatro meses después de que Barbara diera a luz, su marido se marchó a jugar a Francia. No fue hasta la retirada de su padre cuando la familia, integrada también por su hermana mayor, se trasladó definitivamente a Alemania. Klose contaba con solo ocho años. El cambio de aires no le sentó del todo bien al entonces renacuajo, que se aferró a la pelota en un lugar donde no conocía a nadie y donde tampoco conocía el idioma. “Fue mi salvación. Al salir de la escuela dejaba la mochila en una esquina y lo único que tenía en la cabeza era el balón. Siempre era un poco mejor que los demás, así que me escogían primero cuando había que formar equipos. Así fue como comencé a integrarme y a hacer los primeros amigos”, explicaba Klose en 2006, en vísperas del duelo entre Alemania y Polonia.
Poco a poco fue moldeando el sueño, que dio sus primeros pasos en el cadete del SG-Blaubach Diedelkopf. En 1998, con 20 años, recaló en el FC 08 Homburg, de la tercera división germana. Estuvo solo un año, ya que al siguiente se marchó al filial del FC Kaiserslautern, donde sus virtudes a la hora de cazar goles solo tardaron unos meses en ser registradas. A caballo entre el primer equipo y el segundo, fue reclutado finalmente por Andreas Brehme. Durante el curso 2000/2001, en el que firmó nueve dianas, recibió la llamada, por vez primera, de Rudi Völler. “Cuando jugaba en el Kaiserslautern, el entonces seleccionador polaco se fijó en mí y me preguntó si me había planteado jugar con Polonia. Sin embargo, yo sabía que estaba en el buen camino para aspirar a una convocatoria con Alemania, y cuatro semanas más tarde el seleccionador germano me llamó por primera vez”, narraba Klose sobre la decisión de jugar con la Mannschaft, un hecho siempre que ha tratado con naturalidad, sin querer elevarlo a categoría de traición, como se pueden sentir muchos aficionados polacos. “Tengo un gran cariño por Polonia, yo nací aquí, pasé parte de mi infancia, tengo familia aquí… Me gusta descansar en Polonia, cargar las baterías de aquí. Además, mi esposa viene de Polonia y los niños hablan polaco y alemán. Puede ver cómo mi polaco no es malo, pero a veces he de usar alguna palabra en alemán. Nunca olvidaré de donde vengo. Alemania y Polonia son muy importantes para mí”, relataba hace apenas unos meses, cuando el combinado alemán se desplazó a Polonia para la disputa de la última Eurocopa.
Su carácter apaciguador ante el micrófono es fácilmente trasladable al rectángulo de juego. Es poco habitual verle enzarzado en absurdas discusiones, en tánganas que normalmente van de ningún lugar a ninguna parte. En 2002 fue citado para disputar su primer Mundial, el de Corea y Japón. Ante los ojos del planeta fútbol aprovechó el escaparate como pocos. Si a alguien le debe el subcampeonato Alemania es, entre otros, a la efectividad de Miro, que en 7 partidos marcó 5 goles. En la final contra Brasil solo un disparo de Neuville inquietó la portería contraria, en una noche reservada para el resurgimiento de Ronaldo, que acabaría como máximo realizador del torneo con 8 dianas. Klose, titular, apenas olió el balón en medio del baile brasileño y terminó siendo sustituido por Oliver Bierhoff. El mejor día fue el del debut, ante Arabia Saudí. Firmó un hat-trick que aderezaría en la segunda y la tercera jornada con dos goles más. Comenzaba entonces su leyenda con la Mannschaft, un matrimonio que perdura diez años después con visos de seguir prolongándose.
Su progresión no tardó en llamar la atención de clubes con más aspiraciones, como el Werder Bremen, que en 2004, cuando Klose tenía 25 años, pagó 5 millones de euros por hacerse con sus servicios. En tres temporadas anotó 63 goles, lo que le valió en 2006 para ser elegido futbolista alemán del año, siendo además máximo goleador de la Bundesliga con 25 goles y logrando, en el plano personal, ser uno de los destacados del Mundial 2006, proclamándose Bota de Oro con otro repóker de tantos que, no obstante, dejaron a las puertas del éxito a Alemania en el campeonato del que fue anfitrión. No le marearon las cientos de volteretas que han filmado sus celebraciones. No le cansaron tampoco a un delantero elegante cuyo fuerte siempre fue el remate con la cabeza, la herramienta de la que se aprovechaban los centros a la olla de sus compañeros. Una cabeza que también le ha valido alguna distinción, pero no por su puntería: en mayo de 2005, siendo ídolo del Weserstadion, y en un duelo ante el Arminia Bielefeld, el colegiado señaló una pena máxima por la caída de Klose frente a Mathias Hain, portero adversario. Cuando el trencilla enfilaba el camino hacia el guardameta, el delantero, para sorpresa de todos, anunció que no había habido contacto con Hain, que había tocado la pelota. Inmediatamente se revocó el penalti y Miro se ganó la admiración del equipo rival. “Creo que el trabajo de los árbitros ya es bastante difícil y no hay que complicarles más las cosas. Él me preguntó si Mathias había tocado la pelota y como lo había hecho, yo le dije que sí”, manifestó tras su acto de juego limpio con el que le valió para recibir el premio al Fair Play por parte de la Federación Alemana (DFB).
Un gesto que, lejos de ser casual repitió hace unos meses, siete años después de aquello. Enrolado en las filas de la Lazio, club que actualmente disfruta de su sempiterno olfato goleador, en un choque ante el Napoli, marcó el primer tanto del partido, con la particularidad de hacerlo con la mano. Ante la incredulidad de los jugadores del equipo rival y pese a que el árbitro daba el tanto por válido, Klose, en un nuevo ejercicio de lealtad, reconoció que impactó con los dedos el esférico. Mientras la afición laziale quería matarlo, los futbolistas napolitanos no dudaron en felicitar el acto de honestidad del alemán, que junto a sus compañeros terminó perdiendo aquel envite por 3-0. “El árbitro me preguntó si había tocado el balón con la mano. Y confesé que sí. Era lo menos que podía hacer. Hay tantos jóvenes que miran la tele y para los que somos modelos…”, sentenció. La DFB volvió a premiar un guiño que en los tiempos que corren, en los que la pillería y en algunas ocasiones el engaño se adueñan del sentido menos común de los deportistas, brilla por su ausencia en los campos de fútbol. Hay cosas que se aprenden en los campos de tierra, otras que se olvidan en los de hierba y otras que simplemente te enseña la vida y que permanecen incólumes al inexorable paso del tiempo. Klose forma parte del exclusivo club de los terceros.
Tras una resplandeciente etapa en Bremen, quizá empañada por su última campaña, en la que llegó a acumular once partidos sin ver portería —lo que provocó una caída en sus registros anotadores: de 31 a 15— y en la que logró un subcampeonato liguero y una Copa de la Liga, llegó el momento de dar el gran ascenso en su carrera. El Bayern de Múnich, acostumbrado a rescatar lo mejor de cada casa en la Bundesliga, abonó cerca de 11 millones de euros para que Klose jugara en el Allianz Arena. Cuatro años que, como toda trayectoria cuando transcurre el tiempo, fue de más a menos. De indiscutible a discutido; de titular a suplente; de indispensable a ocasional. Con el cuadro bávaro levantó todos los trofeos a nivel nacional que anhelaba su palmarés, quedándose a las puertas del cetro continental —perdió ante el Inter de Milán la final de la Champions League saliendo en la segunda parte—, pero dejando esa sensación de profundo vacío que solo reflejan quienes se dejan la piel. Con cada vez menos protagonismo en Múnich —Löw se lo llevó al Mundial 2010 pese a haber marcado solo tres goles en la Bundesliga— y con la cabeza puesta, una vez más, en su selección, descartó la posibilidad de ampliar su contrato para lanzarse a la aventura italiana, la que le condujo a Roma en el verano de 2011.
“Pienso que aún puedo jugar a un alto nivel por unos años más. Sólo tengo 32 años, no estoy tan viejo. Si estoy en condiciones dentro de cuatro años y aún tengo la posibilidad, ¿por qué no habría de jugar?”, decía en 2010, tras quedarse a las puertas de igualar a Ronaldo. A sus 34 años tiene la mirada puesta en Brasil. “No voy a parar, creo que soy capaz de jugar dos años más con la selección. Uno de mis objetivos es el Mundial de 2014”, ratificó una vez confirmada la eliminación de Alemania en las semifinales de la Eurocopa 2012. En Polonia y Ucrania jugó los cinco partidos que disputó su combinado, si bien solo en uno salió de titular. Mojó en una ocasión, cuando en la fase clasificatoria había marcado hasta en nueve. En la primera cita continental en la que concursó (Portugal 2004) apenas disputó veinte minutos, debido a una lesión de la que estaba saliendo. Alemania cayó a las primeras de cambio. En Austria y Suiza 2008, en cambio, marcó dos goles tras un importante bache goleador que cuestionó su titularidad. Empero, llegaron en los cuartos y en las semifinales, colaborando al pase a una final en la que de nuevo quedó subcampeón para alegría de España.
Miroslav Klose se ha ganado con el paso de los años un éxito que quiere redondear en Brasil dentro de dos años, igualando o superando a Ronaldo como máximo goleador de la historia de los Mundiales. De igual forma, tiene ante sí el desafío de convertirse también en mito viviente de la Mannschaft. Marcado en rojo en el calendario tiene dos fechas: el 22 y el 26 de marzo. Esos dos días Alemania se enfrentará, primero a domicilio y luego en casa, a Kazajstán. Y el punta, con 67 dianas en su haber, podría dar caza a Gerd Müller, que con 68 es quien más goles ha marcado defendiendo los colores de Alemania en toda la historia. Es solo un primer paso hacia el reto mayúsculo que se ha impuesto, y que, si no se tuercen los planes, podrá pulverizar durante 2013.
Mientras sigue ejerciendo de lo que mejor sabe en la Serie A, que no es otra cosa que empujar balones a la red ya sea con la cabeza o con los pies, espera la llamada del seleccionador en cada una de las venideras convocatorias. Jugar con el país que siente como suyo se le da bien y quiere rematar la faena en 2014, antes de despedirse del fútbol. Quién le iba a decir cuando probó suerte de carpintero, antes de darle patadas a un balón de forma profesional, que acabaría construyendo a base de goles y persistencia, la puerta del triunfo. La de una cabeza muy bien amueblada.
* Fernando Castellanos.
– Fotos: Reuters – AFP
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