Un Borussia Dortmund-Bayern de Múnich en el Signal Iduna Park es un espectáculo formidable de pasión e intensidad. Tan formidable es que el Borussia ha adoptado dicho concepto como eje motriz de su imagen de marca: «El fútbol intenso». Es muy acertado dicho branding porque cuando piensas en fútbol intenso, piensas en el Borussia, piensas en Jürgen Klopp, en Kuba, Reus y Lewandowski combinando a mil por hora, en el Signal Iduna Park encendido… El sábado vivimos otro episodio de dicha intensidad y pasión en un estadio tan abarrotado que en las tribunas incluso dejó de percibirse el frío húmedo que había presidido Dortmund durante el día. Y en el juego destacaron poderosamente seis aspectos:
«Es el mejor equipo del mundo al contragolpe«, dijo Guardiola apenas iniciada su conferencia de prensa post-partido, que como todas las de la Bundesliga siempre reúne al alimón a ambos entrenadores, lo que provoca un efecto de proximidad, simpatía y compañerismo muy peculiar entre ellos. Al escuchar esas palabras, Jürgen Klopp levantó las cejas como aceptando el cumplido. Había sufrido un duro golpe (0-3 y un trozo del título camino de Múnich), pero recibía un gran elogio de su rival.
En el punto fuerte del Borussia, sin embargo, se encierra también cierta debilidad. El equipo subcampeón de Europa posee un discurso futbolístico contundente y aplastante, aunque quizás demasiado monotemático. Es un discurso agresivo y casi imbatible con el marcador a favor, pues domina como nadie el arte de transitar desde un repliegue intensivo a una transición ofensiva fulgurante a partir del robo del balón. Presiona de manera persistente y aguda (aunque no muy arriba), conduce voluntariamente al rival hacia los costados para ahogar allí sus salidas, trabaja siempre para provocar el error contrario y, a partir de la recuperación del balón, su transición es feroz. ¿Por la velocidad? No solo, sino más bien por la precisión de los movimientos colectivos.
El jugador que recupera busca un apoyo por delante y este segundo jugador, a su vez, dirige el balón al lanzador, por lo general Nuri Sahin. Mientras se producen estos dos pases, uno hacia delante y otro hacia atrás, cuatro o cinco borussers se despliegan por pasillos diferentes, ofreciendo líneas de pase. En ese momento son imparables. No hay forma de detener semejante avalancha. Su mayor fortaleza reside, por tanto, en la precisión y coordinación colectiva.
Pero es un discurso con tintes monotemáticos. Su ataque organizado es menos eficiente, lo que deviene en ansiedad con el marcador en contra, y su propia transición defensiva se revela frágil, más allá del terrible momento que están viviendo sus defensas titulares a causa de las lesiones. Para seguir instalado en la elite europea, al Borussia le falta apenas nada, solo un pequeño paso de enriquecimiento táctico para completar su catálogo. Klopp está en condiciones de conseguirlo, sin duda alguna.
Posiblemente sea el delantero centro más completo del momento en Europa si dejamos aparte a los «monstruosos» Messi y Cristiano Ronaldo. Posee todas las capacidades exigibles a un gran ‘9’ y las posee en grado máximo. Es agresivo en la presión, veloz en carrera, puntual en el timing, duro con el remate, valiente en la pelea y eficaz en la temporización. Con el pecho es capaz de bajar cualquier pelotazo y convertirlo en ocasión de peligro.
Lewandowski fue el sábado el timonel del Borussia, el hombre al que se encomendó un conjunto que llegaba muy mermado por las bajas, pero enardecido por Klopp, la afición y el orgullo competitivo. Aunque no logró batir a Neuer, exigió del Bayern hasta cuatro marcadores diferentes (Boateng, Dante, Javi Martínez y Van Buyten) y con todos ellos salió bien parado.
Si la marcha de Götze dejó al Borussia sin ese jugador diferente que aporte pausa al frenesí colectivo, las lesiones han desnudado al subcampeón europeo, dejando al descubierto las limitaciones del banquillo. Pero digámoslo también: ningún otro club del mundo habría podido resolver con acierto una epidemia como la vivida por la línea defensiva borusser. No hablamos de uno, dos o tres lesionados, sino de los cuatro titulares al unísono. Algo semejante ni puede preverse, ni planificarse, ni tiene remedio: sencillamente, es una desgracia.
Bastante bien lo ha parcheado Klopp y menos mal que Sokratis está rindiendo a gran nivel y deberá seguir haciéndolo hasta final de curso. La recuperación inminente de Piszczek (reaparecido el sábado por unos minutos) y Schmelzer, más la de Hummels tras el parón invernal, dibujarán un panorama de normalidad, a la espera de que regrese Gündogan, al que el equipo extraña enormemente. Pero todo ello ha perfilado otro de los riesgos futuros del Borussia: para competir a 60 partidos anuales le hará falta un plus de calidad en los suplentes porque Klopp ya no puede hacer mucho más. Está obteniendo un rendimiento prodigioso a pesar de los pesares, demostrando estar en el top 3 de los entrenadores mundiales.
Guardiola acostumbra a dar lo mejor de sí en los partidos grandes (y en los momentos difíciles). Pero pocas veces ha dirigido a su equipo con la lucidez del sábado en Dortmund. Planteó un inicio muy moderado, como explicó ayer Ignacio Archondo en su crónica, aceptando la defensa tradicional que propuso Klopp, empeñado en llevar al Bayern a los costados. También Guardiola prefería perder el balón en la banda y no en el centro. Al colocar a Javi Martínez como interior agresivo sobre Sahin, buscaba segar de raíz las contras locales, pero no fue suficiente. A cambio, la salida de balón a partir de Lahm en lavolpiana resultó cómoda para los muniqueses. En realidad, el planteamiento del primer tiempo por parte de Pep consistió en desgastar al Borussia y buscar no encajar gol en una contra. Y de hecho, aunque los locales se acercaron más y siempre lo hacían con sensación de peligro, solo dispusieron de dos auténticas oportunidades claras (ambas de Lewandowski), las mismas que tuvo un Bayern (vía Mandzukic) que pareció tomarse ese primer tiempo con extremada precaución.
La agitación llegó a partir del descanso y dejó la rotunda impresión de estar premeditada. El primer balón que tocó Neuer en la segunda parte ya no fue en corto, sino en largo. El primer balón que tocó Dante tampoco fue en corto, sino que lo empleó en una diagonal larga hacia Mandzukic. Y a los 53 minutos entró Götze, directamente, sin calentar en la banda. ¿Sin calentar? Lo había hecho en el vestuario durante el descanso para evitarle tener que hacerlo bajo la ira de la Südkurve. El hombre sustituido también era el previsto: Mandzukic había sufrido un esguince de tobillo en el último entrenamiento del viernes y tuvo que jugar infiltrado. No podía hacerlo más de 45 minutos, así que ese era el plan: Götze de falso nueve antes de la hora de partido. Hasta ese momento, Guardiola había preferido dejar sin ocupante la «zona Messi» aunque ello perjudicara su ataque al hacerlo más estático y previsible y, por lo tanto, más defendible. Por cierto, fue la primera intervención de Götze en dicha posición, pues hasta la fecha siempre había jugado por detrás de Mandzukic (o Müller) o bien en un costado o de interior. Da la sensación que a Guardiola le gusta estrenar sus falsos nueve en partidos grandes (Messi lo hizo en el 2-6 del Bernabéu).
A partir de la entrada de Götze, el entrenador del Bayern incrementó de manera exponencial su intervencionismo. En vez de firmar un 0-0 que le beneficiaba, fue a por el partido sin dudarlo. Cambió cuatro veces de posición a Javi Martínez, en función del escenario por el que transcurría el partido; tres veces a Lahm; agitó al equipo a partir de Götze y Thiago; y por cada movimiento de Klopp respondió con una dirección de campo clarividente. Vivió una de sus tardes más brillantes, con cuatro disposiciones diferentes de su equipo durante los 90 minutos, porque encontró el movimiento idóneo que exigía cada momento del partido (y el resultado adornó sus acciones, por supuesto).
Guardiola puede dirigir este Bayern «mutante» gracias a la gran versatilidad de sus jugadores. Futbolistas como Lahm o Javi Martínez son auténticos camaleones. Como explicó Lothar Matthaus al final del encuentro, el Bayern posee a un Javi «que ha jugado hoy de 8, de 6, de central y nuevamente de 6» y, en paralelo, a un Lahm «que juega de 6, luego de 8 y acaba de 2«. Y que lo hacen de lujo en todas esas posiciones, si bien queda constancia de que Javi no posee la capacidad de iniciar las jugadas con la clarividencia de Lahm, ni este la agresividad de Martínez para cortar de raíz los contragolpes rivales.
Esta misma versatilidad permite que Rafinha y Alaba, los laterales, jueguen con idéntica eficacia cuando lo hacen por fuera (caso del sábado) como cuando se sitúan muy cerrados por dentro, casi de interiores, como han hecho desde octubre. O que Robben (quien nuevamente volvió a marcar jugando en la izquierda: lo ha hecho en todos los partidos del año en que ha jugado ahí), Müller o Götze puedan ocupar indistintamente todas las posiciones del ataque durante un mismo encuentro. Dicha capacidad en sus futbolistas es la que permite que Guardiola pueda plantearse varios partidos dentro de un mismo encuentro.
Y finalmente, pero fundamental, la calidad individual de los jugadores es la que marca las diferencias. Si Weidenfeller detuvo un remate explosivo de Mandzukic, fue Neuer quien sujetó al Bayern cuando el Borussia se lanzó a por el empate, destacando su desvío «imposible» a un remate de Marco Reus.
Los goles del Bayern se produjeron en excelentes finalizaciones, pero en todos ellos hubo una intervención previa que marcó la verdadera diferencia. En el gol de Götze fue Lahm quien creó esa superioridad. Cuando sus compañeros esperaban el giro lógico hacia el costado izquierdo, donde Thiago y Robben se encontraban en superioridad, el capitán del Bayern prefirió abrir al lado opuesto, hacia Müller, en un movimiento fuera-dentro-fuera que no esperaban propios ni extraños.
En el tanto de Robben, fue Thiago quien construyó esa diferencia con un pase combado hacia el holandés que prácticamente superó a todo el Borussia. Incluso mejor que el propio pase, que fue sensacional, resultó el instante anterior: mientras Dante le arrebataba el balón a Lewandowski, Thiago ya estaba girando la cabeza buscando el posible receptor de un pase que solo estaba en su mente.
Y en el gol de Müller, el diferencial lo puso al principio Javi Martínez rompiendo hacia delante y traspasando las líneas borussers como quien da un paseo: fue una acción inesperada y rompedora. A continuación fue Robben y su conducción: cuando todos esperaban que quisiera terminar él mismo la acción, lo que ha sido habitual en el holandés, siempre con la cabeza gacha, supo ver a Lahm que le doblaba y cederle el balón en una ventaja ya insuperable. Sin semejantes ejemplos de calidad individual ningún equipo, por bien dirigido que esté, podría rendir a tan alto nivel como lo está haciendo el Bayern, que suma 38 partidos de liga invicto, mientras Pep se va de Dortmund con el primer triunfo muniqués desde que lo consiguiera Van Gaal en 2009 y sumando 35 puntos en las primeras 13 jornadas de campeonato, uno más que el pasado año, aunque todavía siente que le queda mucho trabajo por hacer y algunas carencias por cubrir.
El duelo Klopp –Guardiola promete ser enriquecedor para ambos equipos alemanes.
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